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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Henry Lane Wilson

1859-1932

Nació en el estado de Indiana, Estados Unidos, en 1859 (¿1857?). Abogado, se dedicó a ejercer su profesión en Spokane, Indiana. Posteriormente ingresó al servicio diplomático norteamericano: en 1897 fue designado por el presidente McKinley ministro de los Estados Unidos en Chile, cargo que ocupó hasta 1905. Ahí logró atemperar las dificultades existentes entre los gobiernos chileno y de Argentina, que parecían prestos a estallar una guerra. Después fue embajador en Bélgica, donde permaneció hasta 1909. Un año más tarde fue nombrado para representar al gobierno del presidente Taft en México.

Wilson llegó a México en diciembre de 1909 y el 26 de febrero de 1910, se manifestó a favor de que México fuera regido por instituciones, lo que hizo que fuera bien visto por los opositores al régimen porfirista. El 5 de marzo de 1910 presentó sus credenciales al presidente Díaz como embajador de Estados Unidos en México, en su entrevista tuvo una impresión favorable de Díaz, pero ésta cambió cuando Don Porfirio no aceptó sus propuestas exageradas de otorgar mayores ventajas a favor de las empresas norteamericanas que a las británicas, pues Wilson era un abogado fiel representante de los intereses de los grandes negocios. Entonces pensó que la opción para continuar la “diplomacia del dólar” (un clima favorable para el capitalismo global y masas firmemente controladas) era Madero, de modo que mantuvo una actitud favorable al triunfo de la revolución maderista, con la idea de que ésta se reduciría a un mero cambio de personas.

Wilson formó a su alrededor un grupo de inversionistas y representantes de las grandes empresas norteamericanas que integraron la Sociedad de Amigos del Embajador, pero que dadas sus opiniones, alguien bautizó como Sociedad para el Fomento de la Intervención en México.

Escribe Martín Luis Guzmán (Muertes Históricas): "Creía Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos en México, que la primera obligación de la República Mexicana era mantenerse quieta, y en orden, pues así convenía a los intereses de los extranjeros, 'que habían venido acá con su capital y su trabajo y .habían dado al país el poco progreso de que en él se disfrutaba y todo el prestigio que tenía en el mundo'. De allí que Wilson, no imaginara para México mejor gobierno que el de Porfirio Díaz, cuya sabiduría política no se cansaba de alabar, ni gobierno peor que el de Madero, a quien aborrecía y despreciaba […] Wilson era un devoto del imperialismo de su país. Conceptuaba espléndidas cual ningunas las presidencias de Jackson, de Cleveland, de McKinley, de Teodoro Roosevelt, durante las cuales, en todo el mundo, 'el ciudadano de los Estados Unidos anduvo siempre erguido, con la cabeza hacia las estrellas, y seguro en su fe de que, siendo justa su causa, por encima de él velaba el potente brazo de su gobierno' […] Además de imperialista, Henry Lane Wilson era, respecto de Madero, un gran resentido. Al ocupar la presidencia el caudillo de la Revolución de 1910, Wilson se imaginó que podría aconsejarlo, dominarlo, convertirlo en instrumento de una política favorable a sus miras personales y diplomáticas. Pronto descubrió que no sería así. Detrás de aquel hombrecito, tan bondadoso, tan ingenuo, tan versátil en apariencia, había puntos de voluntad irreductibles; había, contra cuanto pudiera creerse, un gobierno de sentido nacional, y había también, y sobre todo un pueblo -pueblo a la vez informe y unánime, apático y apasionado, inhábil y resuelto-, cuyas aspiraciones vagas, formuladas apenas, aquel hombrecito encarnaba y sentía".

Habiendo asumido Madero la presidencia de la República, las esperanzas de Wilson de ser un procónsul de los Estados Unidos en México, se vieron frustradas. Entonces -cuenta Guzmán, ya citado,- su esposa pidió a la esposa de Madero cincuenta mil pesos anuales y al serle negados, creció su rencor. Además, a través de su hermano el senador John Lockwood, vinculado con la American Smelting & Refining Company, Wilson tenía ligas económicas con la familia Guggenheim y ésta a su vez, tenía viejas rencillas por motivos de negocios con la familia Madero que era dueña de empresas en Coahuila que competían con los negocios de los Guggenheim, lo cual aumentó la aversión personal hacia Madero de Wilson.

Madero no era aficionado a la bebida y consideraba a Wilson un alcohólico. El hecho es que Wilson mediante sus amañados informes a Philander C. Knox, secretario de Estado norteamericano, influyó decisivamente para que su gobierno retirara paulatinamente su apoyo a Madero hasta serle francamente hostil y se desencadenará una corriente norteamericana a favor de la intervención en México.

Según Paul von Hintze, embajador alemán en México, convencido de la necesidad de derrocar al gobierno de Madero y en alianza con Wilson, la oposición de éste contra el presidente mexicano, comprendía las siguientes acciones:

“1. Enviar notas de protesta cada vez más hostiles al gobierno mexicano en las que se aprovechaban todos los incidentes, hasta los más triviales.
2. Evacuar norteamericanos de muchas regiones de México y dar armas a un sector de la colonia norteamericana en México, mediante lo cual la embajada norteamericana intentaba crear una atmósfera de histeria contra el gobierno de Madero y sentar las bases para una intervención norteamericana en México.
3. Organizar una amplia campaña de prensa en los Estados Unidos en la cual se presentaba a Madero como incapaz de imponer "la ley y el orden" en México.
4. Apoyar intentos de golpe contra Madero”. (Katz, ya citado).

Para diluir el intervencionismo norteamericano y a sabiendas de que no contaría con la anuencia de todos los embajadores acreditados en México, Wilson organizó un grupo integrado por representantes de las grandes potencias: Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y España, cuyas decisiones unilaterales las presentaba a Madero “en nombre del cuerpo diplomático” y además actuaba como si representara a todos los embajadores.

Fue así que Wilson se unió a la campaña de desprestigio que emprendieron en contra de Madero los grupos exporfiristas, mediante el sistemático envío a su gobierno de información tergiversada que mostraba a México sumido en la anarquía y a Madero como un presidente incapaz de gobernar al país. En marzo de 1912, Wilson envió una circular a los estadounidenses que habitaban en zonas “peligrosas” que las abandonaran y entregaran sus propiedades a los consulados más próximos para su protección. Acciones como ésta infundían miedo a todos los inversionistas extranjeros, al grado que los británicos formaron un comité de defensa y que el propio presidente Taft propusiera al embajador inglés una intervención conjunta con otras potencias europeas para pacificar México. Madero informó al Congreso el 1º de abril siguiente de estos rumores de intervención extranjera y los atribuyó a la prensa malintencionada.

El 15 de abril del mismo año, Wilson logró que su gobierno protestara enérgicamente por la destrucción de propiedades de sus nacionales y el aumento de la inseguridad, que exigiera la protección adecuada y que previniera de los riesgos de aprehender a norteamericanos, a la vez que condenaba la participación de los mismos en los conflictos entre mexicanos. La nota impactó a la prensa mexicana y puso a debate la posible intervención de Estados Unidos, pero el canciller mexicano Pedro Lascuráin dio la contestación debida a la misma desconociendo todo derecho de Estados Unidos para hacer ese tipo de advertencias y señalando su apego estricto al derecho internacional; asimismo, protestó porque dicha nota se había dirigido también al rebelde Pascual Orozco, contra toda regla diplomática.

Sin embargo, Wilson aumentó su actividad en contra del gobierno de Madero, cuya “oscilante” actuación “apática, ineficaz, cínicamente indiferente o estúpidamente optimista, se debía a cierta debilidad mental que lo imposibilitaba para el puesto”. Y hasta solicitó a Lascuráin autorización para que los norteamericanos se armaran.

Entre junio y octubre del mismo año de 1912, Wilson viajó a su país, lo que coincidió curiosamente con nuevas movilizaciones de la armada norteamericana en el Golfo y en el Pacífico. La primera para “impresionar al pueblo mexicano con el poderío de los Estados Unidos”. La segunda con motivo de la rebelión del general Félix Díaz.

El 22 de agosto de 1912, Wilson escribió a Washington: “La atención del presidente Taft debería concentrarse en la creciente animosidad antinorteamericana del gobierno de Madero, quien no sólo demuestra una decidida preferencia por los mercados europeos en todos sentidos, sino que además discrimina y entorpece la actividad de las compañías norteamericanas”.

El 15 de septiembre de 1912, el gobierno norteamericano envió la nota más enérgica y más insultante de nuestra historia diplomática, seguramente a propuesta de Wilson, en la que reiteraba sus exigencias de trato preferencial a ciudadanos y empresas estadounidenses y concluía amenazante que si no se terminaba con las rebeliones y el caos, “evidentemente sería necesario que el gobierno de los Estados Unidos considerara las medidas que debería tomar para resolver dicha situación”. Por lo tanto solicitaba que Madero le comunicara lo que haría al respecto. Lascuráin nuevamente contestó, ahora con una detallada documentación de los hechos denunciados que demostraban lo equivocado de las impugnaciones norteamericanas; asimismo, reprochaba que Estados Unidos no trataba igual a los mexicanos y que hubiera permitido la organización de los rebeldes dentro de su territorio, así como el tráfico de armas por su frontera.

En diciembre de 1912, Madero envió extraoficialmente a Estados Unidos al secretario Lascuráin para tratar de suavizar el informe que sobre la situación de México se presentaría al Senado norteamericano y a gestionar el retiro de Wilson como embajador, y de cualquier modo impedir que fuera ratificado por el nuevo presidente de ese país. Además, Lascuráin tendría una entrevista con el presidente Taft. Pretendía así anular las voces intervencionistas estadounidenses. Sin embargo, con gran enojo, Wilson viajó también a su país y al parecer acordó con Taft y su secretario de Estado Knox, el derrocamiento de Madero mediante la amenaza de intervención armada.

Fueron tantas noticias falsas y tan exageradas enviadas por su embajador que el propio gobierno de Estados Unidos pidió a sus cónsules que por su cuenta informaran de la situación, ya que en la mayoría de los casos los informes que ellos enviaban contradecían los de Wilson. Por su parte, Madero soportaba la actitud de patrón arrogante y las impertinencias de Wilson con la esperanza de que al tomar posesión en marzo de 1913 el nuevo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, de quien se decía amigo, le concedería el cambio de su embajador.

Como se acababa el tiempo que tenía para actuar contra Madero, con o sin autorización de su gobierno, Wilson promovió el levantamiento de Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz, Bernardo Reyes y su hijo Rodolfo, y Félix Díaz para el 11 de febrero de 1913, pero al ser descubiertos, tuvieron que adelantarlo el domingo 9. Fracasado el cuartelazo, muerto Reyes y atrincherados los golpistas en La Ciudadela, Wilson se puso en contacto con Huerta, recién nombrado por Madero como jefe del ejército, para discutir la traición; ambos compartían por lo menos dos afinidades: la admiración por Porfirio Díaz y la afición al alcohol. Se inició así la “Decena Trágica”, diez días durante los cuales los alzados no fueron aplastados por el ejército regular porque sus altos mandos negociaban la traición a Madero y al mismo tiempo aterrorizaban a la población para que demandara la paz a cualquier costo, con la muerte de cientos de civiles en combates intencionalmente ineficaces.

El mismo día del frustrado cuartelazo, Wilson se comunicó telefónicamente con el canciller Lascuráin, en nombre de todas las misiones diplomáticas, para exigirle protección para los extranjeros y sus propiedades. Más tarde también le envió una nota en el mismo sentido.

Al día siguiente, Wilson reunió a los diplomáticos en la embajada norteamericana y promovió que acordaran formar una guardia propia para cuidar las delegaciones diplomáticas. Al mismo tiempo, solicitó a Lascuráin, que las acciones bélicas contra los rebeldes fueran limitadas a fin de que no resultaran afectadas las embajadas ubicadas en la zona. Al otro día, Wilson reclamó al presidente Madero que el consulado norteamericano de avenida Juárez y Balderas, había sido destruido en la “inhumana y bárbara batalla” que se había librado contra los alzados. Simultáneamente urgía al Departamento de Estado norteamericano el envío de buques de guerra a las costas mexicanas de “suficiente tamaño para impresionar”.

El 12 de febrero, Wilson, que el día anterior había anunciado que los buques norteamericanos de guerra “Georgia” y “Virginia” se dirigían a México, hizo otro intento para sacar del gobierno a Madero: en compañía de los ministros de Alemania y España, se entrevistó con Madero en Palacio Nacional, para pedirle garantías para las propiedades de extranjeros y protestar por la destrucción de las mismas en nombre de todas las misiones diplomáticas. Además, Wilson solicitó permiso para entrevistarse con Félix Díaz, a fin de que limitara sus bombardeos. Madero, aceptó la responsabilidad de reparar los daños ocasionados, rechazó rotunda y enérgicamente su intromisión en los asuntos internos de México y expresó su confianza en que las fuerzas leales controlarían la situación; asimismo, señaló que no tenía inconveniente en que se entrevistara con Díaz. De modo que esa misma tarde, tuvo lugar una reunión de Wilson y Díaz, en la que lo más importante fue la amenaza expresada por Wilson de una intervención armada norteamericana para presionar a los golpistas.

Al mismo tiempo que Wilson aumentaba sus intrigas, quejas, exigencias y amagos sobre Lascuráin, se esforzaba en convencer al cuerpo diplomático acreditado en México que la renuncia de Madero era la única solución posible al conflicto y siguiendo su estrategia de complicar la situación, Wilson aconsejó al embajador cubano Márquez Sterling, cuyo ofrecimiento de desembarcar tropas para proteger a sus nacionales y auxiliar al gobierno mexicano había rechazado Lascuráin, que sí efectuara dicho desembarco porque estaba en su “derecho”, con lo cual Wilson intentaba propiciar las condiciones para la intervención norteamericana. Asimismo, Wilson difundía sistemáticamente por medios indirectos, como conversaciones con diplomáticos, la posibilidad de una intervención, a fin de que esta amenaza llegara a oídos del gobierno maderista. Para dar credibilidad a la amenaza, Wilson logró que su país movilizara el 12 de febrero cuatro barcos de guerra y 5000 soldados hacía México.

Por otra parte, Wilson logró convencer al atemorizado Lascuráin de que el peligro de la intervención cesaría con la renuncia del presidente, al grado de que éste, junto con el secretario de Guerra, le plantearon la necesidad de su renuncia al propio Madero, quien se negó a presentarla. “Ya verán ustedes cómo se trata de intrigas de este mal embajador, pero no creí que ustedes también se pusieran contra mí”. Sin embargo, a instancias de Wilson, Lascuráin comenzó a reunirse con algunos senadores que estaban de acuerdo con la renuncia de Madero, quienes más tarde en compañía de Lascuráin, acudieron a Palacio Nacional a pedir la mencionada renuncia. Madero no los recibió porque estaba en el frente de la guerra.

A un telegrama de Madero, el presidente Taft contestó que la movilización militar  estadounidense era  de “precaución natural” y no cambiaba su posición frente al gobierno mexicano. Sin embargo, en los hechos, aun cuando Taft no estaba de acuerdo con la intervención, sí aprobaba la actuación de Wilson porque le convenía, lo mismo que a su Departamento de Estado.

El 15 de febrero, Wilson acordó con los ministros de España, Inglaterra y Alemania enviar a Cólogan, ministro de España, a solicitar su renuncia al presidente Madero en nombre del cuerpo diplomático acreditado en México. Nuevamente Madero rechazó su intromisión y respondió que no reconocía a los diplomáticos el derecho de inmiscuirse en los asuntos internos de México.

Por la tarde de ese mismo día, Wilson visitó a Madero, quien le mostró la respuesta de Taft, la cual le molestó a Wilson y trató de restarle valor para mantener la amenaza de intervención.  Ambos estuvieron de acuerdo en la conveniencia de un armisticio de 24 horas para el traslado de las embajadas que estuvieran en riesgo. También habló con Huerta y Lascuráin. Después, Wilson rechazó el traslado de su embajada a Tacubaya, pues obviamente esto le quitaba razón a sus quejas y protestas.

Al día siguiente, Wilson envió una protesta a Lascuráin por el telegrama que había enviado Madero a Taft porque expresaba que se habían exagerado las noticias sobre la situación de México, siendo que era de extrema gravedad. Lascuráin le contestó que la situación no era riesgosa para los norteamericanos ni otros extranjeros y le reiteró el ofrecimiento de trasladar su embajada a lugar más seguro.

El 17 de febrero, Wilson reclamó a Madero por la nota que la embajada mexicana había entregado su gobierno en Washington: “Como las declaraciones contenidas en esa nota son falsas y como su notorio objeto es desacreditarme con el ejecutivo de mi país, tengo el honor de solicitar de usted que ordene a la embajada mexicana en Washington que la retire inmediatamente y que se hagan todas aquellas reparaciones indicadas por correcto espíritu de decoro y buena inteligencia que establecen las prácticas diplomáticas”.

Madero contestó que lo haría, si Wilson negaba la autoridad del embajador español Cólogan para solicitarle su renuncia en nombre del propio Wilson y demás embajadores. En respuesta, Wilson aclaró que esa gestión había sido un “consejo amistoso”, nunca había tenido carácter oficial. Madero condescendió y envío a la embajada mexicana en Washington un mensaje de rectificación “en vista de explicaciones satisfactorias del señor embajador de que no instigó la reunión del cuerpo diplomático, que obró de manera inoficial…”

Ese mismo día, Wilson envió una nota a Lascuráin protestando porque Madero había avisado a algunos gobernadores de la inminente intervención norteamericana, lo cual generaría hostilidad y violencia de la población contra los estadounidenses residentes en esos lugares. Al mismo tiempo, Wilson informó a su gobierno que había recibido un mensaje del general Huerta en donde le informaba que se separaría a Madero del poder ejecutivo y solo se esperaban las mejores condiciones para evitar más derramamiento de sangre. Aclaraba Wilson que sólo había pedido a Huerta que “a nadie se le privara de la vida sino por medio de la recta aplicación de la ley”.

Finalmente, Wilson y Huerta, con la complicidad de un grupo de senadores llegaron a un acuerdo: Huerta sería presidente, no Félix Díaz, una vez que Madero renunciara. El 18 de febrero fueron aprehendidos Madero y Pino Suárez para sacarles a punta de pistola las ansiadas renuncias. Wilson notificó a su gobierno que los rebeldes habían aprehendido al presidente y al vicepresidente hora y media antes de que esto sucediera.

En sus Memorias, Huerta refiere: "Lo que más me ayudó fue el temor que abrigaban en mi país todos los gobernantes a una intervención armada de parte de Estados Unidos. [...] el señor embajador de Estados Unidos hizo, pues, sus gestiones encaminadas a hacer creer al Gobierno que los Estados Unidos intervendrían si no cesaba la lucha en la Capital. La especie se propaló en un momento de terror y todo el mundo la acogió no sólo como posible sino hasta como una medida salvadora. Ya es sabido que la Capital de la República es una ciudad propicia a ser conmovida por todos los embaucadores."

Realizada la detención de Madero el día anterior, el 19 de febrero Wilson reunió en la embajada al cuerpo diplomático y a Félix Díaz y a Huerta; por la noche, anunció que los conflictos en la ciudad habían terminado; y a la una de la madrugada del día siguiente firmaron el “Pacto de la Embajada" o de “La Ciudadela”, que señalaba que Huerta, con permiso del Congreso mexicano, ocuparía la presidencia provisional en las próximas 72 horas y convocaría a nuevas elecciones; que el gabinete sería nombrado por Félix Díaz -pero él no figuraría- pues recibiría el apoyo de Huerta para postularse -y ganar las elecciones- a la presidencia.

Ramón Prida (De la dictadura a la Anarquía) conforme a los testimonios de diplomáticos relató como esa noche Wilson, Huerta y Félix Díaz discutían los nombres del gabinete, aun sin consultar a los interesados, y que Wilson, con la lista final en la mano, dijo a los presentes: “Señores, los nuevos gobernantes de México someten a nuestra aprobación el Ministerio que van a designar, y yo desearía que si ustedes tienen alguna objeción que hacer, la hagan para trasmitirla a los señores generales Huerta y Díaz, que esperan en el otro salón. Con esto demuestran el deseo que les anima, de marchar en todo de acuerdo con nuestros respectivos gobiernos, y así creo firmemente que la paz en México está asegurada”. A lo cual respondió Márquez Sterling, ministro de Cuba: “Nosotros no creo que debamos rechazar ni aprobar nada, sino simplemente tomar nota de lo que se nos comunica y trasmitirlo a nuestros gobiernos”. A continuación se dio lectura al pacto y al finalizar Wilson y los mexicanos presentes aplaudieron. Huerta se despidió y Wilson lo acompañó hasta la puerta. De regreso, al ver Wilson a Féix Díaz exclamó: “Viva el general Díaz, salvador de México” e invitó a todos los asistentes a pasar al comedor, donde les ofreció una copa de champagne. Al poco rato algunos diplomáticos expresaron a Wilson su preocupación por la suerte de los detenidos:

“¿No irán estos hombres a matar al Presidente?

Oh, no, dijo Wilson, a Madero lo encerrarán en un manicomio: el otro sí es un pillo, y nada se pierde con que lo maten.      '

No debemos permitirlo, dijo inmediatamente el ministro de Chile.

Ah, replicó el embajador, en los asuntos interiores de México no debemos mezclarnos: allá ellos que se arreglen solos”.

Ya fuera de la Embajada un diplomático dijo: “Es curioso este embajador: cuando se trata de dar auxilio a un jefe rebelde y que bajo el pabellón de su patria se concierte el derrumbe de un gobierno legítimo ante el cual él está acreditado, no tiene inconveniente en intervenir, ser testigo del pacto y aun discutir las personas que formarán el nuevo Gobierno, sin que le preocupe si se trata o no de asuntos interiores del país; pero cuando se trata de salvar la vida a dos personajes políticos, a quienes la traición y la infamia quizá, están discutiendo la manera de matar, encuentra que su posición de representante de una potencia extraña no le permite intervenir, aunque sí califica, raja tabla y con notoria indiscreción a los gobernantes del país ante quienes está acreditado”. En el mismo sentido, unas horas después, se expresaría Wilson, visiblemente bebido, ante la esposa de Madero que le pidió ayuda para salvar la vida del presidente legítimo.

Para informar de estos sucesos Wilson envió a su gobierno el siguiente cablegrama:

“Febrero 19, 1913.

El Presidente de la República y el Vicepresidente han renunciado, y sus renuncias se presentarán ante el Congreso, el cual naturalmente las aceptará. Por ministerio de ley el Poder Ejecutivo recaerá en el señor Lascuráin, quien no ha tenido oportunidad de renunciar. Este asumirá el cargo durante pocos momentos y después el general Huerta será proclamado Presidente Provisional y anunciará inmediatamente el siguiente Gabinete:

    Relaciones Exteriores: De la Barra.
    Hacienda: Toribio Obregón.
    Guerra: general Mondragón.
    Fomento: Robles Gil.
    Gobernación: García Granados.
    Justicia: Rodolfo Reyes.
    Instrucción: Vera Estañol.
    Comunicaciones: De la Fuente.

Fui a ver al general Huerta esta tarde para obtener garantías para el orden público y para conocer la situación exacta. Me dio seguridades satisfactorias y explicó que Gustavo Madero fue muerto por soldados que carecían de órdenes. El general Huerta dijo que el Presidente y Gustavo Madero habían tratado de asesinarlo en dos ocasiones y que lo tuvieron prisionero durante un día. ´´Él solicitó mi consejo acerca de si sería mejor mandar al ex-Presidente fuera del país o internarlo en un asilo para locos. Yo le contesté que debería hacer lo que fuera mejor para la paz del país”.

Preso su esposo, Sara Pérez de Madero, acudió a ver a Wilson: “Quiero que usted emplee su influencia para salvar la vida de mi esposo y demás prisioneros”.  La respuesta de Wilson la registra Manuel Márquez Sterling (Los últimos Días del Presidente Madero): “Esa es una responsabilidad que no puedo echarme encima ni en mi nombre ni en el de mi gobierno. Y agregó entre dientes: Su marido no sabía gobernar, jamás pidió ni quiso escuchar mi consejo”...

Irónicamente, Wilson recibió a Huerta por primera vez ya como presidente, en la recepción de la embajada por el aniversario del nacimiento de George Washington el 22 de febrero, el mismo día en que asesinaron a Madero y Pino Suárez.

En los días siguientes, Wilson trató que la opinión pública norteamericana aceptara su versión de que Madero era “un hombre con el intelecto desordenado” y Huerta “el Cromwell mexicano” y todavía, a cambio de algunas concesiones de Huerta, presionó para que los Estados Unidos reconocieran al gobierno huertista. Huerta por su parte, comunicó a Wilson que sólo trataría asuntos de trámites simples, pues los importantes no los negociaría en tanto su gobierno no obtuviera ese reconocimiento. Sin embargo, el presidente Taft pensó que Wilson había ido demasiado lejos y le ordenó que detuviera su intervención, pues además, estaba a pocos días de entregar a Woodrow Wilson, por fortuna sin parentesco con Henry Lane, la presidencia de los Estados Unidos.

 

Ante el asesinato de Madero y Pino Suárez,  la opinión pública señaló a Huerta y Díaz como autores intelectuales y a Wilson como cómplice porque fueron cometidos con su conocimiento y consentimiento, a pesar de que Knox le había advertido: “Es obvio decir que un tratamiento cruel para el expresidente, dañaría ante los ojos del mundo la reputación de la nación mexicana y este gobierno seriamente espera saber que ha sido tratado en forma compatible con la paz y la humanidad”.

En un acto de gran valentía, el diputado Luís Manuel Rojas publicó un "yo acuso" a la manera de Emilio Zolá, en donde señala a Wilson como el responsable moral de los asesinatos de Madero y Pino Suárez; de mal informar sistemáticamente a su gobierno; de propiciar la caída del gobierno maderista y de negarse a intervenir para que no fueran sacrificados.   

Wilson se esforzó en los meses siguientes porque su gobierno reconociera la presidencia de Huerta, pero no tuvo éxito, pese a que las principales potencias europeas lo habían reconocido. Taft dejó la decisión a su sucesor Woodrow Wilson, quien asumió el gobierno de Estados Unidos el 14 de marzo de 1913. De modo que Wilson no pudo cumplir a Huerta su promesa de que obtendría el reconocimiento porque el nuevo presidente norteamericano, más que escucharlo y apoyarlo trataba de deshacerse de él, porque pensaba que reconocer a Huerta sería estimular los golpes de Estado.

Escribe Graziella Altamirano Cozzi (Pedro Lascuráin): “Pese a que WIlson rechazó todos los cargos que se le hicieron por su complicidad en la conspiración, en su propio país poco después se llevó a cabo una investigación en la que resultó responsable de las muertes del presidente y del vicepresidente. Se afirmó entonces que la rebelión no habría sido posible si el embajador hubiera permanecido al margen de los conflictos de México, y al no tener fe en Madero había contribuido al establecimiento de otro gobierno. Al respecto escribía William Bayard Hale, comisionado en junio de 1913 por el presidente Woodrow WIlson para la investigación: No puede menos de causar pena el hecho de que esta historia, probablemente la más dramática en que se ha visto envuelto un funcionario diplomático de Estados Unidos, sea una historia de simpatía con la traición, la perfidia y el asesinato en un asalto contra un gobierno constitucional."

En julio de 1913, Wilson fue llamado por su gobierno para que explicara su desempeño, tras lo cual se le solicitó su renuncia y ya no se le permitió regresar a México. La embajada quedó a cargo del primer secretario Nelson O’Shaughness.

Wilson, ya Huerta en el exilio y preso en los Estados Unidos, le envió un cable pocos días antes de su muerte, en el cual consideró que quizás sus achaques eran causados por el mal trato de las autoridades norteamericanas.

Después, en 1927, Wilson escribió un libro para intentar justificar su actuación diplomática: Episodios diplomáticos en México, Bélgica y Chile. En lo que se refiere a su decisión de intervenir en México relata lo siguiente:

“Había dos bandos hostiles ocupando la capital y la autoridad civil había desaparecido; bandas siniestras de bandidos y ladrones comenzaron a aparecer en las calles de la capital; hombres, mujeres y niños llegaban a los refugios. Alrededor de 35,000 extranjeros [...] llegaron a la embajada en busca de protección, puesto que estaban expuestos indiscriminadamente a la balacera que en cualquier momento podía empezar entre las fuerzas del general Huerta y Félix Díaz... Sin haber consultado con nadie, decidí pedirles a los generales Huerta y Díaz que vinieran a la embajada, puesto que como lugar neutral podía garantizar buena fe y protección para conversar. Mi intención era que llegaran a un acuerdo para la suspensión de hostilidades y que se sometieran al congreso federal.
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Sin perder tiempo los llevé a la biblioteca de la embajada, pero para mi espanto, se hicieron acompañar de varios ayudantes y consejeros. Estos consejeros a menudo se embarcan en palabrerías, dándole a los asuntos una duración desconocida e infinidad de posibilidades. Este no era el propósito de la reunión, por lo que me ví obligado a pedirles a todos que salieran, salvo el general Huerta, el general Díaz, mi ayudante D'Antin y yo. Después dije a los dos generales que los había llamado únicamente con el propósito de terminar con las condiciones que durante los últimos diez días se habrán dado en México, condiciones que habían causado un gran sufrimiento a la población de la ciudad, destruyendo diez mil viviendas y muchas propiedades publicas y privadas; que estas condiciones continuarían indefinidamente a menos que las dos partes beligerantes llegaran a un acuerdo y se sometieran al congreso, único representante del pueblo. En tres ocasiones fueron rotas las negociaciones y yo entré, y apelando a la razón y al patriotismo, logré convencerlos de que continuaran. Finalmente, para forzarlos a una decisión, les dije que a menos de que llegaran a un acuerdo de paz, la demanda de los gobiernos europeos para la intervención podría llegar a ser demasiado fuerte como para que el gobierno de Washington la resistiera. Esto tuvo el efecto deseado: a la una de la mañana el acuerdo estaba firmado y depositado a salvo en la embajada y se dio a conocer una proclama anunciando el cese de hostilidades.

Aquella noche treinta mil gentes salieron a las calles de la ciudad de México agradeciendo la paz y al gobierno americano por haber sido el instrumento de llegar a ésta. EI presidente Woodrow Wilson consideró la función desempeñada por la embajada como una intromisión en los asuntos internos de México. Las personas que se quedan placenteramente en sus hogares tienen concepciones curiosas de la conducta del oficial público y lo que debe hacer en situaciones críticas y de peligro. Después de años de considerarlo no dudo en que si volviera a estar en la misma situación y bajo las mismas circunstancias, actuaría en la misma forma.”

Henry Lane Wilson murió el 22 de diciembre de 1932 en Indianápolis, Estados Unidos, no sin antes presidir en Indiana la Liga para Imponer la Paz durante la I Guerra Mundial, a la que renunció por no estar de acuerdo con su propósito de establecer la Sociedad de las Naciones, y servir como consultor a empresas petroleras estadounidenses radicadas en América Latina.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.