20 de Noviembre de 1761
Nacido hacia 1730 o 1731 en el barrio de San Román en Campeche, Jacinto adoptó el nombre de Canek, quien había sido un cacique Itzae de Petén que nunca fue doblegado por los españoles. Se educó en el convento franciscano de Mérida, de donde fue expulsado por su rebeldía y luego trabajó como panadero. Desde octubre de 1760 comenzó a hacer circular cartas invitando a una rebelión que debía estallar en enero de 1762.
Puesta la conjura al descubierto, hoy, durante la festividad de Cisteil, arenga en maya a los indígenas y los incita a matar a los blancos y mestizos que los explotan:
“Hijos míos muy amados: no sé que esperáis para sacudir el pesado yugo y servidumbre trabajosa en que os ha puesto la sujeción a los españoles; yo he caminado por toda la provincia y he registrado todos sus pueblos y, considerando con atención que utilidad nos trae la sujeción a España, no hallé otra cosa que una penosa e inexorable servidumbre... El juez de tributos no se sacia ni con los trabajos que cercan en la cárcel a nuestros compañeros, ni satisface la sed de nuestra sangre en los continuos azotes con que macera y despedaza nuestros cuerpos”.
Canek, igual que sus ancestros mayas recurre otra vez a las armas. Antes que él, sus antepasados se rebelaron cuando se hacía intolerable la explotación a que los sujetaban los españoles o cuando éstos atentaban contra su cultura en forma extrema. Por eso, en noviembre de 1546 se produjo la primera rebelión de los mayas de las provincias de Sotuta, Ah Kin Chel, Cochuah y Calotmul en la que fueron ultimadas decenas de familias españolas, lo mismo que centenares de indígenas “traidores” que les servían. El odio alcanzó a perros, gatos y hasta árboles que fueron sacrificados para erradicar toda huella de los explotadores, quienes finalmente los vencieron.
En 1712 se dio la más importante revuelta tzeltal originada en el pequeño poblado de Cancuc que abarcó también a los pueblos tzotziles y ch’oles, como respuesta a las onerosas cargas impuestas por el obispo Álvarez de Toledo. La rebelión tuvo su fundamento religioso en la supuesta aparición de la Virgen a la joven María Candelaria, quien aseguró que le dijo el 10 de agosto de 1712: “ya no hay Dios ni rey” y que venía a liberar a los naturales del dominio español. Así se creó un nuevo culto y se planteó un nuevo Estado teocrático indígena independiente, con un ejército propio formado por los “soldados de la Virgen”. Cancuc fue rebautizada como “Ciudad Real”, capital de la Nueva España de los indios. Durante la rebelión, algunos españoles de Chilón y Ocosingo fueron asesinados y las mujeres hispanas fueron obligadas a casarse con indios o a servirles como criadas o mancebas. La violencia también se extendió a los indígenas que se negaron a unirse al movimiento. La reacción del gobierno español fue combatir a los alzados con milicias reunidas en Chiapas, Guatemala y Tabasco. El 21 de noviembre siguiente fue retomado Cancuc por los españoles. Grande fue el número de indígenas muertos y cientos fueron los ajusticiados tras la derrota maya. En enero de 1713, cayeron las últimas poblaciones ch’oles rebeldes y se dio por sofocada la revuelta. Los sobrevivientes mayas fueron reubicados en lugares muy distantes para evitar que reintentaran sublevarse.
Casi cinco décadas después de esta última rebelión, hoy tiene lugar el movimiento de Jacinto Uc Canek.
Para persuadirlos de su fuerza, Canek hará creer a los indígenas que está dotado de poderes de taumaturgo, que cuenta con varios brujos y que el triunfo de los mayas está escrito en el Chilam Balam. Asimismo, en sus escritos mencionará que junto al pueblo rebelde está también el dios cristiano.
Canek prometerá a quien lo siga que contará con el apoyo de los ingleses y que quien muera en batalla resucitará al tercer día o tendrá abiertas las puertas del paraíso.
Enterado del hecho, el capitán Tiburcio Cosgaya, comandante de Sotuta, los atacará con un reducido grupo de soldados, los cuales resultarán todos muertos, incluyendo dicho capitán. Esto animará a los indígenas a seguir con su rebelión y a invitar a su movimiento a otras poblaciones. Coronado rey de los mayas como Chichán Moctezuma, una especie de reencarnación de Kukulkán-Quetzalcóatl, encabezará la rebelión en contra de los españoles, abolirá los tributos, distribuirá entre el pueblo las mantas y animales destinadas a los españoles, nombrará gobernadores, capitanes generales y tenientes, y ratificará a los caciques y principales que se unan a su causa. Ordenará no matar españolas principales para desposarlas con sacerdotes y capitanes mayas. Asimismo, declarará como su capital al pueblo de Maní.
Sin embargo, a la semana siguiente, dos mil hombres del ejército español al mando de Estanislao del Puerto atacarán Cisteil y ocuparán la plaza con el saldo de unos 500 mayas y 40 soldados muertos. Canek se refugiará en la hacienda de Huntulchac y, perseguido, huirá a Sivac, lugar donde será aprehendido con parte de su gente en diciembre del mismo año de 1761.
Serán llevados a Mérida, ejecutados y descuartizados en la plaza principal. Mario Humberto Ruiz (Las lágrimas de los indios, la justicia de Dios) describe el acto: “La crueldad alcanza su vértice en la persona del líder. A caballo, humillantemente vestido y con una corona de piel de venado como mofa a su pretendida realeza, se hizo entrar a Canek a Mérida, para asistir a un rápido juicio donde se le condena a ser ‘roto vivo’ –‘quebrándole los brazos y piernas a golpes’-, y desgarrada su carne con tenazas. Una vez ‘muerto naturalmente, y esté tres horas expuesto en dicho cadalso para que todos lo vean, se quemará su cuerpo y sus cenizas se darán al viento’. Los 69 sobrevivientes de la batalla fueron obligados a presenciar el suplicio la mañana del 14 de diciembre”.
Días después, doscientos indígenas más serán azotados y amputados de una oreja.
Ermilo Abreu Gómez, en su poético libro Canek, recrea el final del héroe maya:
“En la sabana de Sibac los esbirros aprehendieron a Canek y a sus amigos. Uno de los esbirros, de nombre Malafacha, le ató las manos.
-Capitán -dijo Canek-, le va a faltar cordel.
Malafacha torció el nudo.
-Es inútil, capitán - añadió Canek-, le va a faltar cordel para atar las manos de todo el pueblo.
Canek sonrió. La sangre escurría de sus manos como una llama dócil.
Los dragones regresaron cantando canciones devotas. Detrás de ellos, atados con cadenas, cubiertos de polvo y de sangre, arrastrando los pies, caminaban los indios prisioneros en Sibac. Delante de los indios, Canek parecía un escudo y una bandera: el pecho cubierto de sangre y el cabello agitado por el viento.
Los indios aprehendidos fueron azotados en la cárcel. Los soldados que custodiaban a Canek dejaron de hablar: en las espaldas de Canek aparecieron las estrías de los cintarazos.
Los jueces acordaron cortar una mano a Domingo Canché. El verdugo, acostumbrado a matar por la espalda a los indios, en presencia de Canché tuvo miedo y de las manos se le cayó el machete. Lo recogió Canché y, de un tajo, se cercenó la mano. Luego se la entregó al verdugo.
Para que el alma de Ramón Balam llegara más pronto al infierno, el verdugo le ahorcó con un cordel empapado de aceite. Como no había aceite en el cuartel, usó el aceite del altar. En el silencio de la tarde, el cuerpo de Balam olía a incienso. Una paloma durmió en el hueco de sus hombros.
Fray Matías fue bueno con Canek. Fray Matías le visitó en la cárcel, conoció su inocencia y le hizo quitar los grillos. Mientras Canek recordaba al niño Guy, Fray Matías lloraba sobre las rodillas del indio.
Cuando Jacinto Canek subió al patíbulo, los hombres bajaron la cabeza. Por eso nadie vio las lágrimas del verdugo, ni la sonrisa del ajusticiado. En la sangre de Canek, la sangre de la tarde era blanca. Para la gente los luceros eran de sal y la tierra de ceniza.
En un recodo del camino a Cisteil, Canek encontró al niño Guy. Juntos y sin hablar siguieron caminando. Ni sus pisadas hacían ruido, ni los pájaros huían delante de ellos. En la sombra sus cuerpos eran claros, como una clara luz encendida en la luz. Siguieron caminando y cuando llegaron al horizonte empezaron a ascender.”
Doralicia Carmona. Memoria Política de México.
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