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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Estados Unidos compra Luisiana, lo que tendrá funestas consecuencias en el fututo de México, aun en gestación.

Abril 30 de 1803

 

A un precio de alrededor de 3 centavos por acre (7 centavos por ha) Estados Unidos adquiere de Francia 2.144.476 km² (529.911.680 acres) por un total de 15 millones de dólares u 80 millones de francos franceses. Se trata de un vasto territorio que comprende unos 35,000 habitantes y el importante puerto de Nueva Orleans. Colinda al norte con las posesiones británicas, al este con el río Misisipi y al sur y oeste con los territorios de Nueva España.

Las bocas del río Misisipi fueron exploradas por Pánfilo de Narváez en 1528 y Hernando de Soto cruzó la región en 1541. Otros españoles no mostraran interés en este territorio. Fue hasta finales del siglo XVII, que expediciones francesas comenzaron a establecer fuertes de avanzada en el río Misisipi y en la costa del golfo de México, de modo que Francia reclamó como propia esta región, que René Robert Cavelier de La Salle llamó Luisiana en honor al rey Luis XIV en 1682, con la intención de formar un imperio comercial del Golfo de México a Canadá. Para 1722 Nueva Orleans ya era el centro de poder civil y militar de la cuenca del Misisipi y sus tributarios. El territorio de la Luisiana se dividía casi por mitades, la parte sur o Baja Luisiana cuya capital era Nueva Orleans, y la parte norte o Alta Luisiana cuya capital era San Luis del Misuri.

Sin embargo, después de su derrota en la guerra de los Siete Años, Francia perdió la mayor parte de sus posesiones en América y Asia, entre ellas la Luisiana: los territorios situados al oeste del Misisipi incluida su capital, Nueva Orleans, los recibió España por el Tratado de Fontainebleau en 1762; y los del este pasaron a la Gran Bretaña mediante el Tratado de París en 1763.

Inesperadamente, como parte de la nueva alianza franco-española, por acuerdo preliminar firmado el 1° de octubre de 1800, España devolvió la Luisiana a Francia, lo cual fue ratificado por el Tratado de Aranjuez para la cesión del ducado de Parma y retrocesión de la Luisiana de 21 de marzo de 1801. Este intercambio de territorios fue notoriamente favorable a Francia, por lo que en sus memorias Manuel Godoy se sintió obligado a dar explicaciones de tan desproporcionada operación: ..faltándonos los medios para procurarle un grande aumento en proporción con los demás dominios españoles de las dos Américas, no rindiendo utilidad a nuestra hacienda ni buscándola allí nuestro comercio, y ocasionando grandes gastos en dinero y en soldados sin ningún provecho nuestro, recibiendo en fin en cambio de ella otros estados, la devolución de la colonia lejos de ser un sacrificio, puede tenerse por ganancia.(...) Casi todo por hacer, un principio de vida solamente en aquellas regiones despobladas. En la Toscana todo hecho, el cultivo perfecto, la industria floreciente, su comercio extendido, el clima sano y delicioso, las costumbres benignas, la civilización a un alto grado, país rico en monumentos y en prodigios de las artes, en preciosas antigüedades, en magníficas bibliotecas y en academias célebres; de habitantes cerca de un millón y medio; la renta del estado, por lo menos tres millones de pesos fuertes, sin ninguna deuda; su superficie cuadrada, seis mil quinientas millas.

Fue así como Francia estuvo en capacidad para vender la Luisiana a los Estados Unidos.

Francia aprovechó la situación con la venta de Luisiana para deshacerse de esta colonia que había obtenido sólo dos años atrás y que sin Haití, que se había independizado, sumida en las guerras napoleónicas y bajo el amago de los ingleses y de los norteamericanos, difícilmente habría podido defender. Como expresó el mismo Napoleón: “Esta venta no es un gran negocio para Francia, pero lo importante es que le daremos a los ingleses un competidor nuevo en su monopolio marítimo”.

La compra de Luisiana fue de la mayor trascendencia para los Estados Unidos porque “fue el negocio más rentable de la Historia”: prácticamente duplicó su territorio, le dio acceso a vastos recursos naturales y le permitió disponer de una imprecisa frontera cuyos límites siempre disputó para ampliarlos y desde la cual iniciar su avance soterrado hacia los territorios que más tarde despojaría mediante la guerra a México en 1848 y así conquistar la salida al océano Pacífico.

La operación fue realizada por los emisarios del presidente Jefferson sin respaldo legal, pues la Constitución que había jurado no contemplaba la incorporación de más territorios, y con la oposición del Congreso, en un ejercicio sin precedentes del poder ejecutivo.

En el antiguo territorio de Luisiana se asentarán los estados de Arkansas, Misuri, Iowa, Oklahoma, Kansas, Nebraska, Minnesota al sur del río Misisipi, gran parte de Dakota del Norte, casi la totalidad de Dakota del Sur, el noreste de Nuevo México, el norte de Texas, una sección de Montana, Wyoming, Colorado al este de la divisoria continental, y Luisiana a ambos lados del río Misisipi, incluyendo la ciudad de Nueva Orleans. Este territorio representa el 23% de la superficie actual de los Estados Unidos.

Doralicia Carmona. Memoria Política de México.