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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Polk, presidente de los Estados Unidos, pide al Senado norteamericano declarar la guerra a México

11 de Mayo de 1846

 

 

Cuando ya las tropas norteamericanas han entrado a territorio de México y entablado algunos combates y escaramuzas con los mexicanos, Polk envía un mensaje al Senado cuyo argumento principal para la declaración de guerra a México es: ''México ha traspasado la línea divisoria de los Estados Unidos, ha invadido nuestro territorio; ha derramado sangre americana en suelo americano y ha proclamado que las hostilidades se han roto y que las dos naciones se hallan en guerra. Yo pido la acción pronta del Congreso reconociendo la existencia del estado de guerra y poniendo a la disposición del Ejecutivo los medios necesarios para proseguir la lucha con todo vigor, lo que apresurará el restablecimiento de la paz".

Para esta fecha, las fuerzas mexicanas ya han sufrido las dos primeras derrotas en el noroeste, en Palo Alto y la Resaca de Guerrero o de la Palma, los días 8 y 9 de mayo, respectivamente.

Desde su campaña en 1844, el candidato demócrata a la presidencia, James Knox Polk, basó su plataforma política en un ambicioso programa expansionista que incluía la anexión de Texas y el territorio de Oregón en poder de los británicos, así como la ampliación hacia Canadá, además de obtener por compra o conquista Nuevo México y California.

En realidad, Polk no era original en sus ambiciones expansionistas, como lo declaró honestamente ya en plena guerra el presidente de la Comisión de Relaciones del Congreso, C.J. Igersoll: “todos los partidos en los Estados Unidos y todas las administraciones de este país desde que México dejó de ser una provincia española, han sostenido unánimemente el principio político de obtener de México por medios equitativos precisamente los territorios que ese propio país nos ha obligado ahora a tomar por la fuerza; a pesar de que todavía ahora mismo estaríamos dispuestos a pagar por ellos, no nada más con sangre, sino también con dinero".

Los estadounidenses querían añadir más territorios a la república por una variedad de razones: para muchos, el impulso por expandirse era una expresión de su confianza en la superioridad de su civilización, su cultura y su modo de gobierno; veían su país como la continuación del movimiento hacia adelante que había comenzado en Europa y estaba asociado con la misión religiosa y el gobierno representativo... (Además) Estados Unidos estaba urbanizándose e industrializándose aprisa y muchos creían que las caóticas ciudades en las que muchos hombres blancos trabajaban para otros, en lugar de cultivar su propia tierra, eran antiestadounidenses; creían que la expansión de las tierras disponibles para la agricultura podía ayudar a protegerse de esa tendencia, anticipándose a la posibilidad de un conflicto de clases; sin embargo, una gran parte de las tierras estadounidenses eran cultivadas, no por granjeros blancos independientes, sino por esclavos. El espectro del conflicto racial rondaba tras el expansionismo: algunos expansionistas creían que la adquisición de más tierras de México evitaría la guerra racial, ya fuese impidiendo que los negros dominaran esas tierras, ya sea permitiendo que los negros emigraran a México… De hecho, muchos esclavos del sur de Estados Unidos escaparon a México, y lo débil de los prejuicios raciales entre los mexicanos mestizos y mulatos de las clases bajas les permitió incorporarse a la sociedad mexicana por medio del trabajo y el matrimonio.”

“No todos los estadounidenses eran expansionistas y, sin duda alguna, no todos apoyaban la invasión de México. Ciertamente, el Partido Whig, uno de los dos principales partidos políticos de Estados Unidos, creía que su país tenía como destino religioso la propagación de su influencia a todo el continente por medio del ejemplo, no de la conquista... favorecían un Estados Unidos más compacto y centrado en la prosperidad mediante el comercio y la industria; creían que el gobierno federal debía fomentar el desarrollo económico por medio de mejoras internas, como los canales y los ferrocarriles… No es accidental en absoluto que, cuando Estados Unidos entró en guerra con México, lo haya hecho bajo el liderazgo de un presidente demócrata, ]ames K. Polk, quien, aunque pudo manipular a los whigs en el Congreso para que apoyaran la autorización oficial para declarar la guerra, solamente pudo hacerlo iniciando primero la guerra y ocultando la situación con numerosas declaraciones falsas sobre los actos de los mexicanos.” (Guardino Peter. La marcha fúnebre).

Noahm Chomsky (¿Quién domina el Mundo?) escribe sobre el origen de la fe religiosa en su misión civilizadora que desde los primeros colonos anglosajones de Norteamérica ha justificado, primero el expansionismo y después el imperialismo de los Estados Unidos:

“La inspiradora expresión «ciudad en un monte», tomada de los Evangelios, fue acuñada por John Winthrop en 1630, cuando subrayó el glorioso futuro de una nueva nación «decretada por Dios». Un año antes, su colonia de la bahía de Massachusetts había creado su Gran Sello, en el que se veía un indio con un pergamino saliéndole de la boca. En el pergamino se leía: «Venid y ayudadnos.» Los colonos británicos eran, pues, humanistas caritativos, que respondían a las plegarias de los desdichados nativos y acudían a rescatarlos de su destino pagano.

El Gran Sello es, de hecho, una representación gráfica de «la idea de Estados Unidos» desde su nacimiento […] El Gran Sello fue una prematura proclamación de la «intervención humanitaria», por usar la expresión actualmente en boga. Como ha sido frecuente desde entonces, la «intervención humanitaria» fue una catástrofe para los supuestos auxiliados. El primer secretario de Guerra de Estados Unidos, el general Henry Knox, describió la «absoluta eliminación de todos los indios en las partes más pobladas de la Unión» por medios más destructivos para los indios nativos que la conducta de los conquistadores en México y Perú»."

Desde los tiempos de Thomas Jefferson, como secretario de Estado de George Washington, fue informado en 1797 por Philip Nolan, aventurero y comerciante, de la riqueza del noroeste de Texas, donde comerciaba con los indios y capturaba caballos salvajes. "Jefferson inició la política de armar a los indios para que se destruyeran, pero esta medida también afectaba a sus vecinos de las posesiones de Inglaterra, Francia, España y Rusia. Por ello, estos países reclamaron al gobierno estadounidense por excitar a los chickasaws a hacer la guerra a los creeks, proporcionándoles provisiones y armas. Jefferson Contestó que era 'práctica de toda nación blanca dar armas a sus vecinos indios. El general Henry Knox continuó firmando tratados con las naciones indígenas a cambio de armamento. Posteriormente se siguió la práctica de empujar a las tribus de indios nómadas al territorio mexicano. Jefferson procuró no enfrentarse con España y esperó a que se consumara la independencia de sus colonias y que éstas se fragmentaran, 'porque si constituyeran una sola masa serían un vecino formidable'. Confiaba en que de acuerdo con su geografía se formaran tres estados: "uno al norte del Istmo; otro al Sur de él en el Atlántico; y uno más en la parte 'Sur del Pacífico'. De esta forma, Estados Unidos se constituiría "en la potencia de equilibrio". (Galeana Patricia. Historia Binacional).

Ya como presidente, Jefferson inició la remoción india (expulsión de los indígenas de sus tierras ancestrales o su exterminio) y envió a Lewis y Clark a explorar el oeste hasta el Pacífico para una futura expansión y "definió sin ambages la política a seguir para apoderarse de las tierras mexicanas que necesitaban, mediante el impulso de sus 'usos de comercio, que los obliguen a endeudarse, [y] cuando estas deudas aumenten más allá de lo que los individuos pueden pagar, se sientan dispuestos a cubrirlas por medio de cesión de tierras'. Sin embargo, advertía que no era conveniente adquirir todo el continente, sino sólo Norteamérica: 'cuando nuestra rápida multiplicación nos lleve más allá de esos límites y cubra todo el Continente del Norte, aunque no del Sur, [...] tampoco podemos considerar el exterminio o la mezcla en esa superficie". (Galeana Patricia, ya citada).

En 1808 se publicó el "Diario de un viaje entre China y la costa noroeste de América en 1804", escrito por William Shaler, comerciante aventurero, en el que dio a conocer los enormes recursos de California, sobre todo en nutrias, cuya piel tenía un alto precio, y lo fácil y poco costoso que sería para los Estados Unidos conquistar estas tierras dada la incapacidad de Nueva España para defenderlas, lo que impactó la opinión pública norteamericana; Shaler sería después agente confidencial del secretario de Estado James Monroe para incitar a las colonias americanas a independizarse de España. Los estadounidenses codiciaban desde entonces los despojos que dejaría el inminente colapso del imperio español.

“Nuestra confederación ha de ser considerada como el nido del cual partirán los polluelos destinados a poblar América, el peligro actual no radica en el hecho de que España sea la dueña de extensas posesiones americanas, sino que en su debilidad permita que caigan en otras manos, antes de que seamos lo suficientemente fuertes para arrebatárselos, parte por parte.”

Estas palabras de Jefferson también reflejaron dos ideas que desde el siglo XVI habían estado en la mente de los ingleses, excluidos por el Papa del reparto de América desde 1493: el odio a los españoles por ser una raza mezclada con todos los vicios y pecados imaginables, y la convicción de que los anglosajones son preferidos por Dios y están predestinados a redimir al mundo. Estas creencias las trajeron consigo los puritanos ingleses que arribaron a América para fundar las colonias que después se constituirían en los Estados Unidos, además de su propósito de glorificar a Dios mediante el trabajo y una vida honesta y próspera, en la que la riqueza no era pecado, la pobreza era la reprobable, en tanto que era evidencia de ociosidad y vicio. Consideraban que el catolicismo era un peligro para su país, pues era una religión practicada por personas ignorantes, supersticiosas, idólatras, inferiores, débiles, ignorantes, perezosas y no aptas para la democracia por su lealtad al Papa y su iglesia jerarquizada. Por lo tanto, Dios quería la agresión contra México.

Siglo y medio después, esta verdad religiosa se transformó en verdad política y los Estados Unidos se convirtieron en el país elegido para llevar al mundo, por las buenas o las malas, por el camino correcto, para lo cual se sentían obligados a hacer crecer su territorio, sobre todo hacia donde imperaba la tiranía y la corrupción, como pensaban de Nueva España y después de México.

Así, para el presidente John Quincy Adams todo el continente debía ser poblado por una sola nación, la de ellos, con una única lengua y los mismos principios religiosos, políticos, económicos y hasta costumbres similares. La doctrina del presidente Monroe confirmó su “derecho” sobre el continente americano, su anhelo de hacerse de los restos que quedaban de la desintegración del imperio español sin injerencia de las potencias europeas.

Otro presidente norteamericano, Jackson, expresó que Dios había escogido a los estadounidenses como guardianes de la libertad y era su deber intervenir en donde no la hubiera. Sin embargo: “La democracia jacksoniana incluyó de forma deliberada todos los hombres blancos, pero también excluyó de la misma forma a casi todos los demás habitantes del país… Los negros libres perdieron su derecho al voto en los pocos estados donde lo tenían y en algunos estados se les negó incluso el derecho a ser dueños de propiedades. Los indios también perdieron terreno durante el periodo jacksoniano, porque cada vez más personas afirmaban que eran razas inferiores y que no podían ser incluidos en la civilización estadounidense… lo cual provocó que los habitantes originarios de América perdieran el derecho legítimo a sus tierras…”

Fue justo antes y durante la guerra que los estadounidenses blancos decidieron que mexicano no constituía sólo una nacionalidad, sino también una raza. Los estadounidenses expansionistas la consideraron una raza inferior para justificar el despojo de sus territorios y el racismo fue de capital importancia para el nacionalismo estadounidense durante la guerra… Lo decisivo fue que los estadounidenses llegaron a creer que los mexicanos no tenían más derecho a sus territorios que los indios. ¿Por qué no debería Estados Unidos expandirse a expensas de ellos? Lo irónico es que, en ocasiones, incluso la oposición a hacerse de territorios mexicanos y a la guerra misma fue impulsada por el racismo; después de todo, esas tierras estaban habitadas y, ¿quién querría añadir gente de una raza inferior a la población de Estados Unidos? (Guardino, ya citado). Este racismo impedirá, que pese a su victoria aplastante, no se quedaran con todo México.

 Así se fue conformando la idea de su “destino manifiesto”, como un derecho concedido por Dios a los norteamericanos blancos de habla inglesa para ocupar y “civilizar” con su democracia y sus altos ideales protestantes los territorios deshabitados o poblados por nativos, o mestizos y españoles católicos, como lo sintetizó en 1845 el periodista John L. O'Sullivan en la revista Democratic Review de Nueva York: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.” Con base en estas “convicciones”, durante los años previos a la declaración de guerra, la propaganda de su gobierno animaba al pueblo norteamericano a marchar sobre México, en donde privaba la anarquía, el derroche, el ocio y la corrupción. La pereza de los mexicanos se convirtió en argumento para arrebatarles sus tierras.

Desde la consumación de su independencia, los Estados Unidos iniciaron su expansionismo, como lo advirtió el conde de Aranda a Carlos III desde 1783. Compraron la Luisiana a los franceses y a los españoles las Floridas, disputaron con los británicos de Canadá, avanzaron al sur sobre el territorio indio masacrando a los indígenas y, finalmente, pusieron sus ojos en los territorios que les permitieran llegar al Pacífico.

Para el expansionista presidente estadounidense Jefferson había que alentar la emigración hacia la nueva frontera con agricultores (proclives a explotar esclavos) habituados a luchar contra los indios y las fieras, pues en caso de necesidad se harían buenos soldados, y no enviar tropas a fuertes distantes que por su ociosidad caerían en borracheras e indisciplinas. Los presidios, primero novohispanos y después mexicanos, integrados por unos cuantos soldados, habían caído en estos vicios y, atacados constantemente por indios dotados con armas de fuego francesas, eran incapaces de contener la inmigración norteamericana provocada por la declinación de la fertilidad de las tierras y el desarrollo de la industria textil estadounidenses, “que buscaba el monopolio del algodón para «colocar todas las naciones a nuestros pies», sobre todo al enemigo británico.” Chomsky, ya citado).

José García de León y Pizarro, secretario del Consejo de Estado español, con motivo de la cuestión de límites entre la Luisiana ya norteamericana y la Florida todavía española, escribió en 1809 que los angloamericanos comenzaron a invadir y ocupar la parte occidental y que el sistema de que se valían era "hacerse justicia por su propia mano y ocupar progresivamente el terreno que reclamaban por suyo de derecho; los pretextos frecuentes eran, además, de pertenecerles y convenirles, que los indios amigos nuestros los hostilizaban, perturbaban la tranquilidad, cometían horrores, y que nuestros jefes los apadrinaban y excitaban; por eso atacaban y ocupan puertos nuestros, bajo título de que nosotros no teníamos fuerzas para sujetar a los indios". Así se ponía en claro la política norteamericana de despojar de sus tierras a las tribus, empujarlas al sur, asediarlas para que se movieran más allá de las fronteras reconocidas y ocupar los territorios ajenos para desalojar a los indios.

 

Gastón García Cantú (Las invasiones norteamericanas en México) señala que también Félix María Calleja, como comandante militar, informó al virrey que los Estados Unidos "por su proximidad, intereses y relaciones deben ser siempre nuestros enemigos naturales y permanentes"; elaboró todo un plan defensivo e identificó los puntos que atacarían eventualmente los estadounidenses en caso de guerra, lo que casi se cumpliría durante la guerra con Texas en 1836 y la invasión norteamericana de 1846-48.

Por su parte, desde 1812, Luís Onís advertía al virrey Venegas de las ideas ambiciosas de Estados Unidos contra España y le informaba de sus propósitos de fijar sus límites en la desembocadura del Río Norte o Bravo, "tomándose por consiguiente, las provincias de Tejas, Nueva Santander, Coahuila, Nuevo Méjico y parte de la provincia de Nueva Vizcaya y la Sonora...incluyendo también en esos límites la isla de Cuba... Los medios que se adoptan para preparar la ejecución de este plan, son los mismos que Bonaparte y la república romana adoptaron para todas sus conquistas: la seducción, la intriga, los emisarios, sembrar y alimentar las disensiones en nuestras provincias de este continente, favorecer la guerra civil”...

El 22 de febrero de 1819, los Estados Unidos firmaron el Tratado Adams-Onís con España, que modificó los límites de la frontera norte de Texas a favor de los norteamericanos. Este tratado destacó el éxito de la política expansionista que seguía Estados Unidos: "tomar territorio por la fuerza, y después negociar su cesión".

El primer embajador mexicano ante Estados Unidos, José Manuel Zozaya, enviado por Iturbide a fines de 1822, observó en Washington que predominaba la creencia de la inferioridad de los mexicanos y la ambición generalizada por poseer sus riquezas territoriales.

Al final de la colonia y durante las primeras décadas de nuestra vida independiente, el descuido gubernamental provocado por los conflictos internos, la lejanía de la capital y las leyes de colonización laxas y permisivas, hicieron posible la llegada a Texas de miles de colonos estadounidenses y de otras nacionalidades que formaron comunidades casi autónomas que fueron avasallando rápidamente a la escasa población mexicana, y que además, violaban abiertamente las disposiciones que establecían que los colonos fueran católicos y que no tuvieran esclavos.

Las leyes mexicanas que prohibían la esclavitud amenazaban los intereses de los colonos estadounidenses dedicados al cultivo del algodón y del tabaco con esclavos negros y que operaban plenamente integrados a la economía de esa región, por lo que contaban con el apoyo de los estados esclavistas sureños de los Estados Unidos, para los cuales la anexión de territorios mexicanos representaba la oportunidad de disponer de nuevas áreas de explotación y de formar nuevos estados esclavistas que los fortalecieran contra los estados abolicionistas del norte.

En este contexto, el 25 de agosto de 1829, Joel R. Poinsett, primer embajador de Estados Unidos en México, ofreció cinco millones por Texas. Su propuesta fue rechazada y entonces Poinsett trató de obtener el compromiso de que las autoridades mexicanas devolverían a sus dueños a los esclavos que cruzaran la frontera. Estas gestiones, así como rebeliones que tuvieron lugar en este territorio (Fredonia), dieron motivo a una ley de colonización que prohibía la entrada de colonos norteamericanos, sin que realmente dicho ordenamiento pudiera hacerse obedecer. La colonización legal e ilegal de extranjeros, predominantemente estadounidenses, continuó hasta constituir un poder real enfrentado al gobierno mexicano.

La oportunidad para llevar a la práctica en México los sueños norteamericanos expansionistas largamente acariciados, se presentó con la separación de Texas de México, que ellos mismos promovieron mediante el envío de colonos estadounidenses, anglosajones y protestantes, que después respondieron a la hospitalidad otorgada reclamando supuestos derechos adquiridos e intereses agraviados, cuya defensa justificara la intervención del gobierno norteamericano.

En abril de 1833 se llevó a cabo una convención texana que envió una representación al Congreso mexicano solicitando se le diera a Texas la calidad de estado de la república, independiente de Coahuila. En una segunda convención se estableció "Que Texas se considera con derecho de separarse de la Unión de México durante la desorganización del sistema federal y el régimen del despotismo, y para organizar un gobierno independiente o adoptar aquellas medidas que sean adecuadas para proteger sus derechos y libertades; pero continuará fiel al gobierno mexicano en el caso de que la nación sea gobernada por la Constitución y las leyes que fueron formadas para régimen de la asociación política”. No obstante estas declaraciones, en el fondo el objetivo era la independencia definitiva y su posterior unión a los Estados Unidos apoyados por los esclavistas sureños.

En 1835 los texanos se rebelaron con el pretexto de que México había adoptado el centralismo. Santa Anna dejó en la presidencia al general Miguel Barragán y marchó a someterlos; ocupó San Antonio de Béjar y tomó El Álamo, pero después de la derrota de San Jacinto, fue capturado y obligado a reconocer la independencia de Texas mediante el Tratado de Velasco, que no fue aprobado por el congreso mexicano. Así, los texanos lograron de facto su independencia, en tanto no se anexaran a los Estados Unidos.

Desde 1836, por el retiro del general Vicente Filisola al sur del río Bravo por órdenes de Santa Anna, entonces prisionero de los texanos-norteamericanos, las tropas mexicanas se estacionaron en Matamoros y ahí permanecieron inactivas. Nunca durante casi diez años, se inició la reconquista de Texas, se perdió la oportunidad de hacerlo cuando los Estados Unidos sufrían de una crisis económica y Gran Bretaña trataba de detener el expansionismo norteamericano. La inestabilidad política y la escasez de recursos impidieron cualquier intento y favorecieron que Texas y los Estados Unidos se prepararan para la guerra contra México, la cual era promovida por la prensa, los intereses de los esclavistas y los especuladores de tierras norteamericanos.

Paralelamente, desde años atrás, los Estados Unidos fueron integrando un expediente de reclamaciones exageradas contra los mexicanos, así como de supuestos insultos y vejaciones por parte de sus autoridades para agregar emotividad a las demandas, de modo que pudieran servir para exacerbar el conflicto entre ambas naciones hasta llegar a la guerra. Para evitarla, México propuso someter las reclamaciones a una comisión bilateral, que también atendiera las reclamaciones de México contra Estados Unidos y en su caso, someterse ambos al arbitraje del rey de Bélgica. Pero los norteamericanos sabotearon la propuesta y acusaron a México de rehusarse a convenir pacíficamente, pues lo que en realidad pretendían era la guerra de conquista. El monto exigido a los mexicanos llegaría ascender a más de catorce millones de dólares, que en caso de comprar territorio, los norteamericanos pretendían abonar al precio que se pactara. (Ya conquistado el país, de manera “generosa”, Polk reconocería que el territorio despojado tenía un valor superior a las reclamaciones y ofreció pagar la diferencia que según él ascendía a quince millones de pesos, como finalmente quedó escrito en el Tratado de Guadalupe Hidalgo).

Dada la debilidad de México y lo obsoleto de su ejército, en 1840 Lucas Alamán aconsejó reconocer la independencia texana mediante el pago de una indemnización, el compromiso de no anexarse a Estados Unidos y la garantía franco-británica de preservar la frontera mexicana.

"Parte importante de la expansión era la adquisición de las provincias mexicanas de California y Nuevo México. Querían conseguir los excelentes puertos de la primera -llave del comercio con Asia- y controlar el rico 'camino de Santa Fe' en la segunda, al igual que evitar que cayesen en poder de potencias como Francia o Inglaterra, cada vez más interesadas por territorios casi abandonados y demasiados lejanos del inestable Estado mexicano. Manifestaciones del interés de los Estados Unidos en las mencionadas provincias fueron la colocación de una flota frente al Pacífico desde 1840, pese a que todavía no alcanzaban las costas de ese océano, y la toma en 1842, del puerto californiano de Monterrey, por un malentendido de guerra y las órdenes dadas. Se presentaron excusas en el segundo suceso, pero se demostró con claridad que los norteamericanos eran capaces de actuar con rapidez de movimientos". (Moyano Ángela et al. EUA. Síntesis de su Historia.)

En febrero de 1844, se firmó un armisticio formal entre Texas y el gobierno mexicano de Santa Anna, al mismo tiempo que se negociaba con los británicos el reconocimiento de la independencia de Texas. Pero los texanos desconocieron el armisticio cuando el presidente norteamericano John Tyler pidió la anexión de Texas a Estados Unidos para detener la creciente influencia inglesa.

Al efectuarse la anexión el 1° de marzo de 1845, el gobierno mexicano protestó, pues no había reconocido su independencia y sí había manifestado que la anexión sería un acto de hostilidad y una causa suficiente para la declaración de guerra. Cuando se dio la incorporación, el ministro mexicano en Washington, Juan N. Almonte pidió sus pasaportes, el gobierno mexicano rompió relaciones diplomáticas con el norteamericano y la opinión pública nacional clamó porque se iniciara la guerra contra los Estados Unidos.

Al tomar posesión el presidente Polk el 4 de marzo siguiente, declaró que la agregación de la República de Texas era una decisión mutua entre dos naciones independientes: Estados Unidos y Texas, y no entre su país y México.  En el fondo actuaba impresionado porque antes de morir el expresidente Jackson, a quien admiraba, había expresado que la Gran Bretaña trataba de bloquear el crecimiento territorial de Estados Unidos al establecer un control político en áreas como Texas, California y Oregón, así "formaría un anillo de hierro que costaría océanos de sangre hacer pedazos".

Al momento de la presente declaración de guerra por el presidente Polk, el contexto internacional favorece la agresión, pues México está aislado: ha roto relaciones con Francia por un incidente sin importancia; España promueve en contra del gobierno republicano el establecimiento de una monarquía mexicana con la anuencia de Francia y Gran Bretaña, intento organizado por el ministro español, Salvador Bermúdez de Castro, con la colaboración de ciudadanos mexicanos influyentes, como Lucas Alamán, y que fue aprovechado por Estados Unidos para presentarse como defensor del republicanismo. Por su parte, Inglaterra negocia discretamente con los estadounidenses la cesión de Oregón en términos muy favorables para los ingleses, por lo que no tiene interés alguno en apoyar a México, sino en conservar Canadá como colonia inglesa frente al expansionismo estadounidense.

Además, Santa Anna, asilado en Cuba, mediante un agente especial “convenció a Polk de que si Estados Unidos le permitía regresar a México y derrocar a Paredes, se encargaría de llegar pronto a un acuerdo que permitiera al presidente estadounidense llevar a cabo sus objetivos de la guerra sin una resistencia mexicana prolongada”. (Guardino, ya citado).

“La mayor ventaja que Estados Unidos tenía era su prosperidad; cuando se examina la historia social y cultural de la guerra, queda muy claro que las diferencias económicas entre los dos países contribuyeron mucho más a la victoria estadounidense que las diferencias políticas. Los políticos de México fueron capaces de atraer a sus compatriotas para que se integraran a las filas de sus ejércitos, pero esos ejércitos estaban mal equipados y aprovisionados: con frecuencia, los soldados mexicanos carecían de uniformes adecuados y casi siempre enfrentaron a los estadounidenses con armas gastadas y frágiles. La falta de alimentos hizo que su experiencia fuera aún más dramática: los soldados y las mujeres que los acompañaban solían marchar con hambre y luchar con hambre…

La economía de México era mucho más pequeña que la de Estados Unidos incluso antes de la guerra, su gobierno había tenido grandes dificultades para generar suficientes ingresos con los cuales solventar las operaciones rutinarias. En las décadas anteriores a la guerra, la falta de ingresos obligó repetidamente a los gobiernos en dificultades económicas a cubrir insuficiencias con préstamos del extranjero y nacionales con unas altas tasas de interés, por lo que un porcentaje creciente de los ingresos que lograban recaudar lo dedicaban a pagar los intereses de esos préstamos. La dificultad se exacerbaba debido a la indisposición de los mexicanos acaudalados a pagar impuestos directos, lo cual llevó a un sistema fiscal que dependía de forma exagerada de los impuestos al comercio exterior, que nunca satisficieron unas expectativas más que optimistas…

La guerra provocó un derrumbe catastrófico de las tambaleantes finanzas del gobierno mexicano, y la agresión estadounidense lo obligó a aumentar el gasto militar, lo cual causó que el problema empeorara…El problema fiscal tuvo un enorme impacto en la capacidad de México para defenderse… (Guardino, ya citado). Y como escribió Raymundo de Montecucculi: “Para sostener una guerra se necesitan sólo tres cosas: dinero, dinero y más dinero”. (Dell’arte della guerra)

También el balance militar ofrece grandes ventajas a los Estados Unidos, pues el ejército mexicano era de leva reclutada de las familias más pobres, improvisado, siempre hambriento, comandado por militares exrealistas enfrentados entre sí y con estrategias, tácticas y armas muy anticuadas, cuya mayor experiencia bélica había sido la guerra contrainsurgente un cuarto de siglo antes.

En estas circunstancias que aseguran la victoria, Polk idea una “guerra pequeña” con México para apoderarse de California y Nuevo México, a fin de obligarlo por las armas a la venta de estos territorios. Para justificar su guerra planeó la manera de presentar a México como el agresor y a su gobierno comportándose siempre conforme a las “leyes de la guerra”, que argumentará constantemente para justificar sus excesos.

“Sin duda alguna, a Polk no le interesaba una guerra tan prolongada y sangrienta como la que hizo estallar. La guerra se desarrolló como lo hizo porque los mexicanos no entendieron en un principio lo fuerte del impulso expansionista estadounidense y los estadounidenses tampoco entendieron la profundidad de la identidad nacional mexicana ni lo profundamente que los mexicanos de muchas clases sociales rechazaban la idea de que eran inferiores a los estadounidenses. Para muchos mexicanos, la ambición de sus vecinos del norte de apoderarse de parte de sus territorios era un impulso criminal, un impulso que no esperaban de una república hermana con tantas cualidades admirables: seguramente, la república estadounidense fundada por inmortales como George Washington debía estar en proceso de degradación…. si la depravación de los estadounidenses sorprendió a los mexicanos, a aquéllos los sorprendió que éstos resistieran su agresión tanto como lo hicieron. La visión racista de un México cuya población débil e inferior tenía poca identificación con la identidad nacional hizo que muchos estadounidenses creyeran que la guerra sería breve y gloriosa…

Polk despreciaba a México: creía que tenía un sistema político en bancarrota, antidemocrático, corrupto e inestable que no querría o no podría unificar a su población para combatir en una gran guerra para defender unos territorios remotos donde vivían pocos mexicanos; asimismo, Polk, que era un esclavista sureño, consideraba que los mexicanos eran racialmente inferiores. Si México no cedía sin combatir, sin duda habría de hacerlo después de una breve guerra de fronteras. Incluso mientras negociaba un arreglo relativamente débil con el Reino Unido sobre la frontera entre Estados Unidos y Canadá en el litoral noroeste del océano Pacífico, Polk provocó a propósito al gobierno mexicano al apoyar las exageradas reivindicaciones de los ciudadanos estadounidenses, que querían que se los compensara por las propiedades destruidas durante los conflictos políticos mexicanos… estaba dispuesto a llevar a cabo una guerra corta, y sin duda alguna, parecía que cualquier guerra entre dos enemigos tan desiguales parecía breve…

Creía que México no actuaría como tal, sino como una de las monarquías dinásticas cuyos conflictos habían moldeado la historia territorial tanto de Europa como de América durante siglos. Cuando un monarca perdía el dominio de un territorio y consideraba que su recuperación era demasiado costosa, pronto lo cedía en la mesa de negociaciones. México no actuó de esa manera ni podía hacerlo realmente, porque sus políticos, como sus pares estadounidenses, se habían dedicado durante mucho tiempo a construir un Estado nacional cuya legitimidad dependía de su función como instrumento de su pueblo. (Guardino, ya citado).

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Además, muchos políticos mexicanos creían que Estados Unidos se hallaba debilitado por sus conflictos políticos y confiaban en que Inglaterra no permitiría el despojo territorial sin saber de los arreglos entre ingleses y norteamericanos por Oregón. El informe del general Arista de que en el primer encuentro armado de ambos ejércitos hubo una notable deserción de soldados estadounidenses, animó a los militares a resistir la invasión e incluso a pensar que se lograría la victoria. Los mexicanos alentarán la deserción mediante el ofrecimiento de tierras. Se hará famoso el Batallón de San Patricio integrado con desertores irlandeses por el efectivo manejo de su artillería.

El motivo inmediato de la guerra, Polk lo encontró en los problemas de límites entre Texas y México, pues en tanto los texanos decretaron que sus límites estaban en el río Bravo, con lo cual Texas hacía crecer su territorio hasta poblados como Taos, Santa Fe y El Paso, los mexicanos los reconocían en el río Nueces; por su parte, los norteamericanos habían sostenido frente a España, décadas antes, absurdamente, que los límites de Luisiana llegaban hasta el río Bravo. En apoyo a los texanos, el gobierno norteamericano ordenó al general Zacarías Taylor que avanzara hasta el río Bravo y construyera el Fuerte Brown, actualmente Brownsville, sobre territorio entonces mexicano. El Presidente Herrera aceptó reconocer la independencia de Texas si no se daba la anexión, pero Texas confirmó su incorporación el 4 de julio de 1845.

El gobierno de los Estados Unidos envió a John Slidell con el carácter de ministro plenipotenciario, lo que implicaba la reanudación de relaciones entre ambos países, que en esas circunstancias no podía aceptarse. Herrera se negó a recibirlo. Además, Slidell traía instrucciones de exigir que México reconociera el río Bravo, no el río Nueces, como límite de Texas y de presionar para que vendiera el territorio de Alta California (que comprendía los actuales estados de California, Arizona, Nevada, Utah y parte de Wyoming, Colorado y Kansas) por veinticinco millones de pesos y Nuevo México por cinco.

En esta coyuntura, Mariano Paredes Arrillaga acusó de traición al presidente Herrera, prometió declarar la guerra sin tardanza y tomó el poder. Lógicamente, tampoco recibió a Slidell con sus propuestas de compra.

Ante la negativa, Polk decidió seguir el camino de la provocación para conseguir sus propósitos y en enero de 1846, ordenó al general Zachary Taylor el avance desde la bahía de Corpus Christi hacia las riberas del río Bravo. Dos meses más tarde, Taylor se atrincheró frente a Matamoros, donde los mexicanos preparaban la defensa. El general Arista conminó a Taylor a retroceder hasta el río Nueces y ante su negativa, el ejército mexicano cruzó el río Bravo para cortar la línea entre las fortificaciones en el Bravo y el Frontón de Santa Isabel. El 25 de abril de 1846 la caballería mexicana venció en tierras mexicanas a los norteamericanos al mando del capitán Thorton en una escaramuza en el Rancho de Carricitos. La “sangre americana derramada en territorio americano” en esta escaramuza es la que Polk toma hoy de pretexto para pedir la declaración de guerra contra México.

El coronel norteamericano Etah Allen Hitchcok, escribió en su diario cuando recibió el nuevo mapa de la frontera con México: "Se le han añadido [énfasis en el original] al río Grande unos límites distintos. ¡Nuestro pueblo debería ser condenado por su impúdica arrogancia y su autoritario atrevimiento!... he mantenido desde el principio que los Estados Unidos son los agresores… no tenemos el más mínimo derecho a estar aquí… parece que el gobierno envío un pequeño destacamento adrede para provocar la guerra, para tener un pretexto para tomar California y todo el territorio que se le antoje… Mi corazón no está metido en este asunto… pero como militar, debo cumplir las órdenes".

El mexicano José María Roa Bárcena sugerirá burlonamente varios años más tarde en sus escritos que la base histórica de la reivindicación sobre el río Bravo como la frontera fue tan ridícula que Estados Unidos bien podría haber afirmado igualmente que Texas se extendía hasta el estrecho de Magallanes.

Pero gracias a la sistemática labor de periodistas como Jean McManus, expansionista con intereses en la empresa texana de Lorenzo de Zavala con asociados neoyorquinos , la guerra contra México ya tiene muy amplio apoyo popular.

El Congreso norteamericano, de inmediato y con una oposición mínima, aceptará la declaración de guerra el 13 de mayo, "por actos de la República de México". La votación será 40 a favor y 2 en contra en el Senado, y en la Cámara de Representantes de 174 a favor y 14 en contra; sólo se opondrán Nueva Inglaterra y las fuerzas abolicionistas que identificaron la guerra como un complot para extender la esclavitud y aumentar la influencia de los sureños norteamericanos. Se autorizará aumentar el ejército a 15,540 regulares y 50,000 voluntarios.

En agosto de este mismo año, el Congreso norteamericano rechazará la enmienda Wilmot (patrocinada por David Wilmot, como modificación a un proyecto de ley relativo a la compra de territorio a México), que pretendía prohibir la esclavitud en cualquier territorio ganado durante la guerra con México, lo cual aumentará el interés de los sureños esclavistas en el desarrollo de esta guerra de despojo.

"De todos los crímenes conocidos, el más atroz es el que consiste en hacer que estalle una guerra innecesaria; este crimen merece como ningún otro la ira de Dios y la execración de la humanidad. Es triste y humillante el hecho de que el Congreso americano se limitó a aprobar un decreto que bien supo que ocasionaría muchas quejas y lamentaciones, dolor y muerte, con una indiferencia, con una precipitación, con un desdén tal para las pruebas que debieron presentársele, como ningún tribunal de justicia de nuestro país se atrevería a manifestar al condenar a simple arresto a un hombre acusado de una pequeña ratería. Decir esto es muy desagradable, pero la verdad que contiene lo es más todavía...” (William Jay. Revista de las causas y consecuencias de la guerra mexicana).

Al iniciarse la guerra, el filósofo norteamericano Henry D. Thoreau irá a la cárcel una noche por negarse a pagar impuestos, como desobediencia civil contra la guerra con México. Declarará públicamente que cuando algún hecho como esa guerra “os obliga a ser agentes de la injusticia, entonces os digo, quebrantad la ley...Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es también la prisión”.

Muy distinta será la posición del poeta Walt Whitman en el Eagle de Brooklyn: “Sí, México debe ser castigado... Dejad que nuestras armas se porten llevando el espíritu que enseñaremos al mundo, si bien no promovemos la lucha, ¡en Estados Unidos sabemos aplastar y expandirnos!”

La Sociedad Americana Abolicionista insistirá en que la guerra “se hace sólo con el propósito detestable y horrible de extender y perpetuar el régimen esclavista por el vasto territorio de México”. Por su parte, Horace Greeley escribirá en el Tribune de New York: “Podemos vencer con facilidad a los ejércitos de México, aplastarlos por millares… ¿Quién cree que un puñado de victorias contra México y la ‘anexión’ de la mitad de sus provincias, nos darán más libertad, una moralidad más pura, una industria más próspera que la que tenemos hoy?... ¿No es lo bastante miserable la vida, no nos llega la muerte lo suficientemente pronto sin necesidad de recurrir a la terrible ingeniería de la guerra?”

Sólo ya declarada la guerra, el nuevo congresista Abraham Lincoln cuestionará la guerra: “El Congreso quiere tener conocimiento completo de todos los hechos para establecer si un lugar particular (the particular spot) del territorio en donde la sangre de nuestros hermanos fue derramada era o no nuestro propio territorio en ese momento”. Su reiterada exigencia en que se ubicara ese “particular spot” fue aprovechada por los partidarios de la guerra para apodarle “Spotty” Lincoln.

Cinco días más tarde, Taylor ocupará Matamoros. La estrategia general de los invasores será ocupar de inmediato los territorios a despojar: en enero de 1847 Nuevo México y California fueron anexados y detrás del ejército de ocupación irán los migrantes sobre todo en California. Enseguida, avanzar desde el Río Bravo hacia el centro de México y desembarcar en Veracruz para tomar rápidamente la capital siguiendo la misma ruta del conquistador Cortés.

Por otra parte, se bloquearán los puertos de Tampico, Carmen, Guaymas, Mazatlán y San Blas, entre otros. Pronto, el bloqueo naval estadounidense de los puertos mexicanos exacerbó de forma drástica la crisis fiscal, debido a que impidió que el gobierno mexicano recaudara los aranceles a las importaciones, que eran la fuente más importante de sus ingresos; asimismo la guerra provocó que la economía mexicana disminuyera su ritmo, lo cual redujo aún más los ingresos del gobierno y empeoró las condiciones de vida de la población civil… Lo que impidió que el Estado nacional montara una defensa exitosa en contra de la agresión estadounidense fue, más que ninguna otra cosa, la falta de recursos fiscales, la cual también fue lo que definió la experiencia que la mayoría de los soldados y los civiles tuvo durante la guerra: las fuerzas mexicanas siempre tuvieron menos y peores armas, menos animales para transportar esas armas o las provisiones, peores ropas y, sobre todo, menos comida que las fuerzas estadounidenses a las que hicieron frente”… (Guardino, ya citado). En contraste, los norteamericanos, bien financiados siempre, aumentaron más sus recursos al tomar los principales puertos mexicanos y cobrar los aranceles aduaneros, bajo el “principio de las leyes de la guerra” esgrimido por Polk, de que el invasor debe financiarse con lo capturado al invadido.

Escribe Robert Ryal Miller (La guerra entre Estados Unidos y México) que ésta será la primera guerra que Estados peleará en territorio extranjero. Se utilizarán múltiples ejércitos comandados por profesionales egresados de West Point, modernas armas, extensas líneas de abastecimientos de todo tipo, el desembarco a gran escala de tropas anfibias y será su primera experiencia en ocupar una capital extranjera e instaurar un gobierno militar para su población. Y hasta por primera vez desplegarán en México como su única bandera, la de las barras y las estrellas. En suma, será el debut de Estados Unidos como potencia militar imperialista.

Se lee en la Historia Mínima de México: “una vez desencadenada la guerra, el resultado era previsible, México carecía de todo: su armamento era obsoleto; sus oficiales, poco profesionales; sus soldados, improvisados. Este ejército se enfrentaba a uno tal vez menor, pero profesional, con servicios de sanidad e intendencia, artillería moderna de largo alcance y un caudal de voluntarios que podían entrenarse y renovarse periódicamente. Mientras el ejército mexicano tenía que desplazarse de sur a norte, Estados Unidos destacaba varios ejércitos y atacaba en forma simultánea diversos frentes, al tiempo que su marina bloqueaba y ocupaba los puertos mexicanos privando al gobierno de los recursos de las aduanas que los invasores explotaron para sostener la guerra. Como se regula el pago de impuestos, el comercio se animó. Precisamente para evitar que sus puertos fueran ocupados, Yucatán se declaró neutral ante la guerra".

Veinticinco años de anarquía política, de falta de cohesión en las clases dirigentes divididas en centralistas, monarquistas, liberales puros y liberales moderados, que en varias ocasiones antepusieron los intereses de partido a los de la Nación, permitirán que “un ejército extranjero de diez a doce mil hombres haya penetrado desde Veracruz hasta la capital de la república, y que, con excepción del bombardeo de aquel puerto, la acción de Cerro Gordo y los pequeños encuentros que tuvo con las tropas mexicanas en las inmediaciones de la misma capital, puede decirse que no ha hallado enemigos con quién combatir"... como lo expresará Mariano Otero en 1847.

Y no hallarán enemigos las tropas norteamericanas porque, vergonzosamente, el pueblo mexicano, en su mayoría, no defenderá a su país desalentado por las clases altas que temen que el pueblo armado se vuelva en contra de ellas, y tampoco apoyará a su ejército por la ignorancia mayoritaria de su condición de ciudadanos mexicanos (varios millones eran indígenas monolingües); por la indiferencia de otros ante las derrotas de un ejército percibido como ajeno, arbitrario y opresor; y por la codicia de los menos que aprovecharán la oportunidad para comerciar sus bienes y servicios, o emplearse como sus sirvientes; sin faltar aquellos que recibirán con vítores la llegada del enemigo.

Sólo algunos sacerdotes católicos promoverán la resistencia popular al inicio de las hostilidades, temerosos de la persecución religiosa, pero pronto se darán cuenta que la fe católica no correrá riesgo alguno y garantizados sus bienes, ayudarán, como en Puebla, la ocupación pacífica de las ciudades. Además Polk conseguirá el apoyo de obispos católicos norteamericanos e incorporará capellanes católicos al ejército que marchará contra México para propagar que no se afectará al catolicismo.

La invasión norteamericana nunca encontrará la resistencia que en situación similar mostrara el pueblo ruso o español, y que fue básica para la victoria. Nuestro nacionalismo sólo llegará a manifestarse tardíamente en la ciudad de México ocupada; por lo que la defensa de nuestro territorio recaerá sólo en los jefes, oficiales, clases y soldados más heroicos de nuestro ejército; unos pocos grupos de guerrilleros patriotas que serán identificados por los invasores como “comanches blancos”, a los que había que exterminar cual animales; y en unos cuantos acaudalados, empleados públicos y gente del pueblo, en particular mujeres, que aportarán objetos, dinero y hasta trabajo para financiar la guerra patria.

varios dirigentes mexicanos fomentaron la guerra de guerrillas y, en ocasiones, las tácticas de los guerrilleros fueron muy eficaces… y el ejército mexicano empezó a enviar fuerzas de la caballería regular para que ayudaran a los guerrilleros a cortar las líneas de abastecimiento de los estadounidenses. (Guardino, ya citado). Los voluntarios norteamericanos, muchos de ellos fanáticos racistas, asesinos de comanches y de esclavos prófugos, sin disciplina ni honor militar, se encargarán de combatir tenazmente a los guerrilleros y tomar desmesuradas represalias por las bajas que les causan. Para evitar estas crueles venganzas contra los pueblos, el gobierno mexicano dejará de organizar guerrillas y la lucha principal se dará entre los dos ejércitos.

La población civil llevará la peor parte de la guerra. Por el lado del ejército mexicano las familias y la economía rural se verán afectadas por la leva y los préstamos forzosos para la defensa nacional. Por su parte, los soldados norteamericanos, especialmente los voluntarios, racistas, indisciplinados, desenfrenados, de una clase social más elevada, dados a los vicios y al exterminio de indígenas americanos, cometerán toda clase de actos criminales: desde los sacrilegios, el robo y el saqueo de casas e iglesias, las violaciones a las mujeres y la ejecución de supuestos guerrilleros no uniformados, hasta el asesinato, el incendio de rancherías y pueblos, como el sucedido en Zacualtipán, hoy Hidalgo, en el que se vio involucrado el mayor William Polk, hermano menor del propio presidente de los Estados Unidos.

“México, una nación de ocho millones de gente, ya tenía un ejército permanente de 44 mil hombres, pero con estrafalarias proporciones. Había un general por cada 220 hombres, y un oficial por cada hombre enlistado, generalmente un indio o un trabajador pobre. México había ganado recientemente su independencia de España y muchos de sus hombres eran veteranos, pero la mayoría de su infantería portaba mosquetones de segunda mano comprados al ejército británico. (Mosquetones Brown–Bessy rifles Baker ambos de chispa). Los cañones de la artillería eran reliquias ineficientes proveídas por Francia, y la mayoría de los doce regimientos de la caballería mexicana sólo portaban lanzas. (Hearn Chester G. ARMY. An ilustrated History).

En contraste, después de la guerra de 1812, el ejército de los Estados Unidos abandonó los mosquetones con sistema de chispa usados desde 1650, y adquirió armas con el nuevo sistema de percusión, inventado en 1805, y para 1841 ya poseía el rifle estriado, antecesor del famoso Springfield.

La diferencia entre ambos sistemas era notable. Los mosquetones de chispa eran armas extremadamente ineficientes: se cargaban por el frente, tenían un alma lisa, balas de bolas de plomo y un alcance teórico máximo de unos 275 metros. Por su escasa precisión, se disparaba a bloques de tropa, no a individuos, de modo que los soldados en formaciones cerradas tenían que marchar, cargar y disparar casi como autómatas, de ahí que la disciplina resultaba de suma importancia, ya que si la formación se rompía, no había manera de resistir el avance del enemigo. (Newark Tim. Historia de la Guerra).

Las armas de percusión eliminaron los problemas que implicaba el uso de pedernal, el preparar nuevamente la pólvora en caso de que no se produjera la descarga, y las fallas por demora de la descarga una vez jalado el gatillo. Asimismo, los mosquetes de repercusión acortaron el tiempo empleado en la recarga. Las carabinas retrocargas calibre .54 también fueron distribuidas como arma de mano a la caballería norteamericana. Además, la artillería, mejoró su movilidad adoptando carruajes ligeros de inmenso valor durante la Guerra Mexicana. (Hearn Chester G. ya citado).

Los cañones mexicanos…“entre su menor tamaño y su inferior capacidad de fuego, no representaron una amenaza importante: las balas de los cañones casi no llegaban hasta las tropas estadounidenses y, cuando lo lograban, su impulso era en ocasiones ya tan reducido que rodaban con lentitud por la rígida pradera y los soldados podían esquivarlas. (En contraste, los artilleros) estadounidenses, actuaron ‘más como carniceros que como militares’.(Los mexicanos caían muertos) por los disparos de hombres a los que no podían combatir en respuesta; debido a que los ejércitos enemigos se encontraban muy lejos uno del otro como para poder usar los mosquetes, los estadounidenses tenían una ventaja terrible… podían matar a sus hombres con una impunidad relativa sin siquiera tener que acercarse lo suficiente como para que la infantería mexicana pudiera hacer mella en ellos." (Guardino, ya citado)

En lo que respecta a los mandos, Estados Unidos contaba con un gran número de egresados de su academia militar de West Point, entre ellos Ulysses S. Grant y Robert E. Lee. En tanto que los mandos mexicanos eran militares ex realistas adheridos al Plan de Iguala, como el mismo Santa Anna, Arista y Anaya, que sólo habían combatido a insurgentes improvisados y peor armados.

Esta superioridad apabullante explica por qué de los más de 13,000 soldados estadounidenses fallecidos durante la invasión, únicamente unos 1,700 fueron muertos por patriotas mexicanos y los demás por enfermedades: malaria, cólera, fiebre amarilla, viruela, diarrea y disentería en campamentos y hospitales lejos del frente de batalla; de los muertos por enfermedad el 15% eran voluntarios y sólo el 8% soldados regulares. En contraste, se estima que las bajas militares y civiles mexicanas ascendieron a no menos de 25,000 personas. (Guardino, ya citado).

Así, en su primera guerra en el extranjero, Estados Unidos prueba sus modernas armas con una presa débil y con una victoria de antemano asegurada.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.