Octubre 27 de 1817
El 25 de octubre anterior, después de atacar Guanajuato, habían dispersado sus tropas. Mina y Moreno se retiraron a la hacienda de La Luz, donde los restos de sus tropas fueron disueltos y les recomendaron que se reincorporaran a sus respectivos distritos. Con una escolta de sesenta hombres, ambos caudillos llegaron la mañana del 26 de octubre al rancho de El Venadito, perteneciente a la hacienda de La Tlachiquera, donde pernoctaron.
Al amanecer, encontrándose Moreno desarmado y de pie, tomando una taza de café, una partida de realistas, de las tropas de Orrantia, cae sobre ellos disparando sus armas sobre los insurgentes guarecidos. Moreno es acribillado cuando intenta defenderse con un machete; su cadáver será decapitado y su cabeza llevada por Orrantia como triunfo.
Los sobrevivientes serán hechos prisioneros, entre ellos Francisco Javier Mina, quien será maltratado y trasladado a Silao, en donde permanecerá prisionero y fusilado el próximo 11 de noviembre.
Martín Luis Guzmán en “Javier Mina, Héroe de España y de México”, escribió: “Después de la acción de la Caja, Orrantia había regresado al campo de Liñán con un convoy de víveres y municiones. No tardó, sin embargo, en volver a la persecución de Mina. Entró en Puruándiro el mismo día en que Mina había salido de aquel lugar; pero incierto en cuanto a la dirección que hubiesen tomado los insurgentes, todavía se preguntaba en una hacienda inmediata a Irapuato lo que le convendría hacer, cuando en la madrugada del día 25 el incendio de Valenciana vino a sacarlo de dudas.
Sin parar, continuó, y como en Irapuato lo informaran sobre la retirada de Mina hacia la Luz, tomó el camino de Silao, donde entró, en demanda de noticias ciertas, el día 26 por la tarde, pues por dondequiera que pasaban grupos insurgentes se oían rumores de haberse visto a Mina. Al fin, gracias a la información que en Silao le dieron, se dirigió al rancho del Venadito con sus 500 caballos.
En la confianza de hallarse a salvo en sitio tan seguro, Mina, a quien había venido a ver Moreno con alguna gente de caballería, se puso a descansar por vez primera desde hacía mucho tiempo. Se quitó el uniforme; permitió que desensillasen.
El día 27, al amanecer, Orrantia, ya a la vista del rancho, mandó que avanzaran al galope 120 dragones del Cuerpo de Frontera al mando del coronel José María Novoa. La sorpresa fue completa. Aquellos de los insurgentes que intentaron defenderse —don Pedro Moreno entre otros—fueron muertos. Al ruido, Mina saltó del lecho y, sin casaca, salió presuroso con ánimo de reunir a la gente, lo que le hizo perder tiempo y fue causa de que luego no pudiera huir. Porque, al convencerse de que todo esfuerzo era inútil, ya no pudo encontrar su caballo, ensillado oportunamente por el criado negro que venía sirviéndole desde Nueva Orleáns. Un dragón, sin reconocerlo siquiera, lo cogió preso.
Minutos después Mina se descubrió por sí mismo. Lo llevaron ante Orrantia, que lo llamó traidor a su patria y a su rey; y como él, altivo, contestase con expresiones injuriosas para Fernando VII, Orrantia lo golpeó de plano con la espada. Aquel acto tan innoble hizo justa esta exclamación de Mina: ‘No siento haber caído prisionero, sino estar en manos de un hombre que no respeta su carácter de soldado ni el nombre de español’.
Ese mismo día Orrantia entró triunfalmente en Silao llevando preso a Mina y la cabeza de Moreno en el hierro de una lanza. A Mina le echaron allí grillos. Conforme se los ponían, dijo: ‘¡Bárbara costumbre española! Ninguna nación civilizada usa ya este género de prisiones. ¡Más horror me da verlas que cargarlas!’
De Silao la noticia voló a todas partes. En la ciudad de México se supo el suceso el 30 de octubre a las siete y media de la noche. Se mandó celebrarlo con repiques y salvas. En el teatro se cantó una marcha alusiva, cuya letra improvisó uno de los concurrentes. Y el 1 de noviembre, al comunicarse por correo extraordinario a todas las capitales de provincia el parte de Orrantia, se mandó solemnizar la captura con Te Deum y misa de gracias, que, en Puebla, el obispo cantó de pontifical.
Orrantia obtuvo el empleo de coronel de ejército. Al dragón que prendió a Mina se le ascendió a cabo, se le dieron los 500 pesos de gratificación ofrecida y se le otorgó un escudo diverso del que ostentaría toda la división. Y poco después, el virrey, don Juan: Ruiz de Apodaca, habría de recibir en premio el título de conde del Venadito.
Mina fue llevado por Orrantia al campamento de Liñán, donde se le quitaran las prisiones y se le dio mejor trato. Para encargarse: del proceso se comisionó al coronel que hacía de mayor general del ejército sitiador. Se quería averiguar quiénes habían contribuido en Europa y los Estados Unidos a formar la expedición y con quiénes se relacionaba Mina en el Bajío. Él no accedió a dar ni el menor informe, pero escribió una carta a Liñán —hay quien la tilda de apócrifa— en que, sin hacer traición a su causa, reconocía no haber procedido bien, porque el partido republicano de México no podría adelantar nunca nada ni conseguiría otra cosa que la ruina del país.
El 11 de noviembre, día de San Martín, una escolta condujo a Mina desde el cuartel general del ejército hasta el crestón del cerro del Bellaco. Eran lar cuatro de la tarde. Los dos campos enemigos, suspendidas como de común acuerdo las hostilidades, guardaban silencio profundo. Acompañado por el capellán del 1er. Batallón de Zaragoza; Mina apareció mostrando gran tranquilidad y compostura. ‘No me hagáis sufrir’, dijo a los soldados escogidos para el fusilamiento.
Cayó, herido por la espalda, tras de proferir la queja de que se le diese la muerte de un traidor.
Los restos de Javier Mina yacen hoy en la ciudad de México, al pie de la Columna de la. Independencia; donde una llama que jamás se extingue lo recuerda entre los mayores héroes de la nación mexicana.”
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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