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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

Este Sitio es un proyecto personal y no recibe ni ha recibido financiamiento público o privado.

 
 

 


 


Francisco R. Serrano muere asesinado sin formación de causa en Huitzilac Morelos.

3 de Octubre de 1927

Opositor de Obregón y candidato presidencial del Partido Antirreeleccionista, Serrano y trece amigos habían sido aprehendidos en Cuernavaca, acusados de sublevación, en el camino se les aplica la ley fuga. Gobernador del Distrito Federal en el gobierno de Calles, había renunciado para aspirar a la presidencia. Estos hechos inspirarán a Martín Luís Guzmán a escribir su novela “La Sombra del Caudillo”, que también dará tema a la película del mismo nombre en la que Tito Junco encarna al general Serrano.

Este día 3 de octubre, el Secretario de Guerra, general Joaquín Amaro se reúne con el presidente Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón, quienes comentan que el general Francisco R. Serrano está en Cuernavaca y esperan que las fuerzas del general Juan Domínguez se le unan; han tenido noticia que en Balbuena se han sublevado el general Héctor Ignacio Almada y otros, y que van camino de Texcoco seguidos por cuatro corporaciones. Amaro pregunta a Calles si alcanzan a los sublevados en Texcoco. Saben también que en Perote, Veracruz, han defeccionado dos regimientos y que en Torreón, Coahuila, durante la madrugada se ha sublevado el 16º Batallón.

Serrano había dicho que su estancia en Cuernavaca se debía a que pasaría ahí el día de su santo con un grupo de amigos. Los diarios de este día publican unas declaraciones de Calles que dice que él sabe de sus actividades subversivas, de sus continuos viajes por la República para sobornar a jefes militares; que los amotinados de Torreón han sido vencidos y sus jefes están siendo juzgados en Consejo de Guerra y “que en término muy perentorio quedará extinguido este movimiento. Hoy, a las trece horas…, sale el general José Gonzalo Escobar con dos mil quinientos hombres a batir las fuerzas rebeldes de Texcoco y antes de cuarenta y ocho horas el general Serrano con los que lo acompañan, caerán en manos del gobierno, algo parecido a lo que sucederá al general [Arnulfo R.] Gómez si no huye al extranjero”. También salen publicadas declaraciones de Obregón, dice que la asonada ha fracasado; pide a la Nación que apoye la autoridad del Primer Magistrado de la República y que si la rebelión se prolonga, suspenderá sus actividades políticas para ponerse al servicio del gobierno. El general José Álvarez, jefe del Estado Mayor Presidencial, emite un boletín de prensa: en Torreón el jefe del cuerpo sublevado, teniente coronel Augusto Manzanillo y toda la oficialidad, han sido pasados por las armas.

Una vez que se ha decidido la aprehensión de Serrano, el general Roberto Cruz es comisionado para recibir a los presos en la carretera a Cuernavaca, por ser su amigo, pide que se le releve de ello y le pasan la orden al general Claudio Fox.

En Cuernavaca Serrano y sus compañeros no se han enterado de las noticias recientes. Toda la comitiva de Serrano esta reunida en la casa donde han pasado la noche; ahí llegan los encargados de detenerlos al mando del mayor Ángel Fernández Escobar. La puerta de la calle es golpeada con la culata de los fusiles. Es el anuncio de la aprehensión. Serrano abre la puerta y un oficial en tono respetuoso le dice: “Mi general, tengo órdenes de conducir a usted y sus compañeros presos al Cuartel General”. Serrano le pregunta si el oficial lleva órdenes escritas. Pero no, la orden es verbal. Serrano pregunta si el general Juan Domínguez está en la ciudad –piensa que si se entrega a él, podría salvar a sus amigos de la prisión-; al saber que el general Domínguez no ha regresado de Puente de Ixtla, Serrano toma su sombrero y sale.

Por un cierto sentido del decoro, para evitar el bochorno propio de un general de división, ex-Secretario de Guerra y Marina, candidato a la Presidencia de la República, de marchar por en medio de las calles entre filas de soldados, pide que se les permita a él y sus compañeros presentarse en el Cuartel General, por sí mismos; que son hombres de honor y ninguno pretenderá eludir la prisión. Fernández de Escobar le informa que no puede, que sus órdenes son precisas: llevar a los prisioneros bien custodiados, al Cuartel General. Entonces se forma una doble fila: un prisionero y un soldado; al frente, sin pronunciar palabra, Serrano. La calle se llena de curiosos.

Más tarde, Ambrosio Puente, gobernador de Morelos, se presenta en la Jefatura de Operaciones y pide ver a los prisioneros; Serrano le solicita garantías para sus partidarios; al salir Puente, Serrano se cruza con un empleado de la Embajada de los Estados Unidos que pide entrevistarse con Serrano y dice que tiene órdenes de preguntarle si algo se le ofrece; a lo que éste responde “No, gracias. Un incidente sin importancia. Nos van a enviar a México, donde arreglaré el caso tan luego como hable con el Presidente”.

En varios automóviles llevan a los detenidos con rumbo a la Ciudad de México, custodiados por una compañía del 57º Batallón comandada por el general Enrique Díaz González.

Entretanto, Fox pasa revista al regimiento comandado por el coronel Nazario Medina; lo acompañan el coronel Hilario Marroquín, jefe de la escolta de Amaro, el teniente coronel Carlos S. Valdés, el mayor José Pacheco, el capitán Pedro Mercado del Estado Mayor Presidencial, y otros; parten hacia Cuernavaca, al llegar a Tres Marías, Fox ordena que los coches con la escolta se coloquen a un lado de la carretera y estacionen con dirección a México y esperan al convoy que trae a los prisioneros; al encontrarse, el general Enrique Díaz González los entrega a Fox. Marroquín, y Mercado, registran, desarman y los suben a empellones en los autos, de dos en dos y con tres soldados detrás que los vigilen; Fox se niega a firmar el recibo de los presos y les ordena que se retiren. Luego, Fox tiene un diálogo con Serrano y le dice que van a México. Y retoman el camino. Al llegar a Huitzilac, se avería un auto; en una tienda compran alambres y cordones y los atan; Serrano protesta indignado y lo golpean. Reemprenden la marcha y al oscurecer, se detienen.

Describe lo que siguió Alfonso Taracena (La verdadera Revolución Mexicana) “… en el kilómetro 48, el general Fox dice algo en voz baja al coronel Hilario Marroquín y al capitán Pedro Mercado y se adelanta presuroso. Marroquín y Mercado disputan porque ambos quieren encargarse del grupo en el que queda el general Serrano, a quien, finalmente, el primero baja abofeteándolo y golpeándolo en el cuello con el cañón de la ‘Thompson’ hasta hacerlo sangrar por la boca. Tira del llamador del arma y cruza el cuerpo de Serrano con una hilera de tiros. … Cae y su verdugo le patea el rostro que queda convertido en una masa sanguinolenta. Como si esto fuera la contraseña, se desata un nutrido fuego a quemarropa sobre los prisioneros, que lanzan gritos de terror. El general Miguel Ángel Peralta quiere arengar a los soldados para que se insubordinen… Marroquín vomita injurias tremolando su cuarenta y cinco en una mano y una ‘Thompson’ en la otra… Medina se había detenido en un recodo del camino, a suficiente distancia para no presenciar el macabro espectáculo. Hasta él llega el general Fox a decirle: ‘Medinita: Se me había pasado mostrarle la orden escrita que recibí en la Presidencia de la República para proceder como usted lo ha visto’. Al contar los cadáveres, Marroquín advirtió que eran solamente trece y faltaba uno. ‘¡Falta un cuerpo! ¡Falta un cuerpo! ¡Búsquenlo y tráiganlo!’, gritó. ‘¡Aquí estoy!’, contestó José Villa Arce, trepado en una peña, de donde se le hizo bajar con los tres balazos…”. Los muertos son robados de sus pertenencias y los arrastran para subirlos a los camiones; como no caben, los llevan sentados. Al llegar a México, “se detienen en la Avenida de Las Palmas donde el general Obregón mueve con el pie el cadáver de Serrano diciendo: ‘¡Pero cómo te dejaron, Pancho!’ El general Fox sube al castillo y da cuenta al Presidente Calles de que están cumplidas sus órdenes… don Plutarco indica: ‘Que suba el Cabezón’ —así denominaba a Serrano— y al oír que también está muerto, se suscita un altercado con Obregón, que golpeándose el pecho con su única mano, exclama: ‘Yo di la orden’. Calles alega que no se podrá justificar el crimen y recrimina al general José Álvarez con dureza, pero el facsímil de la orden firmada por el Primer Magistrado, desorienta todo esto”.

Los cadáveres serán llevados al Hospital Militar para hacerles la autopsia. A las doce de la noche, el general Álvarez, entrega a la prensa un boletín: “El general Francisco R. Serrano, uno de los autores de la sublevación, fue capturado en el Estado de Morelos con un grupo de sus acompañantes por las fuerzas leales que guarnecen aquella entidad y que son a las órdenes del general de brigada Juan Domínguez. Se les formó un Consejo de Guerra y fueron pasados por las armas. Los cadáveres se encuentran en el Hospital Militar de esta capital y corresponden a las personas siguientes: General de división Francisco R. Serrano, generales Carlos A. Vidal, Miguel A. Peralta y Daniel Peralta, señores licenciados Rafael Martínez de Escobar, Alonso Capetillo, Augusto Peña, Antonio Jáuregui, Ernesto Noriega Méndez, Octavio Almada, José Villa Arce, licenciado Otilio González, Enrique Monteverde y ex general Carlos V. Araiza”.

Al día siguiente, 4 de Octubre los deudos recibirán los cadáveres de las víctimas de Huitzilac y serán enterrados; Serrano en el Panteón Francés de la capital de la República.

Todos los diputados y senadores antirreeleccionistas serán desaforados por considerarlos inodados en el movimiento rebelde del que acusaron a Serrano. Los generales Arnulfo R. Gómez y Héctor Ignacio Almada, serán perseguidos.

También serán fusilados en Pachuca, el general Arturo Lazo de la Vega; en Zacatecas, los generales Alfredo Rodríguez y Norberto A. Olvera; en Torreón el general Agapito Lastra; y, en Chiapas, el gobernador provisional, Luis P. Vidal, y el diputado Alfonso Paniagua. Dos días después, el 6 de octubre, serán fusilados o ejecutados: en la Prisión de Santiago Tlaltelolco, el ex general José Morán y el coronel Enrique Barrios Gómez; en Ures, Sonora, los generales Alfonso de la Huerta y Barón Medina; en la Escuela de Tiro, el general de brigada Alfredo Rueda Quijano. Se estima en más de 300 el número de asesinados en la siguiente semana bajo la sospecha de apoyar la supuesta rebelión de Serrano.

El 11 de octubre, los diarios estadounidenses “The World” y “The Herald Tribune”, publicarán declaraciones de Calles en respuesta a las versiones propagadas en Estados Unidos, en el sentido de que Serrano, Almada y Gómez eran inocentes del cargo de rebelión; dirá que desde mediados de agosto se sabía del plan de rebelión y que el propio Serrano –dice Calles-, “llegó a pedirme permitiera la destrucción del Poder Legislativo en la sesión previa a la reunión del Congreso. Este hecho se hizo del conocimiento público en México, por confesión espontánea del acusado, en el Consejo de Guerra del ex general Rueda Quijano, jefe de una de las corporaciones que arrastró el general Almada a la infidencia… Todavía horas antes de la defección de Almada y sus elementos, éste ex jefe procuró obtener, en una conferencia personal conmigo, la seguridad de que asistiría yo a otras maniobras militares nocturnas del 2 del presente mes, noche en la que, del mismo campo de las maniobras militares, se retiró Almada con los contingentes que pudo engañar o atraer a su aventura rebelde, y con los pocos jefes que lo siguieron por el camino de la defección”.

Francisco Roque Serrano Barbeytia nace en 1886 en Huatabampo, Sonora, según su expediente de la Secretaría de la Defensa Nacional; hay la otra versión de que nace el 16 de agosto de 1889 en el rancho de Santa Ana, Distrito del Fuerte, Sinaloa y que llega a los cinco años a Huatabampo. Ahí, su hermana Amelia se casa con Lamberto Obregón, hermano mayor de Álvaro. Francisco estudia la primaria y contabilidad lo que le permite trabajar en comercio tanto en Sinaloa como en Sonora.

En 1907 escribe una columna en el periódico Criterio Libre y criticala reelección del gobernador sinoalense Cañedo, lo que provoca su encarcelamiento.

En 1908 trabaja en el tendido de vía Nogales-Guadalajara del ferrocarril Sur-Pacífico. Regresa a Huatabampo y funda el club antireeleccionista de Navojoa.

En 1910, se une a la revolución maderista que encabeza Benjamín Hill, al término de la cual, desempeña el cargo de secretario particular del gobernador de Sonora, José María Maytorena, de 1912 a 1913, cuando se incorpora al Ejército Constitucionalista para combatir la dictadura de Victoriano Huerta..

Presta sus servicios con el grado de capitán, primero en la Columna Expedicionaria de Sonora y después en el Cuerpo de Ejército del Noroeste, bajo las órdenes del general Álvaro Obregón. Así se incorpora al grupo de generales sonorenses y  participa en campañas contra el huertismo, Rápidamente asciende por la jerarquía militar especialmente por sus habilidades administrativas y ya como general de brigada es jefe del Estado Mayor del general Obregón, a cuyo lado entra a la ciudad de México en agosto de 1914. Después, lucha contra el villismo al lado de Obregón y luego contra los indios yaquis. En 1916 ocupa el puesto de oficial mayor de la Secretaría de Guerra y Marina. Es diputado federal por distrito de Huatabampo. En 1920 secunda la rebelión de Agua Prieta contra el presidente Venustiano Carranza.

Durante el gobierno del general Obregón, desempeña, en la Secretaría de Guerra y Marina, el cargo de subsecretario; el 11 de noviembre de 1921 recibe el grado de general de división; y es secretario de la misma dependencia del 4 de marzo de 1922 al 30 de septiembre de 1924. En este puesto emprendió la reducción y el saneamiento de las fuerzas armadas; estableció la rotación de los jefes militares y trató de reformar la legislación militar para institucionalizar al ejército. Así mismo, junto con Obregón, combatió y derrotó la llamada revolución delahuertista. De acuerdo con Obregón, renuncia a la secretaría y emprende un viaje de estudios por Francia y España durante varios meses.

A su regreso, es nombrado Gobernador del Distrito Federal por el presidente Plutarco Elías Calles y toma posesión el 21 de junio de 1926.

Antes de postularse a la presidencia de la República, pide la anuncia del presidente Calles, quien le sugiere consultar al general Obregón. En entrevista con el caudillo, al despedirse, Serrano dice: “Bueno, general, ya sabe usted que vamos a una lucha de caballeros”. Pero Obregón le contesta: “Yo te creía inteligente, Serrano, si en México no hay luchas de caballeros; en ellas, uno se va a la presidencia y el otro al paredón”. (Castro Pedro. Álvaro Obregón: Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana).

Poco tiempo después, Obregón acepta su postulación como candidato a la presidencia de la República por segunda ocasión.

Serrano renuncia el 15 de junio de 1927, solicita su baja del ejército y emprende su campaña antirreeleccionista como candidato del Partido Nacional Revolucionario (así se llamaría también el fundado por Calles dos años después), con lo cual rompe política, personal y familiarmente en forma definitiva con Obregón, quien  ataca a sus opositores desde el inicio de su campaña en Nogales. Por su parte, Serrano acuerda con Arnulfo R. Gómez coordinar sus campañas como candidatos antirreeleccionistas.

Lanza un manifiesto contra la reelección, moderado en cuanto a reivindicaciones obreras y campesinas, conciliador con los católicos, pero nacionalista, “México para todos los mexicanos”. En Puebla lo reciben miles de personas. Este es su mayor y único mitin multitudinario.

Por otra parte, ante la casi certeza de un fraude electoral, Serrano comienza a hacer comentarios acerca de una rebelión armada que aprehendería a los diputados y senadores obregonistas con la posible anuencia de Calles, a quien había revelado sus planes. Calles, al contrario de lo que espera Serrano, llama a Obregón y juntos hacen que el general Eugenio Martínez les revele el plan. Sin embargo, ni Serrano ni sus seguidores habían dado pasos concretos para realizar la asonada; tampoco disponían de armas, soldados y dinero para iniciarla siquiera.

Es así, como hoy, en plena campaña electoral y acusado de participar en un complot para matar al general Amaro, secretario de Guerra y Marina, al general Calles, presidente de la República y al general Álvaro Obregón, candidato presidencial, es asesinado Francisco R. Serrano sin ser sometido a tribunal alguno.

Martín Luis Guzmán en su novela citada, pone en labios de Olivier Fernández, presidente de un partido político, esta sentencia: "la política de México, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar". Obregón y Calles le madrugaron a Serrano y a Arnulfo R. Gómez, acusando, en plena campaña electoral, a los dos candidatos opositores antirreeleccionistas de asonada, sin que a la fecha existan pruebas concluyentes de su culpabilidad.

En la carretera federal México-Cuernavaca, cerca del lugar de su sacrificio se levanta un pequeño monumento en memoria del general Serrano y sus infortunados compañeros, que sustituyó a las cruces que durante muchos años señalaron el lugar de los asesinatos.

Cruces en carretera

Doralicia Carmona D. Memoria Política de México.