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Autora: Doralicia Carmona Dávila.

© Derechos Reservados
ISBN 970-95193

 


 
 

 


 


Frías Heriberto

1870-1925

El 15 de marzo de 1870, en Querétaro, Querétaro, nació Heriberto Frías. Estudió en el Colegio Militar y por ser pobre tuvo que pasar al servicio activo en 1889. En 1892 intervino en el sofocamiento de la rebelión de Tomóchic, en la sierra de Chihuahua. Sus impresiones del hecho, las publicó como novela por entregas en el periódico liberal “El Demócrata” y a partir de ahí surgió su actividad novelística, con la obra Tomóchic, que denuncia la guerra de exterminio sistemático que el porfiriato realizaba contra los descontentos. Al publicarla, de inmediato fue sometido a consejo de guerra y dado de baja en el ejército.

La novela se inspira en los siguientes hechos: A mediados de 1891, Lauro Carrillo, Gobernador de Chihuahua, tuvo que pernoctar en Tomóchic y al visitar la iglesia, descubrió unas pinturas de San Joaquín y Santa Ana, de modo que ordenó al mayor Manuel Cárdenas enviarlas a la capital del Estado. Ante los reclamos de los pobladores, encabezados por Cruz Chávez, “sacerdote” del culto de Teresa Urrea, la “Santa de Cabora”, a quien se atribuían poderes sobrenaturales que le permitían curar, y hacer milagros y profecías, el gobernador se vio obligado a devolver los cuadros al templo, cuyo sacerdote católico había sido expulsado por Chávez, lo que daría al conflicto un tinte  religioso también.

Los habitantes de Tomóchic estaban contra las concesiones de explotación forestal y minera que el gobierno entregaba a intereses extranjeros, particularmente ingleses y estadounidenses. No eran indígenas, en su mayoría, eran mestizos y criollos.

Meses después, como represalia por las protestas contra los abusos del nuevo presidente municipal, el cacique del pueblo hizo cambiar la ruta de la “conducta” (caravana) que transportaba la plata de las minas de Pinos Altos y que regularmente pasaba por Tomóchic rumbo a Chihuahua. En protesta por este cambio, los pobladores realizaron una ruidosa manifestación, que mereció la llegada de cincuenta soldados que fueron recibidos  al grito de ¡Viva el poder de Dios y muera el mal gobierno!, ¡Viva el poder de la santísima virgen y la santa de Cabora!, con el resultado de varios vecinos muertos.

Cruz Chávez logró escapar, persuadió a sus seguidores de  que contaban con la protección de Dios y de que las balas no les matarían; ordenó que como tenían buena puntería, dispararan primero a los oficiales, para dispersar así a los soldados. Esta táctica les permitió vencer a los federales el 26 de diciembre de 1891, en un lugar conocido como Álamo de Palomares, y regresar a Tomóchic. El Gobernador comisionó a Tomás Dozal y Hermosillo, para negociar una amnistía si dejaban las armas y reconocían a las autoridades. Chávez, convencido de que Dios y la Santa de Cabora los protegían y que por lo tanto, eran invencibles, rechazó el ofrecimiento.

Pasadas las elecciones locales, el gobierno federal decidió aplastar la rebelión y envió  al general José María Rangel, Jefe de la Zona Militar de Chihuahua, al mando de doscientos cincuenta soldados y cincuenta hombres de la Seguridad Pública del Estado; pero los rebeldes contaban con mejores armas y magnífica puntería, y a pesar de su superioridad numérica, los federales fueron derrotados otra vez. El resultado fue de 27 soldados muertos, numerosos heridos, 51 prisioneros y todas las armas y municiones perdidas. Sólo tres rebeldes fueron heridos levemente.

Entonces el general Rangel fue destituido y relevado por el general Felipe Cruz, quien volvió a ser derrotado. El general Rosendo Márquez reemplazó a Cruz y marchó con 1200 hombres y un cañón a enfrentar a 120 rebeldes. El 20 de octubre de 1892, los alzados los recibieron disfrazados de mujeres vestidas de negro y les causaron unas 300 bajas.

Los siguientes días, los soldados hicieron valer su superioridad numérica,  y tras sucesivos enfrentamientos, prendieron fuego al pueblo, obligaron a los rebeldes a refugiarse en la iglesia y les exigieron rendirse. En respuesta los alzados izaron un banderín de guerra de color blanco con una cruz roja en el centro y reanudaron la lucha. Entonces los soldados prendieron fuego a la iglesia, que también albergaba mujeres y niños. Quienes salían eran muertos o fusilados de inmediato. Cruz Chávez logró escapar y refugiarse en su propia casa, que había convertido en su cuartel. Volvió a rechazar la rendición. La casa fue tomada a sangre y fuego y Cruz Chávez fue aprehendido y fusilado de inmediato. En el morral que portaba, se encontró su correspondencia con la “Santa de Cabora”.

Para matar a poco más de cien hombres, el ejército sacrificó a casi seiscientos soldados, gastó 60,000 cartuchos, 100 granadas y 20 botes de metralla. Todos los hombres de Tomóchic murieron y solo sobrevivieron 43 mujeres y 71 niños. Teresa Urrea, fue acusada de ser la instigadora de las sublevaciones y junto a su padre fue aprehendida y deportada a Estados Unidos; moriría en Cliffton Arizona, el 11 de enero de 1906.

Tomóchic ardía lentamente en las tinieblas... Sus últimas pobres chozas, incendiadas y desiertas, se consumían en las sombras, allá abajo... diseminadas en la vasta extensión, una en un extremo, otra más lejos en el confín opuesto, otras en el centro, cerca de la iglesia. Y había en aquel núcleo una mancha amplia y brusca, aquélla que era más trágica, porque sus aluviones de chispas subían más alto. El pobre caserío ardía tristemente ya. ¡Eran sus últimos instantes de agonía! -¡Ahora sí estuvo bueno, mi jefe! -respondió el viejo soldado-, un oaxaqueño de buena cepa para carne de víctima; alma templada en largos y duros sacrificios, cara redonda bronceoscura, frente estrecha y terca, pómulos salientes, ralos y erizados pelos blancos en la barba; cuello nerviosos y cuerpo chaparro, fornido y ágil. Estaba frente a él bonachón y atento... -¡Pobre sargento, acaso ya no volvería a su querida tierra del Sur! Y mientras abajo el mar de sombras extendía aún sus islas de sangre luminosa, y surgían los coros lamentables de las bestias del valle, que aullaban desesperadas, él se puso a contarle los episodios del día, porque estuvo de fajina, incinerando los cadáveres, las víctimas en los últimos combates. Ya le había referido, como pudo, el pobre diablo, más de una escena conmovedora o épica, cuando de pronto saltó con esta tirada que Miguel jamás olvidaría: -¡Ah, señor!... ¡Y los perros!... ¡Los perros de Tomóchic... nunca había yo visto cosa igual!... ¡Qué horror!... ¡Qué valientes!... ¡Qué buenos... sí... qué chulos... qué lindos!... le confieso a usted, lloré... Ahorita ladran... ¿No los oye?... ¡Ladran, pero quejándose, es que están llorando cerca de sus amos difuntos!... ¡Lloran, cuidando los cuerpos, sin separarse de ellos para nada!... ¡Estos perros son mejores que nosotros los cristianos!... ¡Velan a los que quisieron!...¿Oye usted, mi subteniente? No ladran de cólera... ¡fíjese bien, están llorando!... Bueno... pues sí... le decía, señor, que me llamaron la atención, porque cuando iba a amontonar los muertos, los animalitos se nos echaban encima, enseñándonos los dientes y los colmillos... tuvimos que matar a muchos, dándoles con la culata de los fusiles... y hasta a unos grandes les dimos de bayonetazos... y viera usted que cuando quedaban vivos... ¡válgame la Virgen Santa!, otra vez se volvían a echar cerca de su amo difunto o lo iban siguiendo hasta el montón donde los habíamos de quemar... ¡lamían con sus lenguas secas de pura sed, la sangre de sus queridos muertos!... ¡Ay, pobrecitos animales!, ya ve usted, mi jefe, cómo queremos nosotros a los perros... la tropa, la juanada no está a gusto sin sus perritos... ¡Por qué teníamos que matarlos también pensando que nos estorbaban y nos mordían! ¡Los matamos y los tiramos en el montón, revueltos con los de Tomóchic y con los mismos de nosotros, todos juntos, echándoles harta leña y rastrojo para que ardieran mejor!...”.

A partir de entonces Heriberto Frías se dedicó al periodismo. Colaboró en “El Mundo Ilustrado”, “El Combate”, el “Imparcial” y en la “Revista Moderna”.

En 1895, al reeditarse su novela, fue otra vez a la cárcel, pero es liberado al poco tiempo y volvió a dedicarse al periodismo.

A principios de siglo se estableció en Sinaloa y en 1906 dirigió “El Correo de la Tarde” de Mazatlán y expresó su oposición a Díaz. Participó en la política local contra la oligarquía de la familia Redo.

Fue maderista, por lo que al ser asesinado Madero se trasladó a Hermosillo en donde publicó La voz de Sonora. Fue subsecretario de Relaciones Exteriores del gobierno convencionistas y el 27 de septiembre de 1915 suscribió el Programa de Reformas Político Sociales de la Revolución, promovido por los últimos elementos de la Convención de Aguascalientes.

Al triunfo de Carranza pasó al exilio y volvió al país a fines de 1920. Obregón lo nombró cónsul de México en Cádiz, España donde casi ciego escribió la obra ¿Águila o Sol?, novela sobre la Revolución en la que critica a Carranza, entre 1921 y 1923.

Escribió también cuentos: Leyendas históricas mexicanas (1899), Biblioteca del niño mexicano (1899-1901), Episodio militares mexicanos (1901), Los piratas del boulevard. Desfile de zánganos y víboras sociales y políticos de México (1915), La vida de Juan soldado. Leyendas de la antigua gleba militar mexicana (1918), “Cáscaras y semillas” (1916).

Ensayos: El general Félix Díaz (1901), Juárez inmortal (1925), Álbum histórico popular de la ciudad de México (1925). Novela: El amor de las sirenas (1895), El último duelo (1896), El triunfo de Sancho Panza, continuación de Tomóchic (1911), Miserias de México (1916).

Obras de teatro: ¡No llores hombre! (1899), Cocodrilo (1904).

Y obras de carácter histórico: La Guerra de Independencia, La Intervención norteamericana y La Guerra de Tres Años.

Murió en Tizapán, Ciudad de México, el 12 de noviembre de 1925.

En 1975 el cineasta Gonzalo Martínez Ortega rodó la película "Longitud de Guerra", basada en la novela "Tomóchic", premiada con la Diosa de Plata en 1977.


Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.

Efeméride Nacimiento 15 de marzo de 1870. Muerte 12 de noviembre de 1925.