Marzo 16 de 1863
En Puebla, el mariscal francés Ellie Frederic Forey y el general Leonardo Márquez, al mando de veinte mil soldados, sitian la ciudad en la que está acantonado el Ejército de Oriente al mando del general Jesús González Ortega.
Este día a las ocho de la mañana, los franceses aparecen con tres columnas en dirección este de la ciudad, a las nueve es disparado el primer cañonazo que inicia una de las páginas de mayor grandeza en la historia de México.
Los franceses se apoderan de los cerros de Amalucan y las Navajas. En sus memorias Porfirio Díaz refiere el hecho: “cuando los franceses llegaron frente a Puebla y comenzaron sus operaciones de sitio, destacaron una columna como de 10 000 hombres por nuestra izquierda y otra igual por la derecha que marcharon todo el día con la intención visible de envolver la ciudad en una línea que iban estableciendo fuera de tiro de cañón, con intención también de muy marcada de estrechar después el diámetro y tomar en la nueva línea posiciones definitivas. Observando esto desde el cerro de Guadalupe durante el día de esa maniobra por los generales La Llave, Berriozábal, Antillón, Negrete y por mí [...]”. Ya con el propósito de atacar Puebla, Forey hace que las tropas que tiene acampadas en Tlaxcala y la Huamantla se muevan hacia la ciudad.
Al terminar este día, González Ortega envía un mensaje al ministro de Guerra: “Son las ocho y diez minutos de la noche. Todo en silencio y no ocurre novedad. En los mismos términos me da el parte el Gral. Berriozábal y los demás Generales encargados de las otras líneas. Acaba de llegar un desertor francés y los informes que da parece que son exactos. Dice que Forey aún no está en el campo, que se quedó en Amozoc y que avanzará hasta mañana con toda la artillería de sitio: que falta una división en el campo, que se quedó en dicho pueblo de Amozoc; que las piezas de sitio que trae el enemigo son 80 y además 12 morteros; que la dotación de esas piezas son 500 tiros para cada una; que no sabe el número de tiros de fusil que trae, ni aproximadamente; que los carros son 300 y que muchos de ellos vienen cargados con cestones; que respecto del ataque, desconfía del buen éxito de una parte del ejército. Dice también que, según ha oído decir, cargarán toda la fuerza y artillería sobre una sola fortaleza y que, si no pueden tomarla, establecerán en seguida el sitio. Agrega que el ejército francés se compone de 20 000 hombres, lo que le queda útil y además los traidores y que la fuerza está al frente de Guadalupe se compone de 8 000 hombres y de igual número la que está también al frente de Guadalupe por el camino de Amozoc. El desertor es artillero. Sale en la diligencia de mañana. [...]”.
En los meses siguientes, la artillería francesa bombardeará constantemente la ciudad; se realizarán valientes cargas de la caballería francesa; se sucederán violentos ataques y contrataques de ambos bandos para ganar o perder algunos metros de terreno; se combatirá con valor barricada por barricada y casa por casa. Sin embargo, el heroico Ejército de Oriente se mantendrá en pié de lucha, a pesar de no comer rancho completo, de tener que ahorrar las pocas municiones disponibles y de no percibir sueldos y salarios durante meses.
Los civiles sin patriotismo capaces de huir saldrán de la ciudad. Pero cerca de cuarenta mil poblanos, por voluntad o imposibilidad, permanecerán en la urbe y sufrirán el fuego de los cañones y sobre todo el hambre. Dos veces mujeres y niños tratarán de escapar y serán detenidos por la artillería francesa, que sin mayores contemplaciones, impedirá que el ejército mexicano aligere la impedimenta que significa alimentar y cuidar de la población civil.
No habrá manera de sepultar a los muertos y se caminará entre cuerpos y cráneos; la peste se esparcirá y la corrupción envenenará el agua y el aire. Al no poder ser reabastecidos, se sufrirá hambre; al terminarse los caballos, mulas y burros, sólo quedará salvado como alimento. Morirán diez mil soldados mexicanos en combate y por heridas mal atendidas por falta de elementos. Otros miles de civiles perecerán por hambre y enfermedad, sobre todo niños y ancianos. Ruinas, escombros, fuego, cenizas y hedor a muerte será lo que quedará de la ciudad barroca poblana bajo los disparos de la poderosa artillería francesa.
El sitio durará sesenta y dos días, y al finalizar, las fuerzas republicanas imposibilitadas de seguir resistiéndolo, se rendirán con honor y destruirán toda clase de armas y pertrechos; los jefes y oficiales republicanos de mayor prestigio, serán enviados a Francia como prisioneros, aunque algunos como González Ortega, Porfirio Díaz, de La Llave y otros se fugarán.
A pesar de la derrota final, este hecho será elogiado por los jefes franceses y otros europeos, por la valentía, estrategia y patriotismo demostrados por los sitiados.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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