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En la época en que nació Tenamaztle, el territorio que hoy corresponde a Jalisco, Aguascalientes, Colima, Zacatecas y Durango, estaba ocupado por tepehuanes, tepeques, tecuexes, cocas, otomíes, tecos, huachichiles, tochos, zacatecos, caxcanes y otros grupos, que genérica y despectivamente los españoles llamaban a todos “chichimeca”.
Tenamaztle (o Temanaxtle) fue señor de Nochistlán (ubicado en el sur del hoy estado de Zacatecas próximo a Jalisco y Aguascalientes) durante los primeros años de la colonia y fue bautizado como Francisco. Sus primeros encuentros con los españoles fueron más o menos pacíficos. Pero muy pronto, al igual que los otros pueblos de la región, su gente fue “señalada” (marcada con hierro candente) y sometida a la encomienda y a la esclavitud. Tamanaztle fue asignado a Miguel de Ibarra, encomendero de Nochistlán. Durante años soportó las vejaciones de los españoles, quienes eran intransigentes en cuanto a los usos, costumbres y creencias de los indígenas. Cuando este maltrato se le hizo insoportable, Tamanaztle encabezó la rebelión indígena más grande que se dio durante la colonia y que estuvo a punto de incendiar a toda Nueva España.
Para combatir la sublevación, Nuño de Guzmán, a quien los indios pintaban en sus códices como una serpiente a caballo, mandó a Cristóbal de Oñate, que gobernaba Guadalajara, al frente de un contingente de 50 jinetes, 30 infantes y 500 naturales auxiliares. En Teponahuasco, cerca de Nochistlán, le salieron al paso cuatrocientos guerreros, que ayudados por los caxcanes, construyeron un pequeño fuerte para defender el camino. Los resultados de este primer encuentro contra los españoles fueron adversos a los indígenas y a pesar de sus actos de valor, murieron muchos, y muchos más fueron sometidos y reducidos a la esclavitud. Algunos de ellos que pudieron escapar fueron a unirse con los caxcanes de Juchipila.
Después de este suceso, los conquistadores tomaron posesión de Nochistlán, donde Temanaztle había sido señor, y permanecieron ahí hasta que Oñate avisó a Nuño de Guzmán de la victoria obtenida. Mientras, hicieron preparativos para invadir el territorio de los indómitos caxcanes, quienes formaron alianzas con otras naciones indígenas.
Al llamado de Tenamaztle para enfrentar al conquistador español y recuperar su libertad y sus tierras, acudió gente desde las lejanas playas de Cihuatlán hasta la Sierra de Comanja, y desde los valles de Tlaltenango y Jeréz, Juchipila, Nochistlán y Teocaltiche, hasta Xalostotitlán y Mític. Este levantamiento fue conocido como la “rebelión del Miztón” (un peñol escarpado de la región en donde tuvo lugar la lucha más encarnizada) o la “guerra chichimeca”, que integró un movimiento general de numerosas tribus “chichimecas”, que hasta en la capital del virreinato sembró el terror entre los españoles (al grado que pensaron en amurallar la ciudad), porque intentó alianzas con purépuchas, náhoas, tlaxcaltecas y mexicas del centro del país.
Hacia 1540 la sublevación fue generalizada, dos veces fue derrotado Miguel de Ibarra en el Miztón. Cristóbal de Oñate, en tanto llegaba el virrey Antonio de Mendoza, solicitó el auxilio de Pedro de Alvarado, “quien salvaje, engreído y con un espíritu rabioso, confiaba en su experiencia y en que su nombre bastaría para asustar a los caxcanes”.
Cristóbal de Oñate, más enterado de la forma como se habían sublevado los caxcanes, criticó que fuera subestimado su valor e hizo prudentes observaciones. Con mordacidad, Alvarado le contestó: "Señor Gobernador: a mí me parece que no debe dilatarse el castigo de esos traidores enemigos, es vergüenza que cuatro gatillos hagan tanto alboroto; que con menos gentes que con las que conmigo traigo, bastará para sujetarlos”. Su expresión y actitud ofendieron a Oñate, quien para no contrariarlo contestó: "Señor Alvarado: no conoce la tierra que es áspera, vale más un natural de los de acá que mil de los que allá se han conquistado".
La soberbia de Alvarado lo hizo atacar en tiempo de lluvias y resultar herido por su propio caballo que le cayó encima durante la retirada forzada en uno de los encuentros de armas con los indígenas en julio de 1541, y poco después murió, tras intensa agonía.
Entretanto, los caxcanes se agruparon en torno a Tenamaztle, quien aunque excelente estratega y buen guerrero, no era belicoso, sino más bien conciliador y diplomático, e intentaba arreglar los asuntos conforme a la razón y a la justicia, apoyándose en el derecho natural. Sobre los españoles se preguntaba: "¿qué buscan en tierras extrañas?, ¿por qué quieren despojarnos de nuestras pertenencias y personas, reduciéndonos al vasallaje de un señor de allende el mar?"
Cuando no le quedaba más alternativa, Tamanaztle lanzaba su grito de guerra: "Axcan quema, tehuatl nehuatl" (ahora sí, tú o yo). Con este grito, unidas, las tribus de la región, dieron batalla contra los que les habían obligado a padecer injurias, abusos, injusticias, violaciones, dolor y la muerte de sus caciques y hermanos.
El 28 de septiembre de 1541, a las once de la mañana, sesenta mil caxcanes al mando de Tenamaztle sitiaron la antigua Guadalajara (Nochistlán). Tras cuatro días de sitio, Tenamaztle y su fatigado ejército tuvieron que abandonar el cerco. El gobernador Oñate reunió al Cabildo y a los vecinos principales, a fin de exponerles la imperiosa necesidad de escoger otro sitio más adecuado para cambiar ahí, de manera definitiva, la ciudad de Guadalajara. Después de grandes polémicas se aceptó el cambio de la ciudad al Valle de Atemax (donde ahora está la actual Guadalajara).
A partir de octubre de 1541 mientras los españoles estaban ocupados en el establecimiento de la nueva Guadalajara, los indígenas seguían pactando alianzas para combatir a los conquistadores. Una parte estaba concentrada en Nochistlán y la otra en el Cerro del Miztón, que se localiza en las inmediaciones de Jalpa y Juchipila.
Los españoles, al darse cuenta de cómo se estaban organizando los naturales, por órdenes del virrey, salieron a combatir a los sublevados, primeramente a Nochistlán. Miguel de Ibarra, antes de emprender el ataque, les ofreció que les perdonarían las muertes e incendios que habían causado en combates anteriores, pero que deberían ser obedientes y pacíficos con sus señores encomenderos. Apenas hubo concluido de pronunciar estas palabras, cuando se alzó de aquella agitada multitud la voz de Tenamaxtle: "Yo quiero que regresen en paz, pues nosotros estamos en nuestras tierras".
Entonces Ibarra, en nombre del virrey amenazó al jefe Tenamaxtle, si no consentía rendirse; pero Tenamaxtle, irritado, les respondió: "nosotros por fuerza nos exponemos por la defensa de nuestras tierras, pero a ustedes ¿quién los ha llamado?". Al tiempo que decía esto, hizo una señal y una simultánea y estrepitosa vocería, acompañada de tupida descarga de flechas y piedras cayeron sobre Ibarra que acometido de modo tan intempestivo, se retiró rápidamente.
Aunque los españoles tenían la ventaja de sus armas, detrás de cada roca, árbol y de cada accidente del terreno se erguía un guerrero indígena que no pedía ni daba cuartel; lanzaban una lluvia de flechas, arrojaban peñascos y ofensas, estaban poseídos de la fuerza que les daba la justicia de su causa.
Poco a poco los caxcanes fueron replegados hacia el cerro del Miztón -cerro muy elevado- que era tenido por inexpugnable, ahí se empeñolaron con sus mujeres e hijos para presentar la batalla definitiva, eran más de cien mil sublevados que de Juchipila y demás pueblos inmediatos habían ido a hacer causa común con los caxcanes.
El encuentro se dio con un empuje tan impetuoso que chocaba con la formidable y heroica resistencia de los caxcanes que abrumados por las balas de la artillería y el fuego de los arcabuces, les hizo subir a la cumbre del cerro a medida que perdían uno a uno sus atrincheramientos, los cuales eran derribados por los españoles, sin tener que combatir cuerpo a cuerpo con los sitiados.
En el campo, cada día había más y más cadáveres... Tras veinte días en medio de continuos y encarnizados asaltos, el virrey mandó un ataque general, pero no tuvo éxito. Sólo la traición podría vencer la resistencia indígena: Miguel Ibarra pactó la de Citlacotl y de los teultecos, antes de intentar un nuevo asalto.
El 8 de diciembre de 1541, el virrey Don Antonio de Mendoza, pasó revista a su ejército y le dirigió unas palabras, exhortándolo a pelear con valor, puesto que se ponía en juego la estabilidad o la ruina de Nueva Galicia (Jalisco) y aún de la Nueva España y se ocupó de alistar a la tropa, que sumaba, según unos de veinte mil, según otros, más de cincuenta mil entre tlaxcaltecas, mexicanos, purépechas, huejotzincas, chalcas, además de 300 jinetes y 300 infantes españoles, con 8 piezas de artillería.
En los reñidos combates hubo en los dos bandos igual intrepidez. Antonio de Mendoza, sorprendido de ver tan tenaz resistencia, aconsejado por Oñate, mantuvo el sitio. La traición, la escasez de agua, el hambre, las deserciones, las enfermedades, las fatigas continuas, el que ya hubieran agotado sus pertrechos de guerra, así como la diferencia en conceptos y forma de guerra y las armaduras de hierro y de otros materiales resistentes con que generalmente se cubrían, hacía a los españoles prácticamente invulnerables a las flechas y a otras armas punzantes de los naturales, en tanto que éstos se presentaban casi desnudos en el combate; además, los españoles eran soldados de caballería en su mayor parte, razón por la que cuando llegaban a ser rechazados y vencidos, fácilmente podían escapar del alcance de sus enemigos.
Los caxcanes, cuando ya no pudieron contener el empuje de los españoles, prefirieron dejarse traspasar por las espadas y los picos de sus adversarios antes de rendirse; otros, la mayoría, empezaron a arrojar a sus mujeres y a sus hijos al profundo precipicio, y enseguida se lanzaban ellos mismos. Muriendo demostraban su derecho a una vida libre y digna.
Los sobrevivientes, más de cinco mil indígenas de todas las edades, se salvaron de ser pasados a cuchillo por la intervención de Fray Antonio de Segovia, quien logró que pacíficamente depusieran sus armas; a cambio, fueron dados en encomienda, señalados (marcados) y repartidos entre los oficiales que participaron en la expedición, como recompensa de los servicios prestados durante ella.
Es probable que esta guerra del Miztón no fuera en vano, porque dada la proximidad en el tiempo, quizás influyó en el ánimo de Carlos V y de Felipe II, para que dictaran algunas disposiciones que mejorarían en algo el trato cruel de los españoles hacia los indígenas.
Tras la derrota, Tenamaztle fue uno de los prisioneros, y siendo preso, los españoles lo utilizaron para apresar a otros. Logró escapar mediante un ardid. Huyó con algunos allegados a la serranía de Nayarit. Anduvo alzado nueve años, sosteniendo combates cada vez que se hacía necesario.
Finalmente, Tamanaxtle decidió entregarse a los frailes franciscanos, quienes lo llevaron con el obispo de Guadalajara, Pedro Gómez de Maraver. A su vez, éste lo condujo a la ciudad de México con el segundo virrey de la Nueva España don Luis de Velasco, con la esperanza de que fuera perdonado porque su lucha era justa.
En 1552, Tamanaxtle fue deportado a Valladolid, España, lugar donde se encontró con fray Bartolomé de las Casas, dos o tres años más tarde. Allí continuó su lucha en defensa de los derechos de su pueblo y en busca de su libertad. Emprendió una nueva forma de combate: en vez de flechas usó las palabras y las ideas en defensa de la justicia y la libertad para sí y para los suyos.
“He sido enviado a estos reinos de Castilla... preso y desterrado, solo, desposeído de mi estado y señorío y de mi mujer e hijos, con suma pobreza, sed, hambre y extrema necesidad por mar y por tierra, "padeciendo muchas injurias y afrentas y persecuciones... No ha bastado haberme hecho los españoles tantos y tan muchos daños irreparables, haciéndome guerras injustas, crudelísimas, matándome en ellas muchos de mis vasallos y a mis parientes y deudos.
Las injusticias y crueldades que un Juan de Oñate y Cristóbal de Oñate y un Miguel de Ibarra que hizo capitanes cometieron en aquel reino, no pudieron ser vistas ni pensadas. Ahorcaron nueve principales señores, otros deudos míos, nobles y vasallos principales porque por las vejaciones y azotes y palos, y otros diversos malos y crueles y no sufribles malos tratamientos que recibían los comunes vecinos indios, no pudiendo más sufrir tanta impiedad y maldad, huíanse a los montes...
Y yo, el dicho don Francisco, viendo que tan inhumanamente, a los nueve caciques juntos, sin justicia, hallándolos en sus casas y tierras seguros, habían ahorcado, y muchos e innumerables de mis vasallos habían perecido, no quedando de ellos de todos los vecinos de aquel reino una de ciento partes, no habiendo justicia ni remedio de haberla... acordé también huir con la poca gente que me quedaba, por salvar a ellos y a mí... porque si no huyera yo también, con la misma injusticia y crueldad, fuera ahorcado.
Este huir, y esta natural defensa, muy poderosos señores, llaman y han llamado siempre los españoles, usando mal de la propiedad de los vocablos, en todas las Indias, contra el Rey levantarse.
Así defendió Tenamaztle con razones, lo que antes había defendido con las armas, gracias a la ayuda de fray Bartolomé de las Casas quien, además de asesorarlo, traducía los alegatos que presentaba al Rey de España y al Consejo de Indias.
Señala Miguel León Portilla (Francisco de Tenamaztle): “Ideas que anticipan el meollo mismo de lo proclamado en uno (la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano en 1789) y otro momento (la Declaración universal de los derechos humanos en 1948), son las que, auxiliado por fray Bartolomé, suscribió Tenamaztle. Veámoslas: el reconocimiento de que todos los humanos nacen y son libres y que todos tienen derecho a la vida, la libertad y la seguridad como personas. Como obvio corolario está la prohibición de ser sometido a la esclavitud, a forzada servidumbres, tratos crueles, mutilaciones y muerte, así como ser arbitrariamente detenido, preso o desterrado. Igualmente el derecho que todos tienen de ser respetados en sus propiedades, costumbres y modos de pensar, así como ser oídos por la autoridad y defenderse haciendo resistencia a la opresión”.
Fueron largas las gestiones emprendidas por Tenamaztle, pero nada logró la lucha, codo con codo, del indio y del fraile. Las Casas morirá en 1566. De Tenamaztle se tuvieron noticias sólo hasta 1556. Después de ese año se perdió su nombre. Lo más seguro es que nunca haya vuelto a la Nueva España.
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
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