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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

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Como resultado de una pugna Iglesia-Estado, Carlos III expulsa por decreto a los Jesuitas del territorio colonial

27 de Febrero de 1767

Durante el proceso de la Contrarreforma, los jesuitas se constituyeron en el mayor sostén de la Iglesia, su poder e influencia fueron creciendo tanto, que en el siglo XVIII, esa misma fuerza se convierte en su debilidad, pues a la vez que se les considera como representantes de la política papal dentro de los estados, son objeto de animadversión por parte de determinados sectores de la propia Iglesia.

"El regalismo, como subordinación de la autoridad eclesiástica al rey, fue el sello del gobierno borbónico. Para Carlos III y sus ministros, los privilegios que tenía la iglesia eran incompatibles con los intereses del Estado. La intención era entonces terminar con la vieja metáfora de que el rey era el padre y la iglesia la madre de la familia hispánica, para desarrollar una concepción masculina de la política, con una sola cabeza, y ésa era la del rey. Los escritores y políticos ilustrados en España defendieron esta postura que sometía a escrutinio toda la estructura legal de la iglesia y su participación en la vida de la sociedad. La posición no hubiera tenido éxito si no hubiera contado con el apoyo de un sector de la iglesia, al cual se le llamaba jansenista. Fue este grupo el que consideró extravagantes, sobredoradas y de mal gusto las iglesias del barroco tardío, defendiendo la sencillez y sobriedad del estilo neoclásico. Fueron también los jansenistas, tanto en Europa como en América, los que atacaron severamente a los jesuitas -quienes defendían el poder del papa y buscaban mantener su independencia ante la autoridad de los obispos. (Nueva historia Mínima de México).

Esta lucha se traslada a Nueva España y se concreta en la expulsión de los jesuitas.

Aprovechando los desafortunados hechos ocurridos en las reducciones del Paraguay, el portugués Sebastián José de Carvalho e Mello, marqués de Pombal, consigue en 1758 que se les prohíba mantener sus establecimientos en América; y, tras el atentado contra José I, los jesuitas son expulsados de Portugal y sus bienes expropiados al año siguiente.

En España, Carlos III, desde su llegada al trono en 1759, se muestra hostil a los jesuitas, pues dedicados a la educación y evangelización, introducen la filosofía moderna en la Nueva España, además de que sostienen el contractualismo escolástico, que si bien acepta que todo poder dimana de Dios, pone en plano de igualdad jurídica a los reyes y a los pueblos, de modo que si un soberano rompe el pacto de velar por su pueblo, éste puede derrocarlo, aprehenderlo y hasta cometer tiranicidio. Considera que se han enriquecido enormemente en las misiones, que interfieren en la política colonial y que concentran gran cantidad de inmuebles rústicos y urbanos. Hay entre los jesuitas de las colonias españolas notables escritores de filosofía, historia y lenguas indígenas.

Después del motín de Esquilache, iniciado en Madrid en 1766, algunos jesuitas son acusados de ser sus instigadores; entonces, los políticos reformistas, presididos por Aranda y Campomanes inician una “pesquisa secreta” para dilucidar su participación en el citado motín e investigar sus anteriores actividades. Como resultado de la indagación, se deduce una actuación antiestatal y esto es lo que fundamenta –en parte- el decreto de su expulsión, avalado por la jerarquía eclesiástica y de las otras órdenes religiosas.

En realidad, los jesuitas, a diferencia de otras órdenes religiosas, se negaban a negociar con los estados no católicos y lo más importante, sostenían los derechos de la Iglesia contra los regalistas (defensores de las regalías o derechos privilegiados de la corona en las relaciones de ésta con la iglesia). Es decir, eran un poder que se oponía a la monarquía absoluta, incluyendo la subordinación de la Iglesia al rey, a la que aspiraba Carlos III.

La expulsión se realizará en la península española entre el 31 de marzo y el 2 de abril, y en América, entre junio-julio.

En cumplimiento del decreto de expulsión, la madrugada del 25 de junio de este mismo año, las fuerzas armadas con el delegado del virrey Carlos Francisco de Croix al frente, notificará a los jesuitas en la Casa Profesa y en todos los colegios de la Nueva España que por orden del rey Carlos III, quedan desde ese momento incomunicados y tendrán que salir para España sin más pertenencias que el breviario, la ropa puesta y el dinero que pertenezca a cada uno. Al momento de su expulsión, los jesuitas tienen 25 colegios, 11 seminarios, 5 residencias y una casa profesa, además de 135 misiones. Entre los jesuitas expulsados se encuentran los eruditos Andrés Cavo, Francisco Javier Clavijero y Francisco Javier Alegre.

En la misma mañana en que los podrán presos, el virrey de Croix publicará la orden de destierro que termina con un par de frases que no admiten discusión y ponen el punto final: “con la prevención de que estando estrechamente obligados todos los vasallos de cualquier dignidad, clase y condición que sean, a respetar siempre las justas resoluciones del Soberano, deben venerar, auxiliar y cumplir éstas con la mayor exactitud y fidelidad porque Su Majestad declara incursos en su real indignación a los inobedientes y a los remisos… y pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno.”

El mismo procedimiento de expulsión de los jesuitas se seguirá después en sus misiones.

Los jesuitas se someterán inmediatamente a la orden del rey, no así sus alumnos, amigos y parientes en Pátzcuaro, Guanajuato, San Luís de la Paz y San Luís Potosí, en donde se registrarán motines que serán reprimidos con mano dura. El visitador José de Gálvez ordenará la ejecución de 69 manifestantes. A poblaciones amotinadas, como Guanajuato, se impondrán multas anuales que se prolongarán hasta la época de la insurgencia de 1810.

Una tercera parte de los jesuitas expulsados eran misioneros entre los indios nómadas del norte, otra tercera parte trabajaba en obras caritativas y en el ministerio pastoral, y aproximadamente 120 se dedicaban a la enseñanza en colegios de ciudades de Nueva España.

Al su llegada a la metrópoli, serán desterrados de España. Más de 6,000 jesuitas viajarán a los Estados Pontificios, pero el papa Clemente XIII no los admitirá; de ahí pasarán a Córcega, hasta que en septiembre de 1768 se instalarán definitivamente en Bolonia y Ferrara, con el consentimiento papal. Al siguiente año, serán expulsados de Nápoles.

La Compañía de Jesús llegó a Nueva España en 1572, y pronto dejó sentir su influencia en la integración de la sociedad virreinal y en la formación de las clases dirigentes de este reino. “Para el sustento de sus instituciones, los jesuitas obtuvieron recursos económicos y propiedades por medio de donaciones, limosnas, rentas de inmuebles urbanos, censos de capitales y la comercialización de productos de sus diferentes haciendas. Las fincas se dedicaron al cultivo de cereales (maíz, trigo, cebada, frijol, entre otros) y al de caña, por medio de la cual producían azúcar en sus ingenios y trapiches; a la cría de ganado (ovejas, cabras, cerdos, vacas, caballos y mulas); asimismo, contaron con pequeños obrajes para la manufactura textil… En todos sus colegios, haciendas y obrajes los jesuitas emplearon esclavos negros,” especialmente en los ingenios, como el de Nuestra Señora de Rosario en Xochimancas, hoy Morelos. (Pineda Alillo Julieta. Los esclavos de los Jesuitas).

Será hasta 1813 que se restituirá en México La Compañía de Jesús.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.