Home Page Image
 
Edición-2020.png

Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Luchan tropas federales e indígenas yaquis sublevados en contra del gobierno de Porfirio Díaz en La Angostura, Sonora.

Noviembre 8 de 1899

Tras cruenta lucha, los sobrevivientes de la matanza, son enviados y vendidos como esclavos en las haciendas henequeneras de Yucatán y Quintana Roo o en las haciendas tabacaleras de Valle Nacional, al sur de Oaxaca, que es un lugar temido porque la gente es llevada por medio de contratos falsos, por arresto policiaco, por secuestro, o como parte de la política de movilización de grupos indígenas para exterminarlos; por agotamiento, hambre y palizas. Solamente resisten de tres a cinco meses; cuando su salud es minada, los arrojan a los pantanos, donde son devorados por los cocodrilos sin importar que estén muertos o agonizantes.

El coronel Ángel García Peña, jefe de la Comisión científica de Sonora, el 26 de mayo de 1900 enviará una memoria al Secretario de guerra en la señala entre otras cosas que: “…parecerá exagerado decir, que uno de nuestros principales enemigos es la mujer yaqui. Y no cabe duda, pues la madre es la que forma los primeros elementos de educación del niño, le engendra desde que principia a tener la primera noción de las cosas, el odio al Yori (blanco)… Sacando de aquí (del río) a las mujeres y a los niños así como a los hombres más tenaces, se conseguirá que ellas, que son por naturaleza vigorosas y fecundas, vayan al interior del país a formar nuevas familias, con otras tendencias, por efecto del cambio de ambiente social, y los niños se ilustrarán en los colegios, desapareciendo de su mente la idea de eterna rebelión y latrocinio que en el Yaqui son congénitas… sacando del Estado a toda la tribu, sería el remedio radical; y en efecto ese sería sin la menor duda; pero esto traería como consecuencia ineludible un mal mayor, causando un trastorno económico al Estado, cuyas consecuencias no son calculables. El Yaqui está incrustado en nuestro modo de ser social: es el peón de campo, el vaquero del rancho, el peón de raya de las labores, el barretero de las minas, el trabajador en las reparaciones de los ferrocarriles, el peón de mano en la obra de albañilería de la ciudad, el atrevido marinero y en muchos casos, el hombre de confianza de las familias. ¿No se cometería al deportarlos, un acto de injusticia y hasta de ingratitud, con el que sirve con la excelencia de su energía física, todas las manifestaciones del trabajo? Por otra parte, no pudiendo por el momento sustituir al Estado de estos brazos, ¿de qué magnitud sería el trastorno para el propietario, para el industrial, el minero, etc., arrancándole los únicos de que puede disponer para su negocio?... catorce años de la lucha, no han sido bastantes para rendir a esta tribu los elementos militares que se han aportado al Yaqui, y esto hace pensar necesariamente que la solución del problema no reside esencialmente en la guerra, y que aplicar el remedio único y radical, que es la destrucción de toda la raza, ni es justo, ni es civilizador, ni muy posible practicarlo, porque como se ha dicho, el Yaqui vive incrustado en nuestro modo de ser social y constituye un quince por ciento de la población total del Estado… los hacendados de aquella región se hayan manifestado… indiferentes a la guerra del Yaqui, cuyo estado siempre los favorece. Cuando los indios están en guerra, ellos tienen peones baratos porque allí es su refugio y allí son recibidos con los brazos abiertos; y en cambio, cuando están en paz y dada la afición del terruño de la raza indígena, se verifica la emigración de los Yaquis hacia el río, y por consiguiente la pérdida de tan precioso elemento de prosperidad para sus propiedades. Hay pues una liga entre los intereses particulares del Estado en que se sostenga la lucha, y el de la Federación en destruirla.

… la solución del problema de la pacificación del Yaqui, reside, no solamente en la lucha por medio de las armas, sino también en traer elementos extraños al Estado, aportados de otras localidades y entremezclarlos aquí, y sobre todo, población nueva que cultive estos terrenos… muy especialmente si esos elementos sanos de población se preocupan del cultivo del algodón, que traería para el país el bien inmenso de que esos millones que van al extranjero en busca del filamento que piden muchos industriales locales, quedaran dentro del país. De este modo, en breve espacio de tiempo se lograría, dada la espontaneidad con que se produce el algodón en esta región, convertirlo en un artículo de exportación… no debe preocuparse ya el Gobierno de una cuestión de justicia dando sus lotes de terreno a los indios, pues este asunto está bien debatido, y perfectamente demostrado que no es eso lo que estos indios han querido, pues sus terrenos los han abandonado para lanzarse a la rebelión…”

El pueblo yaqui se caracterizó por su lucha por la autodeterminación y defensa de su soberanía territorial. Los conquistadores españoles penetraron su territorio a principios del siglo XVII mediante un tratado de paz que permitió la entrada de misioneros jesuitas que influyeron en su organización; fueron ellos quienes concentraron a los yaquis -que vivían dispersos-, en ocho pueblos; Cócorit (Espíritu Santo), (Santa Rosa) Bácum, (San Ignacio) Tórim, (La Natividad del Señor) Vícam, (Santísima Trinidad) Pótam, (Asunción) Rahúm, (Santa Bárbara) Huírivis y (San Miguel) Belén.

En 1740 los yaquis se sublevaron por primera vez; las causas, según algunos autores, fueron por el abuso de algunos jesuitas contra la población; otros, dicen que fue por su incapacidad para satisfacer las necesidades de la población en crecimiento. El caso es que la sublevación terminó con la ejecución de los jefes yaquis.

En 1825, Ignacio Juzacamea “Juan Banderas”, encabezó una rebelión para proclamar la independencia de la “Confederación India de Sonora”, que abarcaba a yaquis, pimas bajos, ópatas y a los mayos. Pese a la paz firmada en 1826, se inició un sistemático ataque contra ellos para despojar de tierra a los yaquis y repartirla entre los colonos.

Desde 1880 el gobierno de Porfirio Díaz instrumentó medidas jurídicas e ideológicas, tales como desconocer los títulos que amparaban su posesión basados en la Ley Lerdo que había extinguido la propiedad comunitaria y en consecuencia, las tierras no tenían dueño, así como continuas declaraciones en el sentido de que el “único medio existente para domesticar a la fiera era la muerte”. Ante la amenaza de perder sus tierras, en 1882 los yaquis tomaron las armas bajo el mando de José María Leyva “Cajeme”, quien logró conformar un ejército armado con carabinas y rifles, arcos y flechas. Así, durante algunos años los yaquis pudieron controlar un territorio al que los blancos o “yoris” no podían ingresar sin su consentimiento y en su caso, mediante un determinado pago. En 1886, la persecución y las enfermedades diezmaron a los yaquis, que se refugiaron en las serranías y en las islas cercanas; el barco “El Demócrata” persiguió y capturó indios refugiados en las islas y los tiró al mar infestado de tiburones. En tierra firme, Cajeme fue derrotado, capturado y fusilado en 1887, hecho con el que el gobierno dio por concluida la guerra del Yaqui.

Pero, repuestos de la derrota, volvieron a la lucha para recuperar y defender sus tierras, al mando de Juan Maldonado “Tetabiate”. Después de crudelísimas batallas, en 1897 fue firmado el “Tratado de paz de Ortíz”, mediante el cual el gobierno se comprometía a deslindar y entregar tierras a los yaquis. Una comisión científico militar fraccionó y distribuyó terrenos a los yaquis sometidos, pero los indígenas no lo aceptaron porque el territorio de ambas vegas del Río Yaqui fue dividido en ocho cuadriláteros, que conformaron las ocho colonias yaquis. Fueron asignadas cuatro hectáreas para cada adulto y media hectárea para cada niño con un total de 6,000 predios. La división fue aprovechada por los jefes civiles y militares para apropiarse de grandes extensiones de la mejor tierra para ser colonizada. Es por esta razón que en 1899 surgen nuevos brotes de violencia que rápidamente son sofocados por el ejército; es así cuando hoy ocurre la batalla de La Angostura.

El levantamiento terminará con la derrota y el asesinato de Tetabiate en 1901, la intensificación de la ofensiva genocida del gobierno porfirista y la aceleración de la colonización del territorio por latifundistas extranjeros y nacionales. Diezmados y perseguidos, los yaquis se refugiarán en la sierra donde continuarán la lucha hasta 1913. Uno de los jefes siguientes, Sibalaume, se aliará a los magonistas. Durante la revolución, los yaquis participarán al lado de las fuerzas de Obregón, pero en 1926, cuando se abren otras 50,000 hectáreas a la colonización, se desatará un nuevo levantamiento que se prolongará hasta fines de 1929, cuando Emilio Portes Gil, nuevo Presidente, firmará un convenio de paz con el pueblo yaqui.

Finalmente, en 1939 y bajo el régimen presidencial de Lázaro Cárdenas, serán reconocidas 489,000 hectáreas como propiedad del pueblo yaqui, al mismo tiempo que se les autorizará la utilización del 50 por ciento de las aguas almacenadas en la presa “La Angostura”, que ahora se llama “Lázaro Cárdenas”, para la irrigación de sus tierras. Hoy la mayor parte del agua es usada por los agricultores del distrito de riego Nº 41. En esta presa y en otras, es retenida el agua del Río Yaqui, que ahora está seco. ¿Y... los yaquis...?... los pocos que quedan sobreviven en condiciones paupérrimas.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.