1832-1867
Segundo hijo del archiduque Francisco Carlos y su esposa Sofía de Baviera, nació el 6 de julio de 1832 en el palacio de Schoenbrün, muy cerca de Viena. Hermano de Francisco José, emperador de Austria, la educación de ambos fue confiada a un preceptor, el conde de Bombelles, quien les inculcó las ideas liberales que les acompañarían durante su vida. De hecho, ambos fueron educados para gobernar, pero Maximiliano, al no ser el primogénito, tenía pocas posibilidades de hacerlo. Llegó a dominar los idiomas alemán, inglés, francés, checo, búlgaro, magyar e italiano, además de hablar español y de aprender algo de náhuatl en México.
Ocupó diversos cargos en el Imperio austriaco, pues fue oficial de la marina de guerra, y llegó a ser comandante en jefe de la flota en 1854, debido a su conocimiento del mar Mediterráneo, por el que había viajado y escrito un pequeño libro de sus viajes. Durante su estancia en Portugal se enamoró de María Amalia de la casa de Braganza, que desgraciadamente murió de un mal pulmonar. Fue en ese entonces cuando viajó a París a conocer los planes de política exterior de Napoleón III.
En uno de sus viajes conoció a la princesa Carlota Amalia, hija del rey Leopoldo I de Bélgica, con quien contrajo muy convenientes nupcias el 27 de julio de 1857, él de 25 años y ella de 17. Esto le permitió obtener riqueza de la que carecía y gobernar la Lombardía y Venecia, donde tuvo que enfrentar las rebeliones independentistas de los patriotas italianos, encabezados por Camillo Cavour canciller del Piamonte. Ahí trató de poner en práctica sus principios liberales mediante una serie de reformas, como el otorgamiento de autonomía a las provincias italianas. El rechazo de los pueblos a la dominación austriaca, además de no adecuarse su conducta lo suficiente a la política de represión que deseaban en Viena, llevó a su separación del cargo. A pesar de que para su hermano, emperador de Austria, su gestión había sido un fracaso, Cavour, el héroe italiano vencedor de los austriacos, escribió al enterarse del relevo de Maximiliano: "Al fin podemos respirar de nuevo. ¿Sabéis quien era nuestro enemigo más terrible en Lombardía, al que más temíamos y cuyos avances medíamos todos los días? El archiduque Maximiliano, joven, activo emprendedor, que se entregaba por completo a la difícil tarea de ganarse a los milaneses y que iba a conseguirlo. Su perseverancia, su forma de actuar y su espíritu justo y liberal, ya nos habían quitado a muchos partidarios. Las provincias lombardas nunca habían sido tan prósperas ni estado tan bien administradas. Gracias a Dios, el buen gobierno de Viena intervino y, siguiendo su costumbre, pilló al vuelo la ocasión de cometer una estupidez, un acto contrario a la política, el más funesto para Austria y el más beneficioso para el Piamonte. Al enterarme de esta noticia, respiré. Lombardía ya no podía escapársenos de las manos". (Citado en Zamora Martha. Maximiliano y Carlota, Memoria Presente).
Fue sustituido por el conde Franz Gyulai, personaje de conocida mano dura. Quizás decepcionado por la inutilidad de sus esfuerzos, Maximiliano, sin Carlota, emprendió un viaje a Brasil, tras el cual se estableció con su esposa en el castillo de Miramar, en Trieste, Italia.
Para entonces, en México se libraba una guerra a muerte entre liberales y conservadores. Un grupo reducido de los conservadores consideraba que una solución para los problemas del país sería el establecimiento de una monarquía, la que confiaron al emperador francés Napoleón III, quien, con el pretexto de cobrar viejas deudas había invadido México, país que según el senador francés Michel Chevalier tenía grandes yacimientos de oro en Sonora. También era atractiva la idea de construir un canal en el Istmo de Tehuantepec que uniera a ambos océanos.
Napoleón III buscaba crear una Liga Latina que incluyera tierras mediterráneas y las ex colonias españolas y portuguesas. Un bastión francés en México, podría ser la base para imponer otros protectorados en centro y Sudamérica. Años antes, en 1854, el conde francés Gastón de Raousset-Boulbon había pagado con su vida su intento de crear un nuevo país con los estados de Sonora, Sinaloa, Durango y Chihuahua. Ahora el momento era propicio porque México estaba sumido en el caos económico y Estados Unidos dividido internamente en la guerra de Secesión.
Establecer un gobierno sujeto a los intereses de Francia, permitiría a Napoleón III constituir un baluarte monárquico y católico para contrarrestar en la región la influencia norteamericana anglosajona, republicana y protestante, además de cobrar los adeudos mexicanos, de los que su medio hermano, el Duc de Morny, era el más grande acreedor. A instancias de su esposa Eugenia de Montijo, el emperador francés se decidió por Maximiliano, el hermano del emperador de Austria Francisco José, quien estaba casado con Carlota, hija de Leopoldo I, rey de Bélgica y sobrina de la reina Victoria de Inglaterra. También era una manera de reconciliación con Austria, tras la guerra de 1859 que condujo a la reunificación de Italia.
Con esa propuesta de Napoleón III, un grupo de la Junta de Notables, que se había constituido en Regencia en la ciudad de México, viajó al castillo de Miramar para ofrecer la corona al archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo en 1863. Encabezados por José María Gutiérrez Estrada, integraban el grupo José Manuel Hidalgo, amigo íntimo de la emperatriz Eugenia, el padre Francisco Javier Miranda, Antonio Escandón, socio de la Casa Jecker, el ingeniero Joaquín Velázquez de León y el general de origen francés Adrián Woll, entre otros.
El 3 de octubre de ese mismo año, la comisión llegó a Miramar. Maximiliano estuvo dispuesto a aceptar, siempre y cuando el ofrecimiento de la corona estuviera respaldado por la nación mexicana. “Para que yo pueda tomar a mi cargo una empresa rodeada por tantos obstáculos será preciso, antes de todo, que yo esté bien seguro del consentimiento y de la cooperación de la nación. Y no podría yo prestar el mío sin que una manifestación nacional compruebe, en forma indudable, el deseo del país para colocarme en su trono”.
Conocedor de la historia, para Maximiliano la propuesta a que ocupara el trono mexicano no le parecía extraña, pues tenía legitimidad en la herencia virreinal, ya que la mayoría de los soberanos reinantes en España y Nueva España, a partir de Carlos I (emperador Carlos V) y hasta Carlos II, habían sido de la dinastía de los Habsburgo, a la que él pertenecía.
Al conocerse la noticia, Benito Juárez envió a Jesús Terán a Viena para convencerlo de lo peligroso de sus propósitos: “Cuando el gobierno de Washington salga victorioso de la guerra civil que hoy por hoy divide a su patria, no permanecerá indiferente ante una monarquía establecida al sur de sus fronteras. Las potencias marítimas europeas no han calibrado lo que supone atentar contra las ideas e instituciones democráticas de los Estados Unidos... No meta vuestra Alteza las manos en esa charca si no quiere sacarlas manchadas de barro y salpicar con ello su limpio historial.”
También otros personajes sugirieron a Maximiliano desistir de la aventura, entre ellos el conde Rechberg, canciller austriaco y el general Prim, que aconsejó a Napoleón no meterse en México porque no podría sostenerse.
Al conocer el ofrecimiento que se le hacía a su esposo, Carlota comenzó la lectura de cuanto libro sobre México estaba a su alcance y, partidaria acérrima del liberalismo, se dispuso a redactar una Constitución para el Imperio Mexicano -que no llegó a estar vigente-, así como, junto con el futuro emperador, varias leyes congruentes con la ideología que ambos profesaban e inspiradas en la legislación belga y francesa. El mismo Maximiliano decía que si él era liberal, Carlota era roja. Años después, el contenido avanzado de estas leyes sería ofrecido como prueba de la buena fe de las intenciones de Maximiliano durante su juicio en Querétaro.
Por su parte, los conservadores se dieron a la tarea de reunir miles de firmas que, en una suerte de plebiscito realizado en la ciudad de México y otras poblaciones, bajo la presión de las tropas francesas, expresaría esa voluntad. Tras mostrar sus legajos, el 10 de abril de 1864 una comisión le ofreció la corona de México, la cual fue aceptada por Maximiliano, quien había rechazado anteriormente la corona de Grecia: “asumo el poder constituyente con que ha querido investirme la nación... pero sólo lo conservaré para crear en México un orden regular y para establecer instituciones sabiamente liberales... me apresuraré a colocar la monarquía bajo la autoridad de leyes constitucionales, tan luego como la pacificación del país se haya conseguido completamente.”
De rodillas y con la mano derecha sobre la Biblia, ante el sacerdote de Lacroma, Maximiliano expresó en español su juramento: "La empresa que se me confía es grande, pero espero triunfar con la ayuda de Dios y el apoyo de todos los buenos mexicanos. Nosotros probaremos, así lo espero, que una libertad bien entendida se concilia perfectamente con el imperio del orden; yo sabré respetar la primera y hacer respetar el segundo. Yo Maximiliano, emperador de México, juro ante Dios por los santos evangelios procurar por todos los medios que estén a mi alcance el bienestar y prosperidad de la nación, defender su independencia y conservar la integridad de su territorio".
Más tarde escribiría en su diario sus razones para aceptar la corona mexicana: "Ni mi personalidad ni mi individualidad son compatibles con mi hermano mayor, como me lo ha hecho notar de la forma más patente. Mis ideas liberales le escandalizan. Le teme a mis maneras francas y a mi naturaleza impulsiva. La experiencia adquirida en mis viajes despierta celos, pero él es el soberano y tiene el poder. Soy el primero en reconocerlo, y bajo estas circunstancias, todo lo que puedo hacer es retirarme completamente hacia el fondo. Esto he hecho, retirarme a la paz de Miramar, hacia el silencio de Lacroma. Ahora, de la nada, aparece la oferta del trono mexicano que me da la oportunidad de liberarme de una vez por todas de los escollos y la opresión de una vida falta de acción. ¿Quién en mi posición, con juventud y salud, con una esposa solidaria y llena de energía, que me impulsa, haría sino aceptar la oferta?".
Para contar con el apoyo del ejército francés, Maximiliano contrajo con Napoleón III una obligación de 175 millones de francos, de los cuales sólo recibió 8 y el resto se destinó al pago del adeudo mexicano a los franceses, intereses y gastos de guerra; además, renunció a sus derechos de sucesión de la corona austriaca; a cambio contaría con 28,000 soldados franceses. En un tratado secreto se estableció que el ejército de ocupación ascendería a 38,000 soldados, cuyo número se iría reduciendo a partir de 1865.
"...conforme a las órdenes dadas en 1864 por el emperador Maximiliano, los contratos firmados por los voluntarios llevaban al reverso las condiciones que les habían sido ofrecidas, y en ellas se prometía a cada soldado ocho hectáreas de buenas tierras al terminar, seis años de servicios, y mientras tanto, un sueldo diario, de esa fecha en adelante, superior en diez céntimos al percibido por la tropa de intervención". (Van der Smissen Alfred. Recuerdos de México. 1864-1867).
Con la bendición del Papa Pío IX recibida en Roma, pero con la protesta de Estados Unidos que décadas antes había declarado su doctrina Monroe (“América para los Americanos”), Maximiliano y Carlota se embarcaron en la fragata Novara, la que llegó a Veracruz el 28 de mayo siguiente.
Recibidos con entusiasmo en Orizaba y Puebla, el 12 de junio hicieron su arribo apoteótico a la ciudad de México, tomada por las tropas francesas. Concha Lombardo (Memorias de una primera Dama) escribió. "La recepción que México les hizo fue verdaderamente regia. En las calles, las plazas y los edificios públicos flotaban infinidad de banderas tricolores y la ciudad parecía un extenso jardín, por la cantidad de arbustos, plantas y flores que la adornaban. Yo presencié la fiesta desde un balcón de la casa de don Octavio Muñoz Ledo, en la calle de Plateros, y fue tanto el entusiasmo que en aquel día dominó los espíritus que vi bajar de los balcones a las principales señoras y al paso del soberano ofrecerle ramos de flores. En la noche hubo una brillante iluminación y bien se puede decir que no había en toda la ciudad una sola casa en la que no hubiera gran profusión de luces y de artísticos faroles de colores. En algunas casas se veían los retratos de Maximiliano y Carlota pintados sobre grandes transparentes, rodeados de plantas, luces y banderas, terminado el adorno con cortinajes de seda y terciopelo. Al día siguiente de la llegada de los soberanos hubo en su honor una función en el teatro, a la cual asistieron las autoridades, el cuerpo diplomático, la corte y toda la alta sociedad de México. El emperador llevaba frac y sobre el pecho la condecoración de la Gran Cruz de Guadalupe. La emperatriz vestía un elegante traje blanco, adornado de encajes, una diadema de brillantes y al cuello un grueso collar de perlas".
Ese mismo día inició su gobierno y dispuso que los servicios religiosos fueran gratuitos, y que toda correspondencia con Roma pasara por la censura del gobierno antes de ser entregada. Estableció una monarquía parlamentaria y fijó su residencia en el Castillo de Chapultepec, al que bautizó Castillo de Miravalle porque miraba al valle; después mandó trazar un camino que le conectase al centro de la ciudad (el actual Paseo de la Reforma).
Maximiliano ejerció el poder ejecutivo sin un legislativo electo y trató de seguir una política de conciliación nacional. Cuenta Rafael Martínez de la Torre (El Libro Rojo) que en privado Maximiliano presentó su programa a algunos liberales moderados: “Difundir la enseñanza a costa de los más grandes sacrificios, promover toda mejora material, alentando la colonización en masa y la inmigración de ricos capitalistas, afianzar las conquistas obtenidas por la República a favor de la libertad, y encaminar ésta a su aceptación por todos los partidos”. Con estas bases obtuvo la colaboración de algunos de ellos en su gobierno, pero para el resto de los liberales era demasiado conservador, mientras que para los conservadores era demasiado liberal.
Su gobierno quedó integrado por personalidades de seis nacionalidades: austriacos, belgas, franceses, húngaros y mexicanos (casi la mitad). Formaban un grupo multicultural que nunca llegó a integrarse, pues muchos requerían de traductores para entenderse entre sí, de modo que reñían, formaban camarillas, se entorpecían y saboteaban las iniciativas de quienes consideraban sus enemigos. Buena parte de ellos no estaba ligada ni a México ni a Maximiliano, sólo era guiada por su afán de hacer negocios en tanto durara el Imperio.
Poco después de su arribo al país cuyo gobierno le concedía Napoleón III, Maximiliano emprendió la primera gira de un total de cinco que realizaría en los años siguientes, a diversas regiones mexicanas con el propósito de entender las necesidades y el sentir de sus habitantes. En las poblaciones más grandes como Querétaro, los grupos conservadores organizaron cálidas bienvenidas al nuevo emperador, aunque Maximiliano no se negaba al contacto con gente más modesta.
Durante los continuos viajes de Maximiliano, Carlota gobernaba (hablaba español y tomó lecciones de náhuatl, además dominaba el francés, alemán, inglés e italiano) y lo hizo un total de 200 días durante el efímero Imperio. Se convirtió así en la única mujer que ha gobernado México -al menos la zona ocupada por los franceses,- aunque sea de manera temporal e intermitente. Lo mismo presidía el Consejo de Ministros que las audiencias públicas dominicales. El mismo mariscal Bazaine llegó a opinar en sus informes que Carlota podría dirigir el Imperio mejor que su esposo si se le dejaba completamente el poder.
Pero Carlota pronto se dio cuenta que la realidad era completamente ajena a sus sueños forjados en Miramar. Escribió a Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III: "Las autoridades están compuestas de hombres enérgicos que roban y de hombres honorables que no tienen energía. La justicia se vende, la protección se compra. En todas partes se escuchan hermosas promesas que no se cumplen en ningún lado. Las poblaciones piden armas para defenderse y cuando el enemigo se presenta huyen. Los distritos siempre piden dinero y nunca dan, los recolectores de impuestos cobran su sueldo y nada para el gobierno. El comercio no vive sino del contrabando, la industria es casi nula y la agricultura está arruinada. Los baches son más anchos que las carreteras, los puentes se caen de viejos, las canalizaciones están rotas, a los bueyes de labor se los comen y los caballos se mueren de flacos".
En otra de sus cartas a la misma emperatriz francesa, le confió: "Durante los primeros seis meses todos encuentran encantador al gobierno; pero toca algo, pon manos a la obra en cualquier trabajo y te maldicen. Es la nada que no quiere ser destronada. Vuestra majestad creería probablemente, como yo, que la nada es una sustancia manejable. Al contrario, en este país se choca con ella a cada paso y es granito, es más poderosa que el espíritu humano y únicamente Dios podría doblegarla. Las pirámides de Egipto fueron menos difíciles de construir de lo que sería vencer la nada mexicana".
En otra más, decepcionada de los mexicanos, observó: "No apreciamos nada que tenga un valor y estamos empeñados en conseguir un cambio. Las masas aquí son atrozmente torpes e ignorantes, una situación que la clase de los licenciados (intelligentsia) no hace nada para corregir. Esto explica por qué el clero puede mantener su sometimiento estrangulatorio sobre el pueblo; nadie se ha molestado en educar a los pobres, se les deja en su estupor, y porque se les deja en él la Iglesia ha obtenido control..." Por eso vislumbraba como única solución para el progreso nacional a la inmigración europea: "Es nuestra misión, con suaves y cautelosos métodos, atraer hacia México un flujo de inmigrantes que puedan absorber a la población, ya que los elementos existentes son un caso perdido y nada se puede hacer con ellos. Lo diría abiertamente si no temiera que alguien lo repitiese aquí, que confío en la colonización. Sólo Europa puede poblar correctamente este imperio".
Maximiliano tampoco encontraba lo que había imaginado, el país era ajeno a sus sueños. Relata Juan de Dios Peza (Epopeyas de mi Patria) que Maximiliano "no tenía idea del carácter de sus nuevos gobernados", y en su afán de convencer a los mexicanos, vistió fascinado un traje de charro, con "una vistosa corbata encarnada, y con esto, á la par que se atrajo la más sangrienta crítica del pueblo, causó un profundo disgusto á los conservadores. El país se hallaba dividido en liberales y reaccionarios; los primeros, llamados puros, tenían por emblema el color rojo; los conservadores ó mochos, el verde... ¿Cómo habían de recibir con agrado los 'verdes' que el Emperador, que habían traído con tantos trabajos, les resultara 'rojo'? La corbata colorada la usaban los 'chinacos', las blusas que entraron con González Ortega, los guerrilleros que amaban á Garibaldi, los partidarios de Juárez, los enemigos del clero, de los reyes, de los abolengos y de los 'privilegios, y ponerse una corbata así el Emperador, el descendiente de Carlos V, el hombre en cuyo cuello sólo podía brillar el toisón de oro, era una herejía, un sacrilegio, un insulto á los que vestían frac y uniforme bordado, para inclinarse reverentes delante del trono".
También Maximiliano decepcionó a los militares cuando trató de formar una guardia rural mexicana y un ejército imperial propio con voluntarios austriacos y belgas. Los militares conservadores esperaban manejar a su antojo al nuevo emperador. El malestar se incrementó porque quiso reducir a 18 el número de generales mexicanos, en tanto que ascendió de grado a los oficiales y jefes franceses. Su gabinete mexicano tampoco se sintió a gusto cuando nombró un gabinete paralelo de extranjeros con mayor poder efectivo. Además, en misiones diplomáticas irrelevantes, envió a los dos generales conservadores principales Miramón y Márquez a Berlín y Estambul respectivamente.
Se fijó un sueldo estratosférico –un millón y medio de pesos al año y 200 mil para la emperatriz- siendo que la reina Victoria ganaba un millón 925 mil y Juárez sólo 36,000. No le importó que las arcas mexicanas estuvieran prácticamente vacías y poco hizo el emperador por ordenarlas y engrosarlas, lo que a la larga causó graves carencias económicas que incluso llevaron a la suspensión de giras del emperador por falta de recursos. Entonces recurrió a préstamos extranjeros, los que al gastarlos rápidamente, sumieron al naciente imperio en la bancarrota total. Además, debido a su delicada salud se ausentaba del gobierno, a menudo para viajar a Cuernavaca, en donde se cuenta sostuvo amores con Concepción Sedano “La India Bonita”, hija de su jardinero del chalet Olindo (Olvido), con quien tuvo un hijo llamado José Julio Román de Jesús María Sedano y Leguizamo (que en 1917 sería fusilado en Paris por espionaje al igual que la Mata Hari). "Max pensaba en ella, parece ser, al mencionar en una carta a "una joven india inocente que me testimonia un afecto ingenuo que me es muy dulce". Su español, tan áspero, era más suave cuando platicaba con ella. La necesitaba. "iSe está tan solo en la vida!" decía." (Tello Díaz Carlos. Maximiliano, emperador de México).
También en Cuernavaca, se le atribuyen amoríos con Guadalupe Martínez, hija de un alto funcionario de su gobierno monárquico.
Si bien el gobierno imperial fue reconocido por muchos gobiernos extranjeros –con la notable excepción de los Estados Unidos-, las cosas empezaron a andar mal cuando Maximiliano se reveló como un liberal –lo que había advertido a los conservadores desde Miramar- y además, masón. Así, presionado por los intereses franceses, Maximiliano gobernó oscilando de un criterio liberal a otro conservador y mostrando una gran debilidad de carácter. Comenzó por adoptar medidas liberales, y no sólo ello: en su gabinete fueron incluidos liberales moderados, lo que provocó el enojo de los conservadores que lo habían traído a México.
Desde Miramar, Maximiliano y Carlota habían trabajado sin descanso en una serie de leyes que la realidad mexicana convertiría en letra muerta. Así, dadas sus convicciones liberales y su condición de miembro de la masonería (y en México del Rito escocés antiguo y aceptado), el 10 de abril de 1865, Maximiliano decretó el Estatuto del Imperio que lo dividía en 50 departamentos.
Después promulgó un código civil que concedía igualdad de derechos a los hijos "naturales" y la patria potestad a las madres; una Ley de Instrucción Pública que establecía la primaria gratuita y obligatoria suprimiendo los rezos y las misas diarias en establecimientos públicos de enseñanza; proyecto una secundaria de siete años y seis carreras profesionales, a falta de universidad: literarias Derecho, Medicina y Filosofía, prácticas Militar, Minas y Politécnica.
Asimismo expidió una ley agraria protectora de los campesinos e indígenas, que incluía medidas tales como restringir las horas laborales y abolir el trabajo de los menores, cancelar las deudas de los campesinos que excedieran los 10 pesos y prohibir toda forma de castigo corporal. También trató de romper el monopolio de las tiendas de raya, e imponer la educación indígena bilingüe, el descanso dominical, la libertad de culto y el derecho al voto de los desposeídos. Asimismo, dispuso restaurar la propiedad comunal, dotar a los pueblos de fundo legal si carecían de él, así como ejidos y tierras de labor.
Además creó un Comité Protector de las Clases Menesterosas, una Casa de Maternidad e Infancia gratuita y legalizó la prostitución, concebida como un problema de salud pública. Algunos de sus decretos eran traducidos al náhuatl.
También se esforzó porque fueran públicos los ingresos y egresos de su gobierno.
Por su parte, la Emperatriz dio todos los lunes audiencia para recibir las peticiones de los pobres porque deseaba ser “como una madre para todos los mexicanos”, por eso se le comenzó a llamar cariñosamente “Mamá Carlota”. Al mote del "Empeorador", se agregó el de Mamá Carlota para la emperatriz, como mofa a su supuesta esterilidad.
También, era popular en la corte porque tocaba el piano frecuentemente, en especial la canción habanera "La Paloma", que cantaba Concha Méndez. Sin embargo, su gran cultura y afán de conocimiento ponía incómodas a las damas de honor y esposas de los nobles mexicanos, cuya ignorancia supina era lo normal en la época.
Todo esto causó y profundizó el descontento entre las filas conservadoras. En contraste, algunos liberales vieron los cambios con simpatía, no así los juaristas que continuaron su lucha por regresar a un régimen nacional y republicano, inspirado en el modelo estadounidense.
Para alentar la economía del país, Maximiliano firmó un contrato para la construcción del ferrocarril de México a Veracruz, así como autorizó el establecimiento del Banco de Londres, México y Sudamérica para facilitar los intercambios comerciales.
Pero lo más trascendente fue que Maximiliano entró en pugna con el clero mexicano, que deseaba la marcha atrás de las Leyes de Reforma y la devolución íntegra de su propiedad raíz, que antes de esas leyes ascendía a una tercera parte del territorio nacional, diez mil iglesias y ciento cincuenta conventos. Demandaba también que se le devolviera el papel central que tenía en la vida cotidiana: el control de la educación, las obras de caridad y asistencia, la recreación mediante las misas y festividades religiosas; además de funciones lucrativas agrícolas, ganaderas y bancarias; todo bajo la protección del fuero eclesiástico y sin obligación alguna de cumplir las leyes civiles y pagar impuestos.
El nuevo emperador decretó la tolerancia religiosa aunque declaró a la religión católica como la oficial del Imperio, pero anunció que ejercería el patronato real y mantuvo los principios de la reforma liberal, ratificó esas leyes y alejó al clero del gobierno; para Maximiliano había que reformar al clero, al que consideraba en parte absolutamente corrupto y había que convertir a México al catolicismo, pues no era católico ni nunca lo hacía sido. Todo esto le atrajo la malquerencia de la Iglesia católica y otra vez de los conservadores, que hasta llegaron a llamarle "el Juárez coronado".
Ante el desencuentro con el clero, un nuncio papal, Pedro Francisco Meglia llegó a México para exigir la revocación de las leyes de reforma, la restauración de las órdenes religiosas, la remoción de la dependencia de la iglesia de las autoridades civiles, la vuelta de la educación a manos eclesiásticas y desde luego la devolución de los bienes expropiados a la iglesia. Ante su negativa, el clero y sus seguidores se sintieron traicionados. Inclusive, Maximiliano creó en 1865, la Administración de Bienes Nacionalizados para validar las expropiaciones e imponerles un gravamen de 15% a quienes los habían comprado, que en su mayoría eran terratenientes conservadores, quienes por su propia conveniencia, bloquearon cualquier intento de devolución al clero de esos bienes.
Como el emperador y la emperatriz no podían tener hijos, pues se dice que Maximiliano se había enfermado de sífilis en su expedición a Brasil, adoptaron a los nietos de Agustín de Iturbide para hincar su dinastía. También, para fortalecer la legitimidad histórica de su Imperio rindió homenaje a los héroes de la independencia: en 1864 dio el “grito” por primera vez en Dolores y erigió la primera estatua de Morelos.
Por otra parte, Maximiliano embelleció la ciudad de México mediante la alineación de sus calles, el sembrado de fresnos y la instalación de alumbrado de gas. Asimismo, reorganizó la Academia de San Carlos, fundó tres Museos: de Historia Natural, de Arqueología y de Historia, así como la Biblioteca Nacional y la Academia Imperial de Ciencias y Literatura.
En septiembre de 1864, Maximiliano visitó las ciudades que apoyaban su imperio y ante la calurosa recepción que en todos lados recibía, concluyó que la mayoría de los mexicanos deseaba paz y justicia, y por lo tanto, que la minoría disidente podía ser considerada fuera de la ley y tratada como delincuente. Así, cuando sus tropas empujaron a Juárez a refugiarse en Paso del Norte, consideró que ya contaba con la simpatía de la población mexicana y publicó el famoso decreto del 3 de octubre de 1865, por el que se ponía fuera de la ley, se remitía a la corte marcial y se ordenaba la ejecución de toda aquella persona que fuese miembro de “bandas armadas”, o que las auxiliasen de cualquier forma. El decreto mereció la repulsa internacional e inclusive una protesta formal al gobierno francés por parte de los Estados Unidos.
Congruente con la política de Napoleón III en América, Maximiliano "pensaba que Yucatán era, por su posición, esencial para realizar un proyecto que le seducía, el de consolidar la hegemonía de México en América Central. "Llegará tal vez el día en el que algunas provincias de la frontera norte tendrán que ser cedidas a Estados Unidos", escribió, con su peculiar inconsciencia. "Las dejaré de buena gana a cambio de ganancias sólidas en América Central, pues nuestra verdadera orientación consiste en dirigir el Imperio hacia la posición central del nuevo continente, concediendo el dominio del norte a Estados Unidos y el del sur a Brasil". Su proyecto contemplaba más, mucho más: casar a su hermano Luis Víctor con una de las hijas del emperador de Brasil, con el fin de fundar una dinastía Habsburgo en América del Sur." (Tello Díaz, ya citado).
Pero la resistencia republicana bajo el liderazgo de Benito Juárez fue creciendo, mientras que el imperio se debilitaba. Las guerrillas no lograron ser controladas por las fuerzas francesas, austriacas, belgas y mexicanas que sostenían al emperador. Maximiliano nunca llegó a ejercer un verdadero dominio sobre México, ya que su gobierno funcionaba solamente donde había guarniciones extranjeras.
Pese a su compromiso en Miramar, Maximiliano no se ocupó realmente de formar un ejército propio, no tuvo manera de hacerlo, de modo que contó sólo con las tropas mexicanas cuando Napoleón III dispuso que sus soldados regresaran ante la crítica del parlamento y la prensa francesas por lo costoso de la intervención sin resultados evidentes. Desde el principio, fue obvio para los oficiales franceses, que el ejército mexicano no sería capaz de sostener a Maximiliano, dados su origen en la leva obligatoria y deserciones constantes. Además, la situación internacional había cambiado: crecía la amenaza a Francia de la Confederación Alemana y la victoria en abril de 1865 del presidente Lincoln en la guerra civil norteamericana, hacía ya riesgosa para Francia la continuación de la aventura mexicana y hasta el Papa Pío IX se había negado a recibir representación diplomática de Maximiliano.
Para justificar su retiro de México, Napoleón acusó a Maximiliano de haber sido incapaz de establecer la paz y organizar un gobierno sólido; además intentó negociar con los liberales el establecimiento de un gobierno republicano, pero sin Juárez para salvar su honor. Las dificultades de Maximiliano con el mariscal francés Aquiles Bazaine también apresuraron que las tropas de Napoleón se retiraran antes de lo previsto en el Convenio de Miramar. Su hermano, el emperador austriaco Francisco José, aceptó reforzarlo con 4,000 soldados, pero Estados Unidos protestó y el auxilio nunca llegó.
En julio de 1866 la emperatriz Carlota viajó a Europa intentando conseguir apoyos para el gobierno de su esposo. El 12 de agosto siguiente se entrevistó con Napoleón III en el palacio de Saint Cloud, quien le confirmó el retiro de su apoyo militar, político y económico a su esposo. Sus esfuerzos por impedir esta retirada fueron infructuosos, incluso ante Pío IX, con quien habló el 27 de septiembre. Así, la emperatriz sufrió, ese mismo mes, un ataque de locura, sea por una seta que le dio una yerbera patriota como cuenta una versión, sea porque enfrentaba un embarazo producto de un adulterio con el jefe de la Legión Belga Barón Alfred Louis Adolphe Graves van der Smissen (se cuenta que su hijo fue el general francés Maxime Weygand) como también se dice, o sea porque fracasaba su proyecto de vida que es la versión histórica. El caso es que se anuló su matrimonio con Maximiliano, se devolvió íntegra la dote, y aunque ya nunca se recuperó, Carlota vivió hasta 1927. (Zamora Martha. Prólogo a Recuerdos de México 1864-1867 de Alfred van der Smissen).
Por su parte, para impedir el retiro de los franceses, Maximiliano ofreció a Napoleón III el 28 de agosto de 1866 la concesión del canal y del ferrocarril de Tehuantepec; para provocarlo le comunicó que empresas norteamericanas estaban interesadas en esta concesión y requerían colonizar seis mil acres en las colindancias a cambio de 40 millones de francos. No lo atrapó su oferta ni las empresas mencionadas continuaron sus gestiones, si es que alguna vez las hicieron.
Al enterarse de las intenciones del emperador francés de abandonarlo incumpliendo en dos años lo estipulado, Maximiliano pensó en abdicar como se lo aconsejó Castelnau, nuevo embajador de Napoleón III. Según Agustín Rivera (Anales Mexicanos), Maximiliano se enfrentaba, por un lado, a la imposibilidad de sobrevivir sin el apoyo francés, y a la presión del emperador, de sus enviados y de su círculo más íntimo para que abdicara; por el otro, a la presión de los principales conservadores mexicanos, entre ellos Márquez y Miramón, para que resistiera; a la negativa de su hermano Francisco José de permitirle el regreso a Austria; a la exigencia de su madre, la archiduquesa Sofía, de sacrificar su vida, antes de caer en la deshonra de la abdicación; además, a la vergüenza de volver a Europa, humillado y sin corona. Para la misma Carlota: “abdicar es condenarse, extenderse a sí mismo un certificado de incapacidad y esto es sólo aceptable en ancianos o imbéciles, no es la manera de actuar de un príncipe de 34 años, lleno de vida y de esperanzas en el porvenir... Partir como civilizadores, salvadores y regeneradores, y volver con la explicación de que no hay nada qué civilizar, nada que regenerar y nada que salvar sería el mayor absurdo que hay bajo el sol… Yo no conozco ninguna situación en la cual la abdicación no fuera otra cosa que una falta o una cobardía... en tanto que haya aquí un emperador, habrá un imperio, incluso aunque sólo le pertenezcan sus pies de tierra. El imperio no es otra cosa que un emperador... el imperio es el único medio de salvar a México, se debe hacer todo para salvarlo, porque a ello se ha comprometido uno por juramento y ninguna imposibilidad nos releva de la palabra jurada... Se puede permitir jugar con los individuos, lo que no debe ser es jugar con las naciones, porque Dios las venga.”
Habiendo viajado a Orizaba, en noviembre de 1866, siguiendo instrucciones de Napoleón III, Maximiliano convocó a un Congreso Nacional con la participación de todos los partidos, para decidir la continuación o no del Imperio, y en caso afirmativo, la formación de leyes para consolidarlo.
La resistencia de los juaristas, el no reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos, la retirada del ejército de Bazaine y las negociaciones que Francia había iniciado con los estadounidenses para instaurar un nuevo gobierno en México con el retiro de las tropas francesas y la neutralidad de los Estados Unidos, eran suficientes razones para que Maximiliano abdicara. De hecho, se dijo que su presencia en Orizaba era porque en noviembre de 1866 embarcaría a Europa.
Sin embargo, regresó en diciembre a la ciudad de México, convocó a una reunión al Consejo de Estado para proponerles que permanecería en el trono bajo las siguientes condiciones: liberación de los lazos con los franceses, arreglo con los Estados Unidos, obtención de nuevos créditos, organización de un ejército propio, y para detener el derramamiento de sangre: revocación de la ley del 3 de octubre y sometimiento a Consejo de Guerra sólo a quienes cometieran crímenes comunes.
En enero siguiente, Bazaine lo conminó a retirarse frente a una Junta de 35 notables, pero finalmente la junta se pronunció con el voto de 26 de sus miembros por continuar la defensa del Imperio.
Al retiro de las tropas francesas el 5 de febrero de 1867, los generales conservadores Miramón y Márquez auxiliaron a Maximiliano en la reorganización del ejército mexicano imperial. Pero las derrotas ante los juaristas forzaron a Maximiliano a abandonar la capital del país el 13 de febrero siguiente, a asumir el mando de su ejército, a nombrar una regencia y a instalarse, junto con el general Tomás Mejía, en la ciudad de Querétaro para enfrentar la embestida de los republicanos juaristas. Márquez fue enviado a Puebla para intentar la resistencia a los ataques de Porfirio Díaz.
El 14 de marzo de 1867, comenzó el sitio de Querétaro por las tropas de los generales republicanos Ramón Corona y Mariano Escobedo. Tras dos meses de asedio y algunos enfrentamientos por romper el sitio, la noche del 14 de mayo siguiente, el coronel imperialista Miguel López, por traición o por encargo secreto de Maximiliano acordó con el general Escobedo la entrega incondicional de uno de los reductos sitiados para que las tropas republicanas penetraran a la ciudad. Así, la plaza cayó el día 15 de mayo y Maximiliano fue hecho prisionero y conducido a una celda del convento de Capuchinas. Al llegar al convento regaló su caballo al general Vicente Riva Palacio, por las consideraciones que había tenido con él: “recibidlo como una memoria de este día”.
El 21 de mayo siguiente, conforme a la ley del 25 de enero de 1862, el presidente Juárez ordenó se abriera proceso a Maximiliano, Miramón y Mejía. El fiscal, coronel Manuel Aspiroz, señaló a Maximiliano el cargo que le resultaba por haberse prestado a ser el principal instrumento de la intervención francesa para sustituir a la república por una monarquía subordinada a Napoleón III, en contra de la democracia americana y con el fin de favorecer intereses bastardos del emperador francés y de personajes como el agiotista Jecker. Además, se le inculpó de usurpar el titulo de emperador; de arrogarse los derechos de un pueblo soberano y libremente constituido; de disponer por las armas de los intereses, derechos y vidas de todos los mexicanos; de llevar una guerra injusta aliado de los franceses; y de mandar reclutar cuerpos de voluntarios extranjeros. Asimismo, la ley marcial del 3 de octubre de 1865, decretada por Maximiliano fue uno de los cargos principales, junto con el manifiesto del 2 de octubre de 1865 en el que declaró que los republicanos habían salido del país, por lo que las fuerzas republicanas serían consideradas como gavillas. También se le acusó de conducir la guerra incluso después de la retirada de los franceses, y de agravar su crimen de usurpador decretando para el caso de su prisión, que se publicara su abdicación, pero que en el caso de su muerte, el poder pasara a una regencia.
Maximiliano reclamó primero que se le tratara como a un jefe de Estado vencido en una guerra justa, luego se rehusó a reconocer la ley del 25 de enero de 1862 y la competencia del consejo de guerra y se negó a contestar las preguntas del fiscal. Dijo a su abogado defensor Rafael Martínez de la Torre: “Mirad los decretos del periodo de mi gobierno; leedlos, y su lectura será mi defensa: mi intención ha sido recta, y el mejor intérprete de mis actos todos, es el conjunto de mis diversas órdenes para no derramar sangre mexicana. La ley de 3 de octubre fue creada para otros fines que no se pudieron realizar. La consolidación de una paz que parecía casi obtenida, era el objeto de esa ley que, aterradora en su texto, llevaba en lo reservado instrucciones que detenían sus efectos”. Entonces solicitó una entrevista con el presidente Juárez, que nunca fue otorgada, y a quien pidió “se me conceda el tiempo necesario para mi defensa y arreglo de mis negocios privados”. Después, intentó escapar mediante el soborno, pero sus custodios resultaron insobornables y la fuga fracasó.
Tras un juicio celebrado en el teatro municipal por un coronel y seis capitanes, sin derecho a apelaciones y con base en un interrogatorio que en su mayor parte el emperador se negó a contestar, el 14 de junio siguiente, Maximiliano, Miramón y Mejía fueron condenados a la pena capital conforme a la ley del 25 de enero ya mencionada. Dos días más tarde, el fallo del jurado fue confirmado por el general Mariano Escobedo. Al enterarse de la sentencia definitiva, Maximiliano dijo: “Estoy pronto”. Arregló su testamento creyendo que Carlota ya estaba muerta y envió una carta a su madre la princesa Sofía de Baviera.
Encargó que se escribiera la historia de su gobierno y se terminaran algunos trabajos de arte en Miramar; interrumpió sus oraciones para hacer obsequios y escribir cartas de agradecimiento y despedida, una de ellas dirigida al presidente Juárez, fechada el mismo día de su muerte: “yo conjuro a usted de la manera más solemne y con la sinceridad propia de los momentos en que me hallo, para que mi sangre sea la última que se derrame y para que la misma perseverancia que me complacía en reconocer y estimar en medio de la prosperidad con que ha defendido usted la causa que acaba de triunfar, la consagre a la más noble tarea de reconciliar los ánimos, y de fundar de una manera estable y duradera la paz y la tranquilidad de este país infortunado”.
Pese a los ruegos y peticiones de sus defensores legales, de varios diplomáticos extranjeros, del propio gobierno norteamericano y de algunas personalidades de la época, Juárez se negó a otorgar el indulto a Maximiliano, quien entonces sólo pidió se concediera conservar la vida a Miramón y Mejía. No fue concedida la petición. Años antes, tampoco Maximiliano había concedido el indulto a Nicolás Romero y al coronel Cano, juaristas condenados a muerte por tribunales monárquicos.
Maximiliano, Miramón y Mejía fueron fusilados el 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas, Querétaro. Ante el pelotón de su fusilamiento, Maximiliano honró a Miramón colocándolo al centro, dio a cada uno de los soldados del pelotón de fusilamiento un “maximiliano” (moneda de oro con su efigie con valor de veinte pesos) y dijo sus últimas palabras: “Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Qué mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria! ¡Viva México!” Empuñó un crucifijo: “Los perdono a todos y que todos me perdonen”. Separó su barba para descubrir su pecho y a la descarga de los fusiles, cayó al suelo aun con vida, por lo que tuvo que recibir el tiro de gracia en el pecho de un joven soldado que participaría siendo general en el cuartelazo contra Madero: Aureliano Blanquet. Así murió, quien románticamente llamó a lo que sintió por México: "El amor que no fue aceptado".
Los corridos populares registraron su muerte:
Maximiliano de Austria: tu suerte yo deploro
bajo el regio sepulcro en que se halla tu ser,
no culpes a mi Patria, que un pueblo siempre se honra,
en combatir el yugo que lo ataba a la vez.
¿En qué te había ofendido el país de los aztecas,
para que lo vinieras tal vez a conquistar?
Te pasó lo que a Ciro, frente a los magoretas,
buscando una Corona sólo encontró un puñal.
Del sueño que tuviste en Miramar un día
de aquel sublime anciano que te iba saludar,
fue el fantástico ángel que te venía a anunciar,
que Escobedo y su espada te iban a derrotar.
¿En qué te había ofendido el país de los aztecas,
para que lo vinieras tal vez a conquistar?
Te pasó lo que a Ciro, frente a los magoretas,
buscando una Corona sólo encontró un puñal.
Por su parte, el escritor español José Zorrilla, exdirector del Teatro Imperial, dedicó a la nación mexicana los siguientes versos amargos en su libro El Drama de México:
¡Ojalá seas yankee y luterana;
porque para llegar hasta ese día
has de arrojar la lengua castellana,
la religión del hijo de María,
y tu ruin libertad republicana
en el vil lodazal de tu anarquía;
y sin fuerza, sin honra y sin altares,
entregarás al yankee tus hogares!
A solicitud del gobierno austriaco, el 28 de noviembre de 1867, los restos de Maximiliano fueron trasladados a su auténtica patria; la misma fragata Novara, que lo había traído esperanzado a Veracruz, transportó su cuerpo ya sin vida de regreso a Europa.
Desde 1868 sus restos reposan en la Cripta Imperial de la Iglesia de Capuchinas de Viena.
Para Érika Pani (Gobernantes Mexicanos): “Maximiliano no pudo establecer las bases de un poder estable y duradero; no contó con el apoyo de la Iglesia Católica, cuya red institucional le hubiera podido facilitar su dominio del territorio; no logró monopolizar el uso de la fuerza física y le fue imposible construir la legitimidad necesaria para apuntalar un sistema hacendario viable. De esta forma, sufrió la misma suerte de otros gobernantes decimonónicos, que sucumbieron ante la indiferencia de la población, la pobreza del Tesoro, la resistencia de los intereses regionales y de la oposición política, y su propia ineficiencia.”
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
Efeméride. Nacimiento 6 de julio de 1832. Muerte 19 de junio de 1867.
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