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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Ignacio Ramírez

1818- 1879

Hijo de Lino Ramírez y Sinforosa Calzada, nació en San Miguel de Allende, Guanajuato, el 22 de junio de 1818. Su padre fue miembro del partido federalista, e incluso fue vicegobernador de Querétaro. Ignacio realizó sus primeros estudios en Querétaro, de donde pasó a la Ciudad de México, e ingresó al Colegio de San Gregorio. Luego estudió en la Escuela de Jurisprudencia, en la que obtuvo su título de abogado. A partir de entonces se caracterizó por sus ideas radicales y se distinguió por su actitud anticlerical si no es que antirreligiosa, y como un decidido promotor y defensor de la educación laica.

Posteriormente ingresó en la academia de San Juan de Letrán, en la cual presentó una tesis titulada "Dios no existe: los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos", la que produjo, a la vez que admiración entre académicos, el rechazo de los sectores más conservadores de la sociedad.

Junto con Guillermo Prieto y Vicente Segura fundó el periódico Don Simplicio, que alcanzó fama rápidamente por las ideas avanzadas que sostenía y por su estilo irónico y hasta sarcástico, lo que le valió a sus redactores ser encarcelados en varias ocasiones. Ahí fue donde Ramírez comenzó a utilizar el seudónimo de “Nigromante”, por el que después sería identificado. La publicación fue suspendida en 1847, justo cuando avanzaban sobre la ciudad de México los invasores norteamericanos.

En esos años fundó el llamado “Club Popular”, en el que se dedicó a la divulgación de ideas progresistas. También fue colaborador del gobernador del Estado de México, don Francisco Modesto Olaguíbel. En esta época también se hizo profesor de derecho y literatura en el Instituto Científico de Toluca, en donde fue maestro de Ignacio Manuel Altamirano, un indígena que logró llegar al instituto gracias al sistema de becas que Ramírez había diseñado.

Si bien ejerció afanosa, talentosa y polémicamente el periodismo, también tuvo cargos públicos de gran relevancia, ya que como secretario de Guerra y Hacienda del gobierno del estado de México, en 1847 creó leyes modelo en compañía del Consejo de Gobierno, además de intentar llevar a la práctica toda su ideología.

También fue secretario de gobierno en Sinaloa, cuando fue gobernador el Sr. Vega. En ese tiempo fundó un periódico, Themis y Deucalión, en el que propugnaba por una reforma de la organización política y social de la República, para lo que era necesario remover al clero, a la aristocracia feudal y al antiguo ejército.

Posteriormente se trasladó a Baja California, en donde descubrió zonas perlíferas, lo que le dio material para escribir varias notas científicas.

A la llegada al poder de Santa Anna en 1853, Ramírez regresó a la ciudad de México para ser profesor de un colegio políglota fundado por Sánchez Solís, en donde impartió cátedra de literatura. Su trabajo periodístico continuó en franca oposición al gobierno y a favor de reformas políticas, lo que le acarreó como consecuencia ser encarcelado en Tlatelolco.

Al abandonar la cárcel, emprendió el viaje a Sinaloa, en donde encontró y se unió a Ignacio Comonfort, de quien fue eficaz secretario. Sin embargo terminó por separarse de aquel debido a que sostuvo a toda costa sus ideales liberales y reformistas, por lo que terminó uniéndose al grupo de Juárez, Ocampo, Prieto y Cano. Desde esta trinchera fue un entusiasta promotor de las Leyes de Reforma, que eran parte básica del programa del partido liberal.

En el Congreso Constituyente de 1856-1857 participó como diputado por el estado de Sinaloa. Ahí fue uno de los principales pilares para la creación de la nueva Constitución, ya que destacó como hombre de ideas, gran orador y brillante polemista. Así por ejemplo, en la discusión sobre el proyecto de Constitución de 1857, expresó respecto a la situación nacional: “mientras el trabajador consuma sus fondos bajo la forma de salario y ceda sus rentas con todas las utilidades de la empresa al socio capitalista, la caja de ahorros es una ilusión, el banco del pueblo es una metáfora, el inmediato productor de todas las riquezas no disfrutará de ningún crédito mercantil en el mercado, no podrá ejercer sus derechos de ciudadano, no podrá instruirse, no podrá educar a su familia, perecerá de miseria en su vejez y en sus enfermedades. En esta falta de elementos sociales encontraréis el verdadero secreto de por qué vuestro sistema municipal es una quimera”.

Después del Congreso fue a Puebla, donde se desempeñó como juez de lo civil y catedrático de literatura y derecho romano en el Colegio del Estado. Desde ahí logró que el estado de Puebla fuera el primero que desconociera a Comonfort.

Concluida la Guerra de Reforma y triunfante el partido liberal, Benito Juárez lo nombró Ministro de Justicia, Instrucción Pública y Fomento. Desde ese cargo realizó diversas acciones: asumió la responsabilidad de la exclaustración de las monjas; reformó la ley de hipotecas y juzgados; hizo prácticas las disposiciones dadas por José María Iglesias sobre la independencia del Estado y de la Iglesia; reformó el plan general de estudios; alojó la Biblioteca Nacional en el antiguo Templo de San Agustín; utilizó las torres de la Iglesia de la Compañía, de Puebla, para crear los observatorios astronómico y meteorológico; apoyó al Colegio de Minería; y mejoró la planta de profesores de la Academia de San Carlos, para la que también logró formar una muy rica galería.

Condenó la pena de muerte a los ladrones como medida eficaz para contener los delitos: “Hemos oído al general Ortega que en el estado de Zacatecas, en los tres años de la revolución por la Reforma, fueron ejecutados más de 2 mil ladrones; será mucho suponer que desde la Independencia hasta nuestros días ha matado la Justicia a razón de mil por año: ¡46 mil ajusticiados por robo! ¡Y los robos continúan! Nosotros también hemos creído que el terror era una medicina. Las autoridades militares, en tiempos de guerra, tienen necesidad de ensangrentarse no sólo cuando pelean, sino cuando juzgan, pero en la paz, cuando la miseria pide un pan a la misma muerte, ¡46 mil cadáveres dicen a sus jueces: Nosotros, ladrones, vosotros asesinos!”.

Para 1862, ante la amenaza de la intervención extranjera francesa, la atacó desde el periódico La Chinaca, en el que también colaboraron Guillermo Prieto, Iglesias, Schiafino, Santacilia, Chavero e Ignacio Manuel Altamirano. Posteriormente fundó otra publicación, El clamor progresista, en la que apoyaba la candidatura de Miguel Lerdo de Tejada. Continuó su obra educativa en el Instituto Literario de Toluca, además de colaborar diariamente en El Correo de México, fundado por Altamirano en 1867.

Al huir el gobierno republicano de la ciudad de México, Ramírez partió hacia Sinaloa y Sonora, desde donde combatió contra el imperio, lo que le hizo sufrir destierro a San Francisco, California. Regresó al país poco antes de la caída de Maximiliano, pero fue conducido a la cárcel de San Juan de Ulúa y después a Mérida, donde fue atacado por la fiebre amarilla.

No estuvo de acuerdo con la condena a muerte de Maximiliano, porque la consideró contraria a los principios de la propia Constitución de 1857: “Pero ¡matar a un hombre con las formalidades de un juicio! No culpamos al Consejo de Guerra; sus miembros tenían obligación de obedecer; pero el superior y el gobierno, a quienes se permite y toca deliberar, ¿buscaron la venganza? Eso es indigno. ¿Quisieron imponer un castigo? La primera de las leyes, la Constitución, protegía la cabeza del reo. ¿Procuraron impedir un nuevo crimen de parte de Maximiliano? ¿Sabían, por ventura, que volvería al trono de México? La Europa y el criminal no les merecían ninguna consideración, pero debieron respetar la Constitución que les ha concedido las armas para salvarla y no para corromperla. Salvando a Maximiliano y sus cómplices en nombre de nuestro Código, ¡con cuánta admiración hubiera sido proclamada como divina la primera ley que contiene palabras de vida para nuestros enemigos!… Si los que convirtieron las tablas de la ley en una piedra de sacrificios como la de Huitzilopoxtli pueden, consultando con su conciencia, jurar que han salvado a la patria, dignos son de respeto por sus servicios, y de piedad porque la suerte los condenó a tan duro ministerio; levanten con mano firme el corazón de la víctima y declaren los agüeros de su propia fama ya que la patria no necesita de tan funestos auspicios…”.

Restaurada la República, volvió a la ciudad de México, donde fue nombrado magistrado de la Suprema Corte de Justicia.

En 1875, apoyó al general Porfirio Díaz en contra de Sebastián Lerdo de Tejada, lo que le valió que al triunfo de aquél formara parte de su gobierno, en el que ocupó la cartera de Justicia e Instrucción Pública, cargo en el que duró poco tiempo, por lo que regresó a su antiguo puesto de magistrado, en cuyo ejercicio falleció el 15 de junio de 1879. Pese a que manejó cantidades exorbitantes de dinero por la liquidación de los bienes eclesiásticos, murió en la mayor pobreza.

En octubre de 1934 sus restos fueron exhumados y trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Entre sus obras literarias se encuentran: Cartas a Fidel y Lecciones de literatura.

Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride. Nacimiento 22 de junio de 1818. Muerte 15 de junio de 1879.