Franceses e ingleses combatían en Norteamérica desde 1754 para apoderarse de los territorios del noroeste. Dos años después, Prusia, recién aliada de los ingleses, al invadir Sajonia provocó que la guerra se extendiera a Europa, África, Filipinas y la India, e involucrara a los reinos de Austria, Rusia, Suecia, España y Portugal.
En 1761 los españoles se vieron arrastrados a participar en el conflicto al lado de Francia por los pactos de familia firmados desde 1733 entre los borbones que reinaban en ambos países y que habían permitido a España recuperar Nápoles y Sicilia primero y después ganar Milán, así como los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla en 1748. Sin embargo, el tercer pacto firmado el 15 de agosto de 1761 por Carlos III de España, casi al final de la llamada guerra de los siete años, y que tuvo por objeto arrebatar a los ingleses Gibraltar y Menorca, fue muy desastroso para los españoles.
“España entregó la Florida a Gran Bretaña. Los ingleses devolvieron La Habana y Manila a los españoles. Francia, en compensación, cedió a España, la Luisiana al oeste del Misisipi. Los franceses perdieron casi todas sus posesiones americanas y los españoles constataron su vulnerabilidad en América. Esta guerra tuvo graves consecuencias para el Imperio español: los Borbones vieron la necesidad de introducir reformas de fondo en el régimen colonial, promover la ocupación del norte de la Nueva España y establecer un sistema militar de defensa para evitar una incursión inglesa en su territorio. Los objetivos principales de las reformas fueron: cancelar la antigua forma de gobierno e instaurar una nueva, contar con hombres fieles a la metrópoli e impulsar la economía, a fin de obtener un significativo excedente económico”. (Sordo Cedeño Reynaldo y Sierra Moncayo María Julia. Atlas Conmemorativo 1810, 1910, 2010).
Doralicia Carmona. Memoria Política de México.
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