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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Al saber que en Salamanca el ejército juarista fue derrotado, Antonio Landa encabeza un motín. Apresa a Juárez y a todo su Gabinete, quienes están en peligro de ser fusilados.

Marzo 13 de 1858

El teniente coronel, Antonio Landa, al sublevarse, apresa al Presidente Juárez y a unas setenta personas más que están a punto de ser pasadas por las armas; El Gobernado del Estado de Jalisco, Jesús L. Camarena, hace gestiones para negociar su liberación, que logrará tres días después.

En Guadalajara, Jalisco, que desde el mes pasado es el lugar provisional de los Poderes Ejecutivos de la República, se subleva el 5º Batallón de las fuerzas republicanas al mando de Antonio Landa en contra del gobierno. Juárez y los miembros de su gabinete son aprehendidos y retenidos en el propio Palacio de Gobierno.

El gobernador interino de Jalisco Jesús Camarena, había tenido varios avisos de que Landa conspiraba y dio aviso al ministro de Guerra Melchor Ocampo; pero el general Núñez, Jefe de la Brigada de ese estado, aseguró que respondía de la fidelidad de Landa, pues antes Parrodi había hablado con él y le dijo que si tenía algún compromiso con los conservadores, le dejaba en entera libertad de que se fuera; Landa solamente pidió que no se le pusiera en situación de tener que luchar contra su suegro el general Castro.

Cuando el 12 de marzo se supo de la derrota del ejército liberal en Salamanca, hubo alarma por la noche, el gobernador, el jefe político y otras personas, pidieron a Juárez destituyese a Landa del mando del 5º Batallón. Ocampo dijo que lo haría al día siguiente. Sin embargo, en la madrugada de este día, corría el rumor de que el pronunciamiento de Landa ocurriría al relevar la guardia del palacio, entre las nueve y las diez de la mañana. Y así ocurrió. Al grito de “Viva la Religión”, dado por los centinelas de la habitación que ocupaba el presidente, y mandaron decir a Juárez, Ocampo, Guzmán y Ruiz que quedaran presos. Guillermo Prieto, estaba en la puerta del edificio observando el cambio de relevo y cuando se dio cuenta de lo que ocurría, pese a que le era fácil escapar, se unió al grupo. Camarena se encerró en la casa municipal dispuesto a defenderse con diez hombres. Núñez, fue al cuartel y ordenó a Landa que formara a la tropa fuera del cuartel y le respondió: “Mi general, estoy pronunciado”, Núñez le llamó traidor y le llevó las manos al cuello, pero Landa le disparó un tiro a quemarropa; la bala fue desviada por un reloj que llevaba. Sin embargo, fue llevado a palacio y después separado del grupo preso porque reprendió a un soldado que había cometido una falta contra Juárez y le había dicho: “Soldado, este ciudadano es el primer magistrado de la nación y debe tratársele con respeto”. Como a la hora de haber ocurrido estos hechos, hubo enfrentamientos, pero los pronunciados aumentaron sus fuerzas con criminales que habían sacado de la cárcel.

En el palacio pese a su debilidad de carácter, Landa resistió las peticiones de que Juárez y su gabinete fueran fusilados, pero no pudo evitar que fuesen ultrajados de la manera más vil por los soldados y presidiarios ebrios; entre ellos, uno que pese a que Juárez, ocho días antes lo había indultado de la pena de muerte y que estaba de guardia sobre la bóveda del salón del Senado, por la linternilla dirigía soeces palabras y apuntaba sobre él su fusil, situación que se prolongó hasta que una bala disparada desde la torre de San Agustín los liberó del miserable.

Landa ofreció la libertad si Juárez daba la orden de que los liberales suspendieran las hostilidades, a lo que se negó de manera rotunda. Landa tenía la conciencia de que la situación no podía ser prolongada por mucho tiempo pues Parrodi no tardaría mucho en llegar a Guadalajara y calculaba que a esas horas ya debería estar por San Juan de los Lagos.

En su diario personal, Matías Romero, relata el suceso: “llegó el relevo de la guardia de honor, vi que los empleados del ministerio de guerra que estaban frente a la puerta, se metían corriendo de ella, salí para ver lo que era y me encontré con soldados apuntándonos, corriendo sobre nosotros y gritando ¡viva el ejército! ¡Viva la religión! Llegaron a la sala en que estábamos con la misma disposición hostil, le pegaron de cintarazos a Estrada, nos intimaron a rendición y nos dimos por presos. Enseguida nos llevaron a la pieza que servía de despacho a Ocampo, en donde estaban ya Arcos, Villalobos, Pérez Gallardo y otros. Allí permanecimos amagados por tres centinelas, oyendo los gritos de la prisión que entraba enfurecida y los cañonazos que se disparaban a San Agustín, hasta que el oficial que nos había aprehendido, después de un cuarto de hora, nos llevó al ministerio de Fomento, en donde estaba Juárez. Entramos y lo vimos con todos los Ministros, los empleados de los ministros, los de todas las oficinas que estaban en Palacio y otras que por casualidad se encontraban allí, permanecimos así largo tiempo. A las doce llegó el Gral. Núñez refiriendo lo que le había pasado y mostrando su reloj despedazado. A las dos empezaron a salir algunos presos y principalmente los empleados del Estado. [...] a las cuatro vino el almuerzo y como habíamos todavía más de setenta personas, apenas alcanzó para medio comer. Supimos que la Guardia Nacional estaba en San Agustín y en San Francisco y que resistía el pronunciamiento. Oímos tiros sin cesar desde las diez y media. [...]”.

Al día siguiente, los pronunciados intentaron ejecutar al presidente, pero Prieto, con su elocuencia los desarmó.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.