Marzo 9 de 1916
En respuesta al reconocimiento del gobierno de Carranza por los Estados Unidos, Villa se introduce a territorio del vecino país con quinientos hombres y asalta el poblado de Columbus, Nuevo México.
Nellie Campobello (Vida Militar de Francisco Villa,) relata el hecho: “Eran las dos de la madrugada cuando hizo su entrada la columna villista. Los reflectores de la muerte, manejados por los expertos americanos allá en Agua Prieta, iban a ser reemplazados por las antorchas vengadoras que los hombres de Villa traían en visita pasajera a aquel pueblo americano. En un segundo se inició la destrucción: El primero en arder fue el Hotel Comercial; Pablo López le prendió fuego. Luego el Banco; Martín López voló las cajas. Después la Oficina Postal y las casas de los americanos antivillistas. El fuego se extendió en parte de la población. Rifle en mano los soldados de Villa recorrían las calles. En esos momentos no combatían porque no tenían con quién, los centinelas habían sido muertos, pero esperaron que se organizaran los asustados soldados norteamericanos. [...] Los soldados americanos, al mando del general Herbert L. Slocum, Jefe del 13º Regimiento del Ejército, entraron al combate. Las ametralladoras americanas dispararon inútilmente. Los soldados mexicanos no se amedrentaron y entablaron combate cuerpo a cuerpo. Las llamas del incendio denunciaban a los soldados americanos, cazados por las balas de su enemigo con la misma falta de piedad que ellos tuvieron en Agua Prieta, cuando ayudaron a Elías Calles a combatir al general José Rodríguez. La sonrisa franca del Centauro del Norte, se hizo amplia: fiereza en sus ojos, agilidad en sus manos, exactitud en sus tiros, mientras su cerebro trabajaba y dictaba con precisión la ahora de la retirada. Allí demostró a los militares del ejército americano, sostenedores del Presidente Wilson, que él y sus hombres personalmente no les tenían miedo y llegaban hasta ellos, dispuestos a demostrarles su desprecio. Se batieron como era costumbre en ellos, pero como nunca”.
Meses antes, a principios de este año, Villa había regresado a la guerrilla -que antes fue su forma tradicional de lucha-, seguido de unos cientos de hombres entre los cuales ya no se encontraban aquellos de las clases altas y media que antes lo apoyaron como Felipe Ángeles, José María Maytorena o Silvestre Terrazas. Su pequeño ejército lo dividió en contingentes al mando de los pocos generales que aún le eran fieles y con ellos asaltaba minas y haciendas de propietarios norteamericanos. Con uno de estos grupos realiza el ataque.
Como consecuencia de este hecho, el día 15 de este mes y año, sin formalidad diplomática alguna, una columna de 10 mil hombres del ejército norteamericano al mando de J. J. Pershing invadirá el estado de Chihuahua. Entre los jóvenes oficiales norteamericanos se encontrarán algunos que serán famosos en la Segunda Guerra Mundial, como el futuro General Patton.
Diez días después, el gobernador del estado de Chihuahua, Ignacio Enríquez, ante el malestar popular, declarará a la prensa que la de Pershing, no es una fuerza invasora sino que ésta ha sido aceptada por el gobierno y tratará de hacer recaer en Villa la responsabilidad de los hechos para crearle una mala imagen. Esto no le resultará porque de pronto aumenta la popularidad de Villa y a corto plazo le beneficia porque lo convierte en símbolo de la resistencia contra los norteamericanos, de suerte que en septiembre de nuevo contará Villa con miles de hombres bajo su mando. Sin embargo, a mediano y a largo plazo, le afectará tan negativamente que tendrá que aceptar la amnistía y retirarse a una hacienda. Pershing con su expedición punitiva se retirará de México el 5 de febrero de 1917 sin haber logrado siquiera acercarse a Villa.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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