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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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El Congreso de los Estados Unidos de América, aprueba la anexión de Texas y fija como límite al sur,  el río Bravo. 

Marzo 1 de 1845

El Sur, decía la publicación "Mobile Advertiser" en esos días, "desea que se admita a Texas en la Unión americana por dos razones: primera, para equilibrar al Sur con el Norte; y segunda, para contar con un lugar seguro y conveniente por sus buenas tierras y su clima saludable para una población de esclavos".

Después de la admisión de Texas como un nuevo Estado, el presidente Polk envía como ministro a John Slidell con la misión de obtener el reconocimiento del gobierno mexicano de la línea divisoria establecida por el Congreso texano; gestionar el pago de reclamaciones hechas por norteamericanos y negociar para que California y Nuevo México pasen a Estados Unidos. Por su parte, el 31 de marzo siguiente Juan Nepomuceno Almonte, representante del gobierno mexicano, solicita su pasaporte diplomático y sale de Washington.

En el mes de julio siguiente, Polk ordenará al general Zachary Taylor organizar un ejército en Corpus Christi y al comodoro Conner preparar una escuadra en el Golfo de México. En los meses siguientes en preparación de la inminente invasión de México, el general Stephen Kearny se movilizará hacia Nuevo México y California, el general John Wool hacia Nuevo León, Coahuila y Chihuahua y ya en plena guerra el general Winfield Scott desembarcará en Veracruz al frente de doce mil efectivos.

Entretanto, Slidell llegará a México con el carácter de ministro residente y no con el de enviado extraordinario con poderes plenos y expresos de arreglar el asunto en cuestión, por esta razón, el 20 de diciembre de este mismo año, el gobierno mexicano se negará a recibirlo. En el ínterin ocurrirá la rebelión de Mariano Paredes y Slidell temeroso de que la revolución le perjudicara saldrá del país el 30 de diciembre de 1845. A su salida, quedarán interrumpidas las negociaciones para definir la frontera. Este mismo mes de diciembre, en su discurso anual, Polk planteará ante el Congreso de su país, que Estados Unidos tendrá que entrar en guerra con México. Al parecer, el presidente norteamericano teme que con la complicidad de militares mexicanos, Gran Bretaña se le adelante y se apodere de la costa del Pacífico, desde California hasta Oregón.

Así comenzará a gestarse una guerra de agresión y despojo contra México, un inmenso país semipoblado por unos siete millones de habitantes, sin identidad ni cohesión nacionales, (gran parte indígenas marginados), asentados mayoritariamente en su región centro, sumido en constantes asonadas militares, y con un ejército indisciplinado y mal dotado de armamento usado  en las guerras napoleónicas, por una pujante nación de veinte millones de habitantes, con disponibilidad de mano de obra abundante y joven, ávido de nuevas tierras y en pleno desarrollo tecnológico e industrial, capaz de suministrarle moderno y eficaz armamento, pertrechos y abastecimientos abundantes. El resultaba de esa guerra tan desigual cualquiera lo podría imaginar.

Escribe Antonia I. Castañeda (Una guerra de violencia y violaciones: Las consecuencias de la conquista): “Aparentemente, la guerra fue por territorios, expansión continental, acceso a los puertos del Pacífico, y acceso y propiedad de los maravillosos minerales y riquezas del subsuelo. La guerra fue por tierra, trabajo y riqueza. Sin embargo, también fue por idioma, cultura, raza y religión. Era por una manera de ser. Era por una manera de entender el mundo.

Tenemos que comprender que la guerra entre Estados Unidos y México fue por violencia, racismo, apropiación y expropiación. La guerra fue por esclavitud y acceso a más tierras productoras de algodón que incrementarían el tamaño de la población esclava. La guerra fue por el trabajo, la adquisición o la hechura de riquezas, por el desarrollo capitalista y lo que eso significa. La guerra fue por la plusvalía de algunos grupos, y en ese proceso hubo gente que fue violada. La violencia no sólo fue militar, sino que además fue una violencia contra el alma, una violencia contra el espíritu tanto de aquéllos que cometieron la violencia como de aquéllos que la sufrieron.”

Es frecuente que el gobierno de los Estados Unidos aplique un doble rasero para juzgar sus propias acciones y las de otras naciones. Así como hoy tacha de intransigente la actitud del gobierno Mexicano por no reconocer la independencia de Texas, mañana Lincoln desatará una costosa y sangrienta guerra para no permitir la secesión de sus estados del Sur.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.