1783-1831
Nació en el seno de una familia de campesinos y arrieros pobres, el 10 de agosto de 1783 en Tixtla, un pueblo ubicado en la Sierra Madre Occidental, cerca de Chilpancingo y a unos cien kilómetros del puerto de Acapulco, en el hoy estado de Guerrero. Sus padres fueron Juan Pedro Guerrero y María Guadalupe Saldaña, mestizos de origen negro, indígena y español, que en la sociedad de castas de la Nueva España, sufrían el racismo y la marginación. De niño nunca asistió a la escuela, y en cuanto pudo, trabajó como peón en las haciendas azucareras de la Tierra Caliente. También laboró como arriero y así pudo conocer otros lugares y personas en los viajes que realizaba. Ya adulto aprendió a leer y escribir.
A mediados de 1811 fue invitado a incorporarse a la insurgencia por los hermanos Hermenegildo y Pablo Galeana, quienes intentaban tomar Taxco por órdenes de Morelos. El 23 de febrero de 1812, Guerrero se distinguió por su valor y decisión en la batalla de Izúcar, cuando resistió el ataque de más de dos mil soldados realistas comandados por Ciriaco de Llano. En la toma de Taxco, demostró similar conducta, por lo que Morelos le otorgó el grado de capitán y poco después lo ascendió a teniente coronel por su participación en la toma de Oaxaca. Entonces, Morelos comisionó a Guerrero para que reforzara la zona costera del sur; ahí apoyó y actuó en la toma de Puerto Escondido, Santa Cruz de Huatulco y de Acapulco
En enero de 1814, Guerrero escoltó con una guardia de 400 hombres a los diputados del Congreso de Chilpancingo, tras las derrotas insurgentes de Valladolid y Puruarán. En junio de 1815 asaltó Acatlán, incendió el pueblo y huyó a Tlapa. Cuando el 5 de noviembre siguiente fue capturado Morelos por los realistas, Guerrero escoltó al Congreso hasta Tehuacán, y al saber que Mier y Terán había sido desconocido por el Congreso, se negó a obedecer sus órdenes.
Habiendo sido fusilado Morelos, Rayón encarcelado, el Congreso disuelto y Guerrero derrotado en la Cañada de los Naranjos, la insurgencia comenzó a declinar notablemente en el sur y varios jefes rebeldes como Rosáins aceptaron el indulto ofrecido por el virrey Apodaca. Sólo Guerrero, junto con Pedro Ascensio Alquisiras y Juan Álvarez, combatieron a los realistas mediante una guerra de guerrillas, con ataques rápidos y sorpresivos, en los que la lucha era cuerpo a cuerpo y con bayonetas, cuchillos y garrotes. Así lograban apoderarse de armamento y caballos; a los oficiales que detenían, los mandaban fusilar.
Los siguientes tres años, de 1816 a 1818, el realista José Gabriel de Armijo estuvo al frente de la campaña contra las guerrillas del sur, de modo que logró recuperar de manos de la insurgencia varios poblados, el principal, Acapulco. Sin embargo, Guerrero resistió tenazmente en las montañas como jefe de la única fuerza insurgente que sobrevivió los ataques de Armijo, pero nunca pudo hacer contacto con la fuerza expedicionaria de Mina que en 1817 desembarcó en auxilio de los insurgentes mexicanos.
Cuando se integró la Junta de Jaujilla, que sustituyó al Congreso, Guerrero se puso bajo sus órdenes, pero la Junta fue también disuelta en febrero de 1818. El 16 de septiembre del mismo año, logró apoderarse de gran cantidad de armamento en Tamo, con el que pudo aumentar su ejército a casi dos mil efectivos, y volver a infligir algunas derrotas a los realistas.
Para 1820, derrotado y oculto Guadalupe Victoria, el único insurgente que aun sostenía la causa de la independencia era Guerrero. Por eso el virrey Apodaca le envió como emisario de paz a su propio padre, a cambio del indulto, del reconocimiento de su grado militar y de una recompensa en dinero. Se cuenta que llorando, hincado y abrazado a las piernas de su hijo Vicente, don Pedro le imploró que aceptara el ofrecimiento de Apodaca. Guerrero, en vez de contestarle, se dirigió a sus tropas en los siguientes términos: “Compañeros, este anciano es mi padre. Ha venido a ofrecerme recompensas en nombre de los españoles. Yo he respetado siempre a mi padre, pero la patria es primero.”
Mientras tanto, en España, desde el 9 de marzo de 1820, un movimiento liberal había obligado a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812, a hacerla jurar a todo el imperio y a convocar a elecciones a Cortes. Cuando llegó la noticia a la Nueva España de que la monarquía absoluta se había acotado, los peninsulares y el clero comenzaron a ver en la independencia de la colonia una manera de salvar sus fueros y privilegios del liberalismo que había tomado el poder en la metrópoli.
A finales de ese mismo año, ante el fracaso de Armijo y la negativa a indultarse de Guerrero, Apodaca envió a Agustín de Iturbide al frente de un poderoso ejército a combatirlo. Sin embargo, tras varios intentos, Guerrero lo derrotó en Zapotepec el 2 de enero del siguiente año. Fue entonces cuando Iturbide urdió aprovechar el temor de los peninsulares de perder sus privilegios y las aspiraciones de criollos y mestizos que veían en la independencia la oportunidad de un cambio, para consumar la independencia de México. Iturbide invitó a Guerrero a unirse con este propósito. No tuvo que convencer a Guerrero, quien sucesivamente, ya había propuesto sin éxito al general Armijo, a su subordinado el coronel Carlos Moya, y al teniente coronel Francisco Berdejo, aprovechar “la puerta abierta para poder ser un padre de la patria, esto es, de nuestro suelo mexicano”. Fue así, que sin posibilidades de un triunfo militar y consciente de que había que posponer sus ideales liberales para lograr la separación de España, Guerrero aceptó la invitación de Iturbide y el 27 de enero de 1821, se enfrentó por última vez a los realistas en un sitio llamado el Espinazo del Diablo.
El 24 de febrero siguiente, Iturbide proclamó el Plan de Iguala que proponía el establecimiento de una monarquía moderada conforme a los principios o “garantías” de “Independencia, Unión y Religión”: independencia de España, pero con un emperador de la casa de los Borbones; unión de europeos, africanos e indios como ciudadanos del reino, pero sin alterar los fueros y preeminencias civiles, militares y eclesiásticos; y como religión oficial, la católica, apostólica y romana.
Para entonces, Guerrero, fortificado en el cerro de Barrabás, ya luchaba un guerra cuyo único futuro era seguir resistiendo, por lo que el 14 de marzo de 1821, en Acatempan, selló con Iturbide la unión de los mexicanos insurgentes y realistas bajo el Plan de Iguala, mediante un abrazo que pasó a la historia como el “abrazo de Acatempan”.
Lorenzo de Zavala, un década más tarde, narró el hecho de esta manera: “las fuerzas de ambos caudillos estaban a tiro de cañón una de la otra; Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero se encuentran y se abrazan; las tropas se aproximan. Iturbide dice: ‘No puedo explicar la satisfacción que experimento al encontrarme con un patriota que ha sostenido la noble causa de la independencia y ha sobrevivido, el solo a tantos desastres, manteniendo vivo el fuego sagrado de la libertad. Recibid este justo homenaje a vuestro valor y a vuestra virtud’. Guerrero le dice a Iturbide: ‘Yo señor, felicito a mi Patria porque recobra en este día un hijo cuyo valor y conocimientos le han sido tan funestos’. Luego les dijo a los suyos. ‘¡Soldados! Este mexicano que tenéis presente es el señor don Agustín de Iturbide, cuya espada ha sido por 9 años funesta a la causa que defendemos. Hoy jura defender los intereses nacionales; y yo, que os he conducido a los combates y de quien no podéis dudar que morirá sosteniendo la independencia, soy el primero que reconozco al señor Agustín de Iturbide como el primer jefe de los ejércitos nacionales. ¡Viva la Independencia! ¡Viva la Libertad!’ Desde este momento todos reconocieron al nuevo caudillo como general en Jefe”.
Así, la insurgencia perdió su carácter popular y pasó a manos de los militares, terratenientes y curas criollos. Después, ambos, Iturbide y Guerrero, crearon el Ejército Trigarante, que muy poco tuvo que luchar por algunos meses contra los españoles que no deseaban la independencia. Afortunadamente, a su llegada, el nuevo virrey Juan O’Donoju, de ideología liberal, no tuvo inconveniente en aceptar el Plan de Iguala, ya que las Cortes españolas habían resuelto conceder a las colonias cierto grado de autonomía, sin que dejaran de pertenecer a la Corona. Así se consumó la independencia de México.
Obviamente, ni el Plan de Iguala ni la manera como se consumó la independencia, llenaron las aspiraciones de Guerrero, quien al principio se subordinó a Iturbide y colaboró en la Regencia. Le fue reconocido el grado de general y nombrado jefe de la Capitanía General del Sur; asimismo, se le impuso la Gran Cruz de la Orden de Guadalupe. Pero no aceptó que Iturbide se coronara emperador y en cuanto surgió un movimiento republicano, el Plan de Casamata, Guerrero combatió contra el Imperio y resultó herido en la batalla de Almolonga el 23 de enero de 1823.
Al triunfo de la república fue nombrado general de división y miembro del Supremo Poder Ejecutivo. En 1824 participó como candidato a la presidencia de la República, pero Guadalupe Victoria le ganó la elección igual que a Nicolás Bravo, quien habiendo obtenido el segundo lugar en la votación, asumió la vicepresidencia.
En los primeros años de vida independiente tuvieron gran importancia política las logias masónicas. Los yorkinos se orientaban hacia el liberalismo radical, eran federalistas, proponían combatir el fanatismo (anticatolicismo), y rechazaban lo español; estaban confrontados con la logia escocesa, encabezada por Nicolás Bravo, que primero fue monárquica y luego centralista, que era moderada, ni anticlerical ni antiespañola. Los yorkinos defendían la Libertad y el Progreso, los escoceses el Orden Público y la Religión. Guerrero se unió a la logia yorkina, dependiente de la "Gran Logia de Filadelfia", que era promovida por el embajador norteamericano Poinsett y a la que pertenecían personalidades destacadas como Miguel Ramos Arizpe y Lorenzo de Zavala. Dada la escasa instrucción formal de Guerrero, a ellos se les atribuyó una gran influencia sobre él, a pesar de que poseía ideas propias acerca de la libertad y la igualdad: “La verdadera libertad es vivir sabiendo que nadie está por encima de otro y que no hay título más honroso que el de ciudadano y que éste se aplica por igual al soldado, al trabajador, a los oficiales, al clero, al terrateniente, al campesino, al artesano”…
Guerrero construyó alianzas con los oficiales de mediana y baja graduación en las milicias y el ejército, principalmente por medio de la logia Rosa Mexicana de la cual era “venerable maestre”.
Cuando Nicolás Bravo, entonces vicepresidente intentó derrocar al presidente Victoria, Guerrero lo combatió y lo derrotó. Bravo salió al exilio, con lo cual la logia escocesa desapareció y Guerrero se convirtió en aspirante natural a suceder a Victoria. En 1828 fue postulado por los yorkinos como su candidato, en oposición a Anastasio Bustamante, candidato también yorkino pero apoyado por los “escoceses”. Sin embargo se impuso a ambos, Manuel Gómez Pedraza, ministro de la Guerra, quien aprovechando sus facultades institucionales, obró en favor de su propia candidatura y mediante la corrupción pudo hacer que él mismo fuera nombrado por el Congreso presidente de la República por un escaso margen de votos.
Dada la irregularidad de la elección, Guerrero y Lorenzo de Zavala, gobernador del Estado de México, se levantaron en armas para impedir que Gómez Pedraza tomara posesión y junto con el embajador Poinsett, urdieron el motín de la Acordada del 30 de noviembre de 1828. En la refriega, el 4 de diciembre, el mercado del Parián, cuyos comerciantes eran españoles en su gran mayoría, fue saqueado por gente del pueblo azuzada por antiespañolistas partidarios de Guerrero, lo mismo que el palacio de gobierno y los portales vecinos. A su vez, el general López de Santa Anna se rebeló y derrotó al ejército que apoyaba a Gómez Pedraza, quien renunció al cargo y salió del país. Para calmar los ánimos, el presidente Victoria nombró a Guerrero secretario de Guerra. Al final de cuentas, el congreso anuló los votos a favor de Gómez Pedraza y Guadalupe Victoria entregó la presidencia a Vicente Guerrero el 1° de abril de 1829, en un ambiente desfavorable promovido por los conservadores en el que se condenaba el motín que supuestamente le había llevado al poder: “¡No se borra con lechada, el borrón de la Acordada!”. Así quedaría marcada la breve presidencia de Guerrero, que según Carlos María de Bustamante, “subió sobre más de ochocientos cadáveres, subió sobre el saqueo y la escandalosa depredación del Parían y de muchas casas.”
Al rendir protesta como presidente, Guerrero declaró que su gobierno estaría bajo la supervisión del pueblo, que respetaría la soberanía de los estados y que dado lo crítico de la situación encabezaría un gobierno austero para disponer de crédito que se destinaría al impulso de la educación y al fomento de las empresas agrícolas y fabriles, pues “para que la nación prospere es preciso repartir sus manos laboriosas en todos los ramos de industria y particularmente que las manufacturas sean protegidas por prohibiciones sabiamente calculadas.” Asimismo, reiteró su afán igualitario: “La administración está obligada a procurar que los beneficios del admirable sistema que adoptamos, se extiendan desde el palacio del rico hasta la morada humilde y pacífica del labrador. Si se logran hacer efectivas las garantías del individuo, si la igualdad ante la ley destruyen los esfuerzos del poder y del oro, si el primer título entre nosotros es el de ciudadano, si las recompensas se otorgan exclusivamente al talento y a la virtud, tenemos República y ella se conservará por el unánime sufragio de un pueblo sólidamente libre y dichoso”.
Integró su gabinete con Anastasio Bustamante, como vicepresidente; José María Bocanegra, secretario de Relaciones Interiores y Exteriores; Francisco Moctezuma, de Guerra y Marina; Joaquín de Iturbide, de Justicia y Negocios Eclesiásticos; y de Hacienda, Bernardo González Angula y Francisco Moctezuma, unos cuantos días y a partir del 18 de abril, Lorenzo de Zavala. Esta mezcla de conservadores y liberales en aras de la unidad y la concordia, dio origen a un gobierno débil y contradictorio.
Además, en una sociedad en que prevalecían todavía las castas, el hecho de que un “negro” asumiera la presidencia de la República, fue escandaloso para las clases altas y conservadoras, entre las cuales floreció el rumor de que quienes ejercían realmente el poder presidencial eran Zavala y Poinsett. Si desde siempre Guerrero fue víctima del racismo de los españoles y criollos por su ascendencia negra, como presidente fue despreciado también por su escasa instrucción y sus nulos modales nada cortesanos. Este rechazo aumentó porque a su gobierno le correspondió aplicar el decreto del 9 de enero de 1829, que hacía más estricta la expulsión de los españoles y que permitía que los expulsados sufrieran grandes abusos. Aunque Guerrero trató de atenuar la situación, el Congreso se negó a hacer cambios que aliviaran las penalidades de las familias desintegradas por la expulsión de alguno de sus miembros.
Conforme al discurso de su toma de posesión, el 22 de mayo, Guerrero logró que el Congreso aprobara una ley que prohibía la importación de textiles, en contra de las políticas gubernamentales que se habían practicado hasta entonces y que beneficiaba a los empresarios y fabricantes fabriles, especialmente poblanos, pero Zavala era partidario de los altos aranceles como medida proteccionista, no de las prohibiciones, y no promulgó la ley, la cual no llegó a entrar en vigor, lo que provocó grandes protestas y exhibió la debilidad de Guerrero.
Pero el primer reto del gobierno de Guerrero fue enfrentar el intento de reconquista de México de Fernando VII, a quien las tropas francesas habían restaurado como monarca absoluto de España en 1823. Reprimido el liberalismo español y suprimida la Constitución de Cádiz, Fernando VII organizó una expedición de casi tres mil soldados para la reconquista de México, ya que los Tratados de Córdoba nunca habían sido ratificados por las cortes españolas. El general Isidro Barradas desembarcó al mando de las tropas españolas el 27 de julio de 1829 en las costas de Tamaulipas y se apoderó del puerto de Tampico, en espera de que todos aquellos que estuvieran descontentos con la independencia se sublevaran. Ante la situación, Guerrero asumió facultades extraordinarias y encomendó a los generales López de Santa Anna y Mier y Terán, combatir al ejército español. Como no hubo levantamientos que secundaran la invasión, Barradas pudo ser sitiado en Tampico y ante la escasez de suministros y las enfermedades que afectaban a sus hombres, se rindió a Santa Anna pocos meses después.
Por su parte, Guerrero aprovechó las facultades extraordinarias que se le habían otorgado para emprender algunas reformas liberales, entre ellas, un nuevo decreto de abolición de la esclavitud fechado el 15 de septiembre de 1829 (desde 1825, el presidente Victoria comenzó a hacer liberaciones públicas de esclavos en la celebración del 16 de septiembre) que urgía a liberar de inmediato a los esclavos mediante una indemnización (los norteamericanos esclavistas afectados que colonizaban Texas obtuvieron que no se les aplicara), así como la supresión de la pena de muerte y el establecimiento de impuestos a los ricos para ayuda de los pobres. Sin embargo, dado que la Constitución no preveía el otorgamiento de facultades extraordinarias, los opositores a Guerrero encontraron en esa “inconstitucionalidad” el pretexto para pedir la salida de Zavala y Poinsett y después del propio Guerrero.
Durante su breve paso por la presidencia, también correspondió a Guerrero oponerse a la venta de Texas a los Estados Unidos, y a pesar de su supuesta amistad con Poisentt, solicitó al gobierno norteamericano su retiro. Asimismo, permitió el regreso de sus opositores, como Nicolás Bravo. También intentó otorgar beneficios para las familias de quienes habían perecido por la causa insurgente.
En este contexto de gran agitación política, el 6 de noviembre de 1829 se inició en Yucatán una rebelión centralista y el 4 de diciembre siguiente, aniversario del saqueo de El Parián, el ejército de reserva que con motivo de la invasión de Barradas estaba acantonado en Jalapa, al mando del vicepresidente Bustamante, proclamó el Plan de Jalapa que declaraba nulas las elecciones anteriores, nombraba a Bustamante presidente, y exhortaba a la rebelión contra el gobierno de Guerrero, quien optó por solicitar licencia a su cargo el 17 de diciembre de 1829 para salir a combatir la sublevación. Ante el avance de Bustamante, el 20 de diciembre siguiente, el Congreso reconoció a Guerrero como presidente legítimo, pero el 4 de febrero de 1830 lo declaró “imposibilitado para gobernar la República”.
Antes, el 1º de enero del mismo año, Bustamante asumió la presidencia y desde el gobierno se dedicó a combatir a los yorkinos que apoyaban a Guerrero; creó el “partido de los hombres de bien” para contrastarlo con el partido yorkino considerado como de la plebe, e implantó un régimen autoritario y represivo.
Guerrero no llegó a Veracruz a combatir a los rebeldes, sino de Puebla se desvió a Tierra Caliente. Ahí continuó su lucha en defensa de la legalidad violada por el Poder legislativo, pero el 2 de enero de 1831, pese al apoyo del general Juan Álvarez, fue derrotado en Chilpancingo por las fuerzas del presidente Bustamante. Entonces se retiró a Acapulco, desde donde planeaba embarcarse hacia Jalisco. Ahí fue invitado a comer el 15 de enero siguiente, por su “amigo” el marino italiano Francisco Picaluga a bordo del navío "Colombo", anclado en esa bahía. Guerrero asistió en compañía de algunos de sus partidarios, entre los que se encontraba Lorenzo de Zavala. Pero al término de la comida, ya anocheciendo, con engaños, sus amigos fueron enviados a tierra y Guerrero fue detenido por los soldados que estaban escondidos en el barco.
El “Colombo” levó anclas y se dirigió a Huatulco, en donde fue entregado al capitán Miguel González, quien lo condujo a Oaxaca, donde fue sometido a un consejo de guerra acusado de varios cargos, como conspiración en el motín de la Acordada, intento de obtener un préstamo de los norteamericanos dando Texas como garantía, y rebelión contra el gobierno de Bustamante, entre otros. Fue condenado a la pena máxima y fusilado en Cuilapan la mañana del 14 de febrero de 1831, con los ojos cubiertos y de rodillas. Picaluga recibió por su traición la cantidad de cincuenta mil pesos oro, conforme al trato que había acordado con el general Antonio Facio, secretario de Guerra del presidente Bustamante, quien en complicidad con Lucas Alamán y otros personajes “escoceses”, habían maquinado el asesinato de Guerrero.
Su muerte dejó el camino libre a los militares exrealistas criollos, que como Santa Anna, se disputaron y ocuparon la presidencia durante las siguientes décadas.
Su nieto Vicente Riva Palacio, hijo de Dolores Guerrero, llegó a ser una figura importante del liberalismo mexicano en el ámbito militar y político, así como en la escritura de la historia nacional y en las letras en general.
Hoy, la región en la que Guerrero nació y combatió durante la guerra de independencia, es un estado de la República que lleva su nombre.
Su frase “la Patria es primero” está inscrita al frente de la sala de sesiones del Senado de la República.
Algunas asociaciones afroamericanas resaltan el origen étnico de Guerrero y reconocen sus méritos en la lucha contra la esclavitud y la discriminación racial.
Sus restos descansan en la columna de la Independencia en la ciudad de México.
Doralicia Carmona. MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
Efemérides. Nacimiento: 10 de agosto de 1783. Muerte: 14 de febrero de 1831.
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